Por René González
El 16 de abril murió el escritor chileno Luis Sepúlveda a la edad de 70 años. Estuvo internado por coronavirus desde el 29 de febrero en el Hospital Universitario de Asturias, en España, lugar donde radicaba desde hace 23 años.
Acostumbrado a librar mil batallas, Sepúlveda emprendió desde su fuero personal una última contra la asoladora pandemia, como pocos resistió varias semanas la enfermedad.
Paradójicamente, el escritor que siempre dio la cara ante sus adversarios para defender sus ideales –arriesgando su vida-, zarpó de este mundo aquejado por el multicitado enemigo invisible.
Un virus, que ha desnudado la vulnerabilidad del sistema capitalista y sus sorprendentes contradicciones: la ciencia dispone armas de destrucción masiva pero no está preparada ante un microorganismo que ahora manda en las calles y que ha puesto en entredicho la viabilidad económica de gran parte de la humanidad. Justo la tesis que han sostenido los escritores como Sepúlveda: el mundo que conocemos ya está agotado.
Sepúlveda pertenece a la generación de escritores de América Latina comprometidos con la idea de la revolución, una estrella polar a la que rindió tributo permanente en la acción y las letras. Quizá no es casual que acompañe a grandes plumas que también dejaron su legado y partieron en el mes de abril, como Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, José Revueltas y el brasileño Rubem Fonseca, quien murió unas horas antes que el chileno.
Luis Sepúlveda en sí mismo es un mito, es leyenda, su vida transcurrió entre la ficción y la realidad, quizá no haya personaje en su obra que supere su propia personalidad aventurera, irónica y desafiante.
Habría que imaginar al joven Luis Sepúlveda -hijo de un militante del Partido Comunista-, en su primer empleo a bordo de un barco ballenero cruzando los mares, descubriendo puertos e historias de piratas, buscando a Job en la panza de la ballena, queriendo ser futbolista, e iniciándose en el discurso antiimperialista y antimilitarista de un cono sur cercado por las dictaduras militares.
A finales de los sesenta, forma parte de las Juventudes Comunistas de Chile y del Ejército de Liberación Nacional (facción guevarista del Partido Socialista de Chile), descubre la historia, se titula como dramaturgo en la Universidad de Chile y vive el despertar del 68 como miles de jóvenes en todo el mundo, alimentando el alma de irreverencia.
Habita el revolucionario anhelo puesto en el gobierno de Salvador Allende (de quien se dice un guardaespaldas), durante los años vertiginosos de la Unidad Popular. El teatro lo conduce a conocer y compartir ideales con otro gran icono cultural chileno, el emblema de la canción de protesta Víctor Jara, quien fue torturado y asesinado como conclusión del golpe de estado de Augusto Pinochet.
Posterior a la asunción golpista de Pinochet, auspiciada por la CIA, la derecha y los militares chilenos en 1973, Sepúlveda fue encarcelado casi tres años por la dictadura, que después le conmutó 28 años de prisión por ocho de exilio.
En 1977 abandonó Chile, para iniciar un peregrinar en toda América, llega a Ecuador, donde trabajó un tiempo y conoció a los indios Shuar, de ahí, ingresó en la Brigada Internacional Simón Bolívar, con la que partió a Nicaragua a principios de 1979 para participar en la Revolución Sandinista del FSLN.
Activista, agitador y guerrillero, fue encarcelado, torturado, exiliado, y empuñó las armas de fierro y metáforas, Sepúlveda vivió los fuertes contrastes de la vida pública de Chile, del gobierno popular de Allende a la infamia y la represión militar, pero no claudicó ante las negras noches de represión, reapareció solidario en Bolivia y Nicaragua, como un soldado más en la disputa de un mundo nuevo.
Recientemente pude abrevar de su obra La sombra de lo que fuimos (2009), donde repasa las derrotas, avatares y pesares de Cacho Salinas, Lucho Arencibia, Lolo Garmendia y Pedro Nolasco, que se reencuentran para preparar un atraco y redimir su militancia y juventud perdidas, que naufragó décadas atrás entre la persecución, la paranoia y el exilio, todo parece estar en contra para los personajes, el paso del tiempo y la frustración habían hecho mella, pero pueden más las poderosas fuerzas de la eterna rebeldía, y con la frase “somos la resistencia, ánimo camaradas”, siguen bregando y superan los obstáculos físicos y la ruina que atribula a personas muy mayores.
Por cierto esta lectura, es quizá una de las fuentes de inspiración de la serie española La Casa de Papel, pues el hilo conductor de la narración, es precisamente la resistencia. Resistir siempre resistir. “La cercanía con otros soñadores multiplica los sueños”, escribió Sepúlveda.
Un viejo que leía novelas de amor (1988) y El Fin de la Historia (2017) son otras piezas esenciales del autor, quien además recibió una veintena de diversos premios literarios. Su pareja de vida, la poeta Carmen Yáñez, compartió con él sufrimiento, cárcel y tortura durante la época del dictador chileno, se ha dicho que ella sobrevivió de milagro a esa terrible circunstancia y dolor. La escritora si logró superar el coronavirus, Sandoval se adelantó físicamente, pero su obra sigue marchando en cada corazón de América Latina que inventa utopías.