Pancho Villa es uno de los héroes verdaderos del pueblo de México, todavía cabalga potente en el imaginario popular que lo ha preservado como mito e historia viva -un siglo después de sus andanzas revolucionarias por pueblos, montañas y sierras-. En un sentido más amplio Villa significa la revolución social, su materialización en la División del Norte -el ejército del pueblo más grande de América Latina-, y en las evidencias de políticas a favor de los desprotegidos, promovidas desde la lucha constitucionalista e incluso implementadas por Villa en su breve periodo como gobernador de Chihuahua.

Con el paso del tiempo Villa se ha convertido en el villismo, esa comunidad itinerante, intangible, espiritual, actuante, y necia que retoma los valores de justicia social y legítima defensa de los más desprotegidos, y que aspira a reinventarse como expresión de pensamiento de fuente crítica para la acción.

José Doroteo Arango Arámbula o Francisco Villa murió en una emboscada el 20 de julio de 1923; estamos en la víspera de su centenario luctuoso, que ocurrirá en tres años en el contexto de la 4ª transformación de México.

Es un imperativo ético, recordar y abrevar de los pasajes del rebelde mexicano que es un referente de la historia a nivel mundial. Algunos aspectos que podemos destacar para la reflexión, de lo que ha significado la construcción del villismo como brújula de pensamiento y acción son los siguientes:

1. Un proyecto transformador colectivo construido desde abajo.

Eran Francisco Villa y una colectividad plural que desde diversos sectores populares abanderaron el proyecto de lograr un cambio desde la lucha armada, dice Pablo Oprinari:

“La División del Norte no era en modo alguno un ejército exclusivamente campesino. Había también vaqueros, mineros y personas sin ocupación fija. Además, muchos de los campesinos que procedían de otras regiones de México se incorporaban como individuos y no como comunidades, a veces por conciencia revolucionaria, a veces simplemente para sobrevivir”. (Opriani, 2010).

Por su parte Paco Ignacio Taibo señala: “Se trata de ferrocarrileros, panaderos, abigeos, vaqueros, carniceros, ex soldados, pequeños comerciantes de pueblo, bandoleros, maestros de escuela, arrieros, rancheros con poca tierra y algo de ganado, peones sin tierra, mineros, albañiles; y casi todos tienen en común la movilidad laboral […] resulta relativamente sencillo definirlos a partir de sus enemigos comunes: la oligarquía agraria industrial chihuahuense y su instrumento militar (los rurales, la acordada), la estructura militar porfiriana, los grandes comerciantes extranjeros (españoles) y los pequeños comerciantes (chinos y libaneses) y el clero católico”.

Desde esta composición, se agruparon en torno a líderes sociales o jefes locales natos y surgidos de luchas previas contra injusticias regionales, que a la postre se convirtieron en el estado mayor de la División del Norte, cuyo esquema de asenso interno eran los méritos en las batallas comunitarias primero, y armadas después, pero sobre todo la capacidad de dirigir y cohesionar a los integrantes de su tropa en objetivos comunes.

Los mandos de la División del Norte tenían un consenso directo y una relación muy diferente con sus compañeros de la lucha, a la que se observó en otros agrupamientos del proceso de 1910; los jefes villistas: “debían su liderazgo efectivo a la autoridad ganada ante los combatientes”. (Opriani, 2010).

Si bien, los villistas fueron disciplinados en un programa de acción elaborado contra la usurpación de Victoriano Huerta (que representaba la continuidad de los agravios e injusticias que habían padecido en sus comunidades), y del constitucionalismo, en la idea de lograr la revolución en México; esta disciplina no emanaba de la pertenencia al escalafón militar, del pago de la subsistencia personal cotidiana, o del desprendimiento de grupos económicos o políticos, sino de las convicciones interiores de cada miliciano y su apego genuino a un proyecto revolucionario.

2. Un pacto fundacional entre iguales

En la Hacienda de la Santísima Trinidad de la Labor de España “La Loma” de Lerdo, ubicada en las cercanías del Río Nazas en el estado de Durango, surgió el 29 de septiembre de 1913  la División de Norte. Ahí se dieron cita todos los jefes revolucionarios identificados con Pancho Villa, el libro Memorias de Pancho Villa de Martín Luis Guzmán narra estos hechos. “En la hacienda llamada de la Loma, que está del lado derecho del río, frente a la Goma, se tomaron los dispositivos para el ataque (se refiere a un primer ataque a Torreón); pero antes de aquello consideré la conveniencia de una junta de los principales jefes de todas las fuerzas nuestras que entrarían en batalla”.

En ese encuentro, se tomó un acuerdo fundacional para dar un paso organizativo con la participación y opinión de los representantes de todo el mosaico villista, lo que no solo potenciaría la capacidad organizativa del ejército naciente, sino la legitimidad de su dirigente no solo militar sino también político y moral.

