Por René González y David Toriz
Los voceros de la derecha intelectual acusan al presidente López Obrador de tener una visión simplista de la historia, una visión que consideran maniquea, es decir, una lectura que supuestamente distingue entre los personajes de la historia nacional quienes son “los buenos” y quienes son “los malos”, en los continuos relatos y referencias históricas durante sus conferencias mañaneras o en sus discursos públicos. Las continuas menciones a los personajes que más admira de nuestra historia nacional, la consideran como una prueba inobjetable de que el presidente de México, reproduce la llamada “historia de bronce”, esa que el régimen priista también institucionalizó a fuerza de efemérides y estatuas en las avenidas. Una visión que el panismo solo confirmo instituyendo los “puentes largos” de asueto, en cada fecha cívica. En realidad, con estas descalificaciones a la visión del presidente, estamos frente a un nuevo caso, donde el diagnóstico es una proyección de la forma de pensar de quienes lanzan la acusación.
Una mirada crítica de la historia no trata de subvertir “las narraciones” y volver héroes a quienes en otro tiempo se consideraron villanos, y viceversa; no se necesita genialidad alguna para hacer esa operación mental. En cambio, se necesita tomar distancia de las distintas versiones para reconocer en nuestro presente como ese pasado sigue teniendo presencia por medio de los proyectos políticos que se mantienen en disputa, proyectos impulsados por sectores y clases sociales, no solo por individuos, que reivindicarán su versión de la historia –presente y pasada- por los medios que tengan disponible y desde la proyección que hacen de cómo se concretará su visión y sus valores en la sociedad.
El proyecto político conservador en México tiene su germen en la sociedad colonial, no porque ahí esté el origen del “mal”, sino porque ese fue el periodo de la historia donde se gestaron la mayor parte de las relaciones sociales de desigualdad económica, que siguen estructurando a la actual sociedad mexicana. Pero, en ese mismo periodo, también se gestaron los proyectos libertarios y de soberanía que los propios habitantes de América sostuvieron frente a la autoridad de la Corona española. Esa fue la disputa política que dio paso a las luchas independentistas en toda América, justo en el momento que las instituciones de la monarquía entraban en crisis por la invasión napoleónica a la península ibérica.
La figura de Agustín de Iturbide no es necesaria ocultarla o borrarla de la historia de México, como acusan sus defensores y apologistas; en cambio necesitamos analizar cuáles fueron las relaciones y los intereses en que este personaje estaba inserto para entender cuál fue su papel concreto en la consumación de la independencia política mexicana. Entre todos los militares y políticos que se adhirieron al Plan de Iguala, impulsado por Iturbide existía una diversidad de posicionamientos que se pueden sintetizar en dos posturas iniciales con que inicio nuestra discusión política: los monárquicos y los republicanos. El conceso que impulso el Plan de Iturbide, apoyado por los generales insurgentes como Vicente Guerrero y ratificado en los Tratados de Córdoba, luego de once años de enfrentamientos militares entre realistas e insurgentes, era proclamar la soberanía de la América Septentrional, hasta ese punto estuvieron dispuestos a dejar de lado sus disputas y afrentas, para caminar juntos como Ejercito Trigarante.
Pero ya constituido el Primer Congreso mexicano, los antiguos insurgentes no eran partidarios de la opción monárquica que apoyaban las nuevas elites criollas que vieron en la independencia un camino para acrecentar sus privilegios, fue este proto-partido conservador quienes primero ofrecieron a un miembro de la casa real de Borbón la corona de México, y que después terminó por apoyar la proclamación de Agustín de Iturbide como primer emperador.
La disputa política e ideológica con la que nació México se convirtió en proyectos contrapuestos que llevaron a la rápida disolución del Congreso por parte de Iturbide, hecho por el cual paso a considerarse un traidor por parte de sus aliados circunstanciales, pero representante del proyecto de continuidad política y social que buscaban los monárquicos. Es clave entender que un acontecimiento histórico como la consumación de la lucha independentista, no es mérito personal de ningún caudillo, sino de las contradicciones de la sociedad de la cual él mismo fue participe.
Entender esta dinámica de conflicto en el pasado es urgente para vislumbrar en el presente, las consecuencias cotidianas de la incapacidad de hacer una lectura política que vayan más allá de las personalidades o los méritos individuales de los supuestos héroes y villanos que elijamos. Aunque les moleste a los “expertos“, la historia humana es un campo de disputa política por excelencia, no un frío objeto de estudio para diseccionar, desde una aséptica objetividad que solo reafirmar las posturas que pretenden conservar el statu quo, o el orden social que prevalece.
En este año de conmemoraciones históricas veremos salir a debatir a los historiadores profesionales acerca de las incursiones que otros actores sociales y políticos harán en un campo que consideran de uso exclusivo: el pasado de México. Ya es loable que el calendario cívico nacional haga que los investigadores dejen la comodidad de sus cubículos en universidades o instituciones públicas para difundir a la sociedad los resultados de sus investigaciones, lo que resulta pernicioso es el aire de soberbia con que suelen hacerlo, como quien se siente perturbado por la intrusión de la chusma en una propiedad que considera privada. A pesar de sus remilgos, el conocimiento histórico es un campo social, que no puede reducirse tan solo a la historiografía -la versión escrita de la historia- que ellos realizan como especialistas de pequeñas porciones del pasado. La historia que nos interesa recuperar son las tareas cotidianas de mujeres y hombres que transformaron con su empeño, las condiciones del mundo que conocemos. Esto, serán los combates por la historia en el siglo XXI.
*Con la colaboración de David Toriz.