En México, como en otros países de Latinoamérica, los productos procesados y ultraprocesados son la principal fuente de sodio en la dieta de la población mexicana, ya que contribuyen con cerca de 45% del total de sodio que se consume en el país. Entre los principales productos procesados se encuentran los cereales, carnes rojas y embutidos, así como sazonadores y productos lácteos.

Se estima que, en México, el consumo de sodio entre escolares (5 a 12 años) se encuentra alrededor de 2.8 g de sodio al día (7.1 g de sal); los adolescentes (12 a 18 años) consumen 3.7 g de sodio diarios (9.4 g de sal) y los adultos (>18 años) consumen 3.1 g de sodio (7.8 g de sal) por día. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que la ingesta no supere los 2 g de sodio o 5 g de sal (una cucharadita) al día. Por lo tanto, la población mexicana tiene un exceso de consumo de sodio de acuerdo con esta recomendación. Se ha mostrado que poco más de 80% de la población menor de edad tiene un exceso de consumo de sodio, mientras que 64% de los adultos también lo exceden.

Si la población adulta mexicana se ajustara a consumir la cantidad de sodio que sugiere la OMS, de solo 2 gramos al día, se podrían evitar cerca de 27,700 muertes cada año por causa de enfermedades cardiovasculares.
Jorge Vargas, investigador de El Poder del Consumidor mencionó que “Es un hecho que la principal fuente de donde consumimos sodio son los productos procesados y ultraprocesados, por lo que México requiere de acciones específicas para reducir el consumo de este a través de una estrategia de reformulación. Esta tendría mayores resultados si fuera de carácter obligatorio, alineada con las metas regionales actualizadas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)”.

Reducir el consumo de sodio a nivel poblacional es una de las estrategias más económicas y rentables para la reducción de la morbi-mortalidad, principalmente para las enfermedad cardiovasculares (ECV). Existe evidencia de que, al reducir la ingesta de sodio, disminuye significativamente la tensión arterial sistólica y el riesgo de desarrollar ECV. Es decir, el diseño e implementación de políticas y programas que promueven la reducción del consumo de sodio podría contribuir a prevenir muertes y enfermedades relacionadas a este factor de riesgo y reducir los costos en atención para la salud.

Por ello, la OPS ha desarrollado la guía SHAKE, con el propósito de apoyar a países a formular, implementar y monitorear diferentes estrategias para la reducción del consumo de sodio en la población.