Desde las 10 de la mañana en el comedor principal se dieron cita las doce cabezas de las guerrillas: Juan E. García de la brigada Francisco Villa, Calixto Contreras de la brigada Francisco Madero, Juan N. Medina de la brigada Juárez de Durango, Eugenio Aguirre Benavides de la brigada Zaragoza, Benjamín Yuriar y Toribio Ortega de la brigada González Ortega, Tomás Urbina de la brigada Morelos, Maclovio Herrera de la brigada Benito Juárez, José Rodríguez de la brigada Villa, y Blas Flores y Manuel Medinabeitia del Estado Mayor.

Los generales discutieron quien debía ser el General en Jefe. Villa propuso a Tomás Urbina o a Calixto Contreras, quién rechazó la propuesta refiriendo el prestigio y capacidad de la luchar de Pancho Villa, solicitando que se le reconociera como jefe de todos al Centauro del Norte.

La voz de Villa en Martín Luis Guzmán:

“Juan N. Medina se levantó y expuso las razones que él veía para organizar en división todas aquellas fuerzas y para que a mí me escogieran por general en jefe. El resultado fue que todos mostraron entonces el mismo parecer, y que desde ese momento yo, Pancho Villa, quedé nombrado jefe de la División del Norte, que se constituyó de aquel modo”.

Aunque en los hechos Villa era el líder nato de este cuerpo revolucionario, el Pacto de la Loma legitimó su dirección, la unidad de sus componentes, y la fuerza interna como condiciones para la lucha externa. Ungido como mando único de un ejército audaz, Villa trazó un camino de triunfos militares que llevó a los segmentos populares de la revolución hasta el Palacio Nacional de la capital del país.

  1. Evidencias de las posibilidades transformadoras

Francisco Villa gobernador de Chihuahua es quizá uno de los episodios que más evidencias presentan de un gobierno realmente emanado del pueblo. Villa era un joven 36 años cuando asume la gubernatura, del 8 de diciembre de 1913 y hasta el 7 de enero de 1914 cuando renuncia para continuar su campaña militar. Fueron unos cuantos pero luminosos días.

El Centauro y sus tropas tomaron pacíficamente la capital del estado tras haber ganado Ciudad Juárez y derrotar días atrás en la batalla de Tierra Blanca a tropas federales del gobierno usurpador de Victoriano Huerta; con ello instauraron el gobierno villista.

Descrito por el historiador Friedrich Katz en su libro “Pancho Villa” como las “Cuatro Semanas que estremecieron a Chihuahua”, Villa ya como gobernador, ordenó bajar el precio de la carne, el frijol, el maíz y quitó los impuestos de importación en la Aduana de Ciudad Juárez a los productos básicos que consume la población.

En los siguientes días reabrió el Instituto Científico y Literario, que 40 años después de transforma en la UACH (Universidad Autónoma de Chihuahua); creó el Banco del Estado, imprimió sus billetes, acuñó monedas de plata y expulsó a los españoles de la entidad acusados de apoyar al gobierno usurpador. Decretó la ley seca para sus tropas y también instaló el primer telégrafo inalámbrico del norte, reorganizó los ferrocarriles, y confiscó haciendas.

Pero lo más profundó y conmovedor fue su esfuerzo a favor de la educación: “Sentía una verdadera pasión por las escuelas y estableció cincuenta planteles de educación en la ciudad”, publicó el New York Times. Un hombre que no tuvo la oportunidad de estudiar, que no fue a la primaria y que se dice que aprendió a escribir en la cárcel para mandar mensajes.

Dice Paco Taibo: “Villa completó su educación en la cárcel, encerrado por una injusticia que le achacó Victoriano Huerta. Se formó entre las rejas. No sabía leer; pero, se rodeó de los hombres más ilustrados del momento histórico que le tocó vivir y logró conjuntar la fuerza bélica más importante.

En conclusión, existen diversos aspectos que edifican la idea de un proyecto inspirado en el villismo, como refiere Pedro Salmerón en su artículo Pensar el villismo que enumera las aportaciones del monumental estudio de Friedrich Katz en su libro Pancho Villa:

“A Katz le sorprendía observar que Villa y Zapata, a diferencia de los líderes de otras revoluciones del siglo XX como Mao, Ho Chi Minh, Lenin y Trotsky, Fidel y el Che, no fueran intelectuales, sino que procedieran “de las capas más bajas de la sociedad”; que no estuvieran instruidos, sino que tuvieran “escasa educación”; y que no dirigieran en la Revolución a grupos o partidos sólidos y bien organizados. Le maravillaba descubrir que si no las ideas sí el mito y la imagen de Villa y Zapata no se erosionaran como los de aquellos otros dirigentes revolucionarios del siglo, sino que siguieran vigentes en los principales discursos políticos mexicanos, y más aún, en el corazón del pueblo. Espoleaba su curiosidad el hecho de que Villa hubiera sido capaz de conducir una “verdadera revolución social” a las puertas de la potencia que, por excelencia, se ha opuesto a esos movimientos a lo largo del siglo, los Estados Unidos, y, más aún, que en determinados momentos el gobierno norteamericano se aliara a esa revolución.

Y por fin, le atraía poderosamente el mito formado en torno al hombre que había construido el mayor ejército revolucionario de América Latina, la División del Norte, mito que, con mucho, había rebasado las fronteras mexicanas y llegado incluso a su Austria natal”.

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