Conozco a muchos médicos. Durante mi vida me he topado miles de veces con ellos. Unos son una maravilla, son humanos, cálidos, comprometidos, certeros y muy honrados.
Puedo decir que son la mayoría, sin embargo, últimamente me he encontrado a algunos que son simplemente tipos egocéntricos y súper materialistas.
Les cuento por qué:
Mi papá ha tenido algunos problemas físicos y me he dado la oportunidad de acompañarlo a sus citas. Conozco prácticamente todos sus males y me gusta investigar todo lo que ocurre en su cuerpo.
Eso me da elementos para preguntar con más precisión a los médicos que lo tratan. A veces a él se le olvida decir todos sus padecimientos y entonces entro al quite y les explico.
No habíamos tenido problemas hasta hace poco que, para su mala fortuna, se lastimó las cervicales al levantar un mueble muy pesado.
Debo aclarar que nos dimos cuenta de que se había dañado después de mucho tiempo y varios estudios que le hicieron.
Sin relacionar que se había lastimado su columna, de pronto comenzó a sentir que se le dormían las manos y las piernas. Además, le ardían y se le dormían.
Obviamente que nos preocupamos todos. Por ser más fácil acudimos con un médico particular para su atención.
Le recetó algo para las molestias, pero nunca mejoró. Después de varias citas no dio con el daño y nos mandó con un especialista, que era un urólogo.
El muy cabrón le dijo que era una enfermedad venérea y le recetó penicilina al máximo. Nunca le hizo un examen, y aun así se atrevió a darle medicamento sin previo diagnóstico. Fueron cuatro citas y bien cobradas. Mi papá por supuesto nunca se compuso.
Por si las dudas se realizó análisis especiales y nunca apareció la enfermedad que supuestamente había pronosticado el especialista.
Lo único rescatable de este individuo fue que le mandó a realizar algunas placas en sus cervicales. Estas mostraban la lesión en su totalidad y el urólogo nos envío con otro conocido suyo, ahora era una neuróloga.
Esta nos recibió en uno de esos lujosos hospitales del sur de la ciudad de México. Vio los estudios y sin más preámbulos nos comentó que era necesaria la operación. Que en muy poco tiempo mi papá iba a quedar inmovilizado.
Tras espantarnos nos dio el precio de la operación, más los honorarios del hospital donde se realizaría la intervención. El doble susto nos estremeció por completo. El precio equivalía a la compra de un coche semi nuevo.
Nos dio instrucciones para que preparáramos a mi papa para la cirugía. Claro, sin dejar de mencionar en todo momento que mi papá quedaría invalido de un momento a otro. Sus ojos brillaban, pero no era por su belleza sino porque iba a ganarse una plata más a costillas nuestras.
Eso sí, muy guapa y distinguida, la doctora nos decía que no garantizaba nada después de la operación. Pero que era necesario correr el riesgo. Salimos muy espantados del hospital. Lo que nos había explicado la galena era terrible.
Pensé en vender mi coche, empeñar mis cosas y pedirle prestado a mis amigos. Mis papás pensaron lo mismo. La prioridad de mi viejo era lo más importante.
Fue entonces que buscamos alternativas. Teníamos el diagnóstico y la disposición de curar a mi papá. Fue entonces que le platiqué a una de mis mejores amigas sobre lo que estábamos viviendo y me contó que conocía un lugar dónde podrían atender a mi papá.
Con el miedo y la preocupación de que otra vez nos obligarían a operar a mi papá, fuimos al lugar que nos recomendaron. La doctora que nos atendió, nos apapacho, nos comprendió y nos dio grandes esperanzas de que saldría bien librado el señor Prado.
Y dicho y hecho, una técnica llamada electropuntura logró quitarle las molestias a mi papá en apenas tres sesiones. El buen trato, la certeza y el deber y el verdadero profesionalismo curaron al señor Pardo. Hoy no tiene ningún síntoma y vive feliz junto a su familia.
Después de todas estas peripecias, me puse a leer el juramento médico de Hipócrates y con mucho coraje observo que hay muchos mercenarios de la medicina que lucran con el dolor de sus pacientes para enriquecerse notablemente. Lamentablemente como el caso de mi papá hay miles en este México de contrastes.
Se vale cobrar bien y justo, pero no tanto como pensar que Hipócrates ya no existe.