No sé si mi edad -casi en el cuarto piso- me esté provocando un sentimiento de nostalgia y reflexión. No hay día en que por mi mente no acuda un recuerdo de aquellos momentos donde jugaba con alegría incontrolable. Y lo más bonito es que todo es tan real como en aquellos tiempos.

No había problemas. Todo era felicidad. Podíamos salir a jugar a la calle sin grandes preocupaciones. Además, no existían tantos artefactos tecnológicos que distrajeran nuestras mentes.

Los teléfonos celulares comenzaban a ganar terreno en el gusto de la gente, pero en los niños de ese tiempo no conseguía ese efecto tan perturbador y adictivo como lo es actualmente. Era un tiempo noble, tierno y de grandes sueños.

La rutina era simple. Cumplir con las obligaciones escolares, con las domésticas y después cobrar el premio a tu buen comportamiento. Algunos papás permitían ver algún programa en la televisión y otros autorizaban salir a la calle para jugar un rato con nuestras amiguitas. Los míos eran de estos últimos. Yo era muy feliz.

Entre juegos, saltos, brincos y maromas, mis amigas y yo hablábamos de todo. Soñábamos a ser grandes, a diseñar nuestras fiestas de quince años y algunas veces, hasta planeábamos nuestras bodas y los hijos que tendríamos.

En ese coctel de alegría, siempre aparecía la tiendita de Don Román y Doña Mariquita. Con el cansancio que dejaba la actividad física y el relajo, íbamos a ese establecimiento por un refresco, un dulce o alguna golosina, para consumirlas mientras arreglábamos al mundo.

Mis padres acudían también para comprar algunos productos de primera necesidad, a veces me mandaban a comprar huevos, jamón o azúcar cuando faltaban en nuestra despensa.

Don Román y Mariquita eran parte del barrio. Su tienda era conocida por todos los vecinos. Contaban ellos que su negocio fue de los primeros en llegar a la colonia.

El tiempo pasó, los hijos del matrimonio recibieron una educación suficiente para convertirse en profesionales serios y responsables. Los que compramos ahí, nos acostumbramos a ver a la pareja trabajar con mucho amor y entusiasmo.

Así crecimos muchos. Don Román y Mariquita nos vieron desde chiquillos y eran parte de nosotros. Obvio que también vimos cómo fueron envejeciendo hasta el fin de cada uno de ellos.

Desde nuestras respectivas trincheras, ya adultos, nos enteramos de la partida de cada uno. Yo supe porque mamá me avisó que la tienda de la pareja bonita no sobrevivió tampoco y la tuvieron que cerrar. Ninguno de sus hijos quiso hacerse cargo del histórico negocio del barrio.

En días recientes, acudí a un OXXO buscando un dulce. Se me antojó saborear una paleta de caramelo –en su tiempo la llamaban chupirul-, sí de esas que compraba en la tiendita de la esquina. Le pregunté al dependiente si tenía a la venta ese antojo. Con un humor más negro que la noche, el dependiente me dijo que esas paletas ya no existían.

Un poco molesta, me subí a mi coche y tomé el camino de regreso a mi departamento. Mi antojo se esfumó por completo. Ya no quise seguir buscando mi dulce preferido. Entonces seguí mi camino diario.

Les platico que vivo muy cerca de la casa de mis padres y en mi recorrido paso necesariamente por la tiendita de los esposos felices, pero jamás había levantado la vista para echarle un vistazo a las condiciones en que se encuentra ese sitio. A veces peco de distraída.

En un momento dado y como si una voz me dijera voltea, mis ojos se instalaron en el lugar del que les hablo y detalladamente pude observar que todo estaba en ruinas.

Un aire de nostalgia se apoderó de mis emociones. Recuerdos y más recuerdos asaltaron mi mente.

Constaté que es un antiguo edifico. Ya nadie vive ahí. Solo se alcanza a distinguir un letrero con la pintura desgastada que dice: Miscelánea “La alegría”. Al ver todo eso, algo de mi pasado se apoderó de mi presente.

Volteé por unos segundos a la accesoria y su cortina vieja y oxidada, entonces, salidos de la nada pude observar las tiernas figuras de esos dos viejos hermosos que establecieron un negocio próspero y muy útil. Ahí estaban despachando. Sí, eran ellos.

Y yo junto a ellos. Era mi niña comprando y saboreando esa paleta tan sabrosa que tanto me gustaba y me sigue gustando.

Busqué a mis amigas, pero ya no estaban. De pronto viaje al pasado. Pude sentir, oler y observar lo que ahí sucedió hace mucho tiempo. Fue una gran experiencia.

Pueden creerme o no, pero vi a esa hermosa pareja. Estaban alegres y joviales. Me sonrieron y me saludaron, como en aquellos años mozos.  Un cúmulo de emociones se apoderaron de mí. No era para menos.

Estoy segura que ellos siguen ahí. De alguna forma, sus almas continúan sirviendo a quien lo necesita como cuando estaban vivos.  Eso sentí y eso defiendo. Lo juro y lo vuelvo a jurar. Fue algo maravilloso.

Se lo dije a mi mamá y curiosamente me comentó que los hijos de esa pareja tan linda ya vendieron la propiedad, y que ahí se construirá un OXXO. Me sorprendí, pero entendí que Don Román y Mariquita me avisaron que no se han ido del todo y no se irán jamás.

Porque desde ahí, seguramente y ya con nuevas instalaciones, seguirán con la hermosa tradición de ser la famosa tiendita de la esquina.