Toña, una chica conocida mía, vivió una etapa muy difícil con su marido Armando durante mucho tiempo. Desde novios se notaba a leguas la personalidad maquiavélica y tóxica que aquel hombre tenía.

Supe de un sinfín de maltratos de los que fue objeto Toñita, y a pesar de los mil consejos que le recomendaban alejarse de ese monstruo, ella no lo hacía y su matrimonio fue un martirio total. Dentro de lo bueno fue que no tuvieron hijos.  Era evidente que estaba controlada emocionalmente por ese tipo ruin, abusivo y mezquino.

Esa situación le provocó una depresión horrible combinada con ansiedad y tristeza absoluta. En sus ratos de lucidez, le pedía a su Dios que le alejara de ese nefasto personaje que le arruinó la vida por mucho tiempo.

Quiso el destino o ese Dios a quien Toña imploró que la vida le diera un giro radical a su vida porque después de tantas vejaciones y maltratos, su marido insensible y poco empático se contagió del virus que mató a casi un millón de personas en nuestro país, después de violar todos los protocolos sanitarios en su hogar y trabajo.

Armando estuvo hospitalizado casi dos meses y cuando parecía que la libraba, el covid le arrebató la vida. Antonia se sintió aliviada, libre y ligera a pesar de tener que realizar todo el ritual de trámites y el propio ritual de la muerte.

Pasaron algunos meses después de la partida del nefasto señor y justo en noviembre, cuando en México honramos y celebramos la vida de nuestros fieles difuntos, Toña se encontró con una gran encrucijada: ¿Habría que ponerle un altar a alguien quien en vida le hizo la vida desgraciada?

Ustedes amigos que me están leyendo, ¿qué hubieran hecho? Pues bien, Toña decidió ponerle su ofrenda y recordar con bondad a su marido con una fotografía de él sonriendo y por supuesto su comida y bebidas favoritas.

Y ante esta situación yo me quedé sorprendida. Claro que respeto la muerte y la vida, pero no por el hecho de que alguien haya partido de este plano terrenal adquiere un traje de santo ni mucho menos.   

Creo que la bondad o maldad de una persona no debería ser juzgada únicamente por el hecho de que hayan fallecido. En la vida, las personas tienen una amplia gama de comportamientos y acciones, y no todos son buenos. Eso está claro.

Recordemos que las personas somos seres complejos y que nuestro legado se basa en las buenas acciones y contribuciones que le damos a la vida y no en los abusos, violaciones y marrullerías que también ofrecemos de vez en cuando. Aunque algunos así viven y mueren practicándolo siempre.

Es común que después de la muerte de alguien, las personas tiendan a recordar más sus cualidades positivas y a perdonar sus errores, lo que puede llevar a la idea de que “todos los muertos son buenos”.

Sin embargo, considero que es importante ser objetivos y realistas en nuestra evaluación de las personas, tanto en la vida como después de su muerte.

En resumen, cada individuo es único, y es más justo evaluar a las personas por sus acciones y contribuciones mientras estaban vivas en lugar de generalizar y decir que todos los muertos son buenos.

Así, Antonia decidió honrar al hombre que la maltrató y quiso perdonarlo, no obstante, lo cruel que fue con ella y con la gente que tenía alrededor. Hoy, en su perfil de Facebook, aparece la imagen de la ofrenda donde aparece Armando y, como buena samaritana dice que ama y extraña al ser que le arruinó parte de su vida.

Entonces: ¿Todos los muertos fueron buenos en vida?