Como nunca antes, nuestro país se encuentra envuelto en un escenario tenso, oscuro y agraviado. Los problemas crecen y se multiplican sin freno en todos los frentes de una sociedad que, dividida y polarizada, busca de manera individual hacerle frente, sin que hasta el momento pueda lograrlo.

Con una carga histórica de corrupción, abuso de autoridad y malos gobiernos, el pueblo mexicano ha sufrido las consecuencias de forma cotidiana, acostumbrándose a vivir en crisis permanente, con la esperanza de que algún día, llegue un cambio verdadero.

Lo que actualmente estamos viviendo es la consecuencia natural de aquellos excesos. La crisis no empezó hace dos años, aunque los principales autores de esta debacle, busquen un culpable a quién cargarle su histórica herencia corrupta.

En este contexto, el triunfo en las urnas de Andrés Manuel López Obrador en 2018, fue el detonante para pensar en que, por fin, la existencia de las poderosas mafias del pasado serían llamadas a cuentas para pagar sus atrocidades.

Sin embargo, hasta este momento, muy pocos han sido los personajes llamados por la justicia para aclarar sus actos inmorales, quedando la impresión de que existe un pacto de impunidad entre el gobierno actual y el pasado.

Esta es una práctica muy común entre políticos de cualquier afiliación. Ese es el detalle. El pensamiento de los políticos es muy similar y coincidente. Todo lo miden con un mismo rasero. Entre ellos no hay gran diferencia.

Ese es uno de los motivos principales que no permiten cambiar a nuestro país. Los usos y costumbres entre los hombres de la política son una práctica muy común, porque ven todas las cosas del mismo color.

Pareciera problema menor, pero esa complicidad –en ocasiones inconsciente- ha dejado una estela de corrupción, injusticia y desolación en un país que merecería mejor suerte y mejores gobernantes. Sin duda alguna.

Hoy está claro que México requiere estadistas no políticos. La situación actual lo amerita. Un giro al timón serviría de mucho. Es cuestión de voluntad. Un político evoluciona cuando se convierte en estadista.

En tanto llega esa metamorfosis, cada día vemos como en la agenda de un político los planes que tiene son electoreros y a corto plazo, mientras que un estadista piensa en las siguientes generaciones, implementando acciones a largo plazo y con un contenido profundo.

Y es así como concibe su vida un político. Ejemplos hay de sobra. Veamos las siguientes comparaciones y juzgue usted mismo.

El político piensa en el resultado electoral inmediato. En el estadista prevalece la responsabilidad social sobre sus intereses particulares.

El político le dice al pueblo lo que quiere oír, no lo que debe decir realmente. El estadista es un intelectual y pensador que siempre busca las mejores opciones de desarrollo para la sociedad.

El político divide, confronta y tiene una visión maniquea. El estadista sabe converger entre todos los actores sociales -amigos o enemigos- hasta lograr consensos para conseguir el bien común.

El político tiende a ser una persona poco reflexiva. El estadista sabe escuchar y se asesora para tomar las mejores decisiones.

El político promete construir un puente, aunque no haya un río. El estadista no busca ni le interesa complacer a todo el mundo.

Al político le complace la adulación. El estadista utiliza de manera efectiva los recursos que le brinda la democracia para solucionar los problemas de la sociedad.

El político se acomoda fácilmente a las circunstancias en función de lo que más les conviene. El estadista logra que lo imposible se convierta en posible.

Y esa lista aún es más larga. La urgencia de que un estadista gobierne México es necesaria.

El camino no es fácil. Para que un político evolucione se requiere voluntad, inteligencia, humildad, intuición, fuerza física y mental. Rodearse de un equipo de profesionales y respetar sus opiniones. Sin trabajo en equipo, difícilmente habrá resultados positivos.

México debe de dejar de ser gobernado por políticos tradicionales cuya visión es a corto plazo y proteccionista con su clan, además de ser cómplice omiso de las traiciones y afrentas que le aplican día con día a la sociedad.

El reto que enfrenta México es complicado. Las crisis se han vuelto endémicas y para salir de ellas se necesita un verdadero golpe de timón del gobierno actual. De lo contrario el deterioro será aún más profundo y todos lo vamos a lamentar.

Mientras eso suceda, la sociedad agraviada y enojada vivirá cada vez más injusticias. El país requiere un cambio efectivo. El fracaso de los políticos es evidente. Sus usos y costumbres ya no son útiles para este país. Hay que ponerles fin a esos personajes. Nunca como ahora, México necesita y busca un estadista…