Por David Toriz y René González
En tiempos donde la movilización social y cuando el pensamiento crítico apunta a la descolonización de las relaciones políticas en todas las escalas de la vida, es más cómodo o conveniente volver hablar de “indigenismo”. El termino de repente vuelve a estar de moda, para circular fuera del ámbito antropológico de donde proviene, y ser parte de los discursos que lo condenan como el “nuevo comunismo”, al culparlo de las actuales reivindicaciones de la izquierda latinoamericana; o de quienes lo asumen como una defensa a nombre de los pueblos indígenas, donde no importa englobar como “indigenistas” a todas las manifestaciones culturales de los pueblos originarios.
Por ser parte de una disputa política abierta, no se puede solo apelar a la precisión en el uso de los conceptos, más importante es entender las dinámicas sociales en las cuales vuelve a tener uso, para comprender si nuestras definiciones ya dadas, se ajustan a la realidad emergente.
Las recientes conmemoraciones de los 500 años de la invasión encabezada por Cortés al centro de México y los 529 años de la expedición dirigida por Colón a las Antillas, han sido el contexto en que todo el espectro de la derecha y ultra derecha española, han utilizado el termino indigenista para denostar no solo la petición de perdón que dirigió el Presidente de México a la Corona española, sino a todas las críticas abiertas que gobiernos y movimientos de liberación han hecho a su afanes trasnochados colonialistas, tanto del pasado como en el presente.
Aunque los nuevos defensores de la Leyenda Rosa (la Conquista como proceso civilizatorio) apelen a la objetividad de la historia como fuente incontrovertible, en realidad las reacciones histriónicas de la derecha hispana están en sintonía con las posturas políticas de las elites latinoamericanas con quienes comparten intereses de clase.
El indigenismo en todas sus vertientes es un discurso SOBRE los llamados indígenas, nunca corresponde a la palabra de ellos mismos, los pueblos originarios. Todas los infundios y prejuicios que hacen personajes de la derecha española, como José María Aznar, Santiago Abascal, Pablo Casado o Isabel Díaz Ayuso, (apuntalados por el criminal de guerra, Felipe Calderón o el premio nobel, evasor fiscal y súbdito de rey, Mario Vargas Llosa) son expresiones de la representación colonial que se mantienen en la antigua metrópolis, después de 200 años de emancipación política. Más allá de lo hilarante de los argumentos que equiparan al “indigenismo” con la “cuarta ola del comunismo” o un desconcertante “comunismo corporativo”, vemos en sus reacciones una defensa furibunda de la ideología hispanista como reivindicación del imperialismo español. A eso corresponde la ridícula noción de “iberosfera” que enarbola los fascistas de Vox, a la nostalgia por las posesiones coloniales de ultramar que “perdieron” en los procesos independentistas americanos.
Para reafirmar la hispanidad se tiene que descalificar como indigenista o hispanofobia, a cualquiera que ose criticar el proceso colonial, acusándolos de ignorantes y dogmáticos: el indigenismo pasa en este discurso a ser una condena al pasado que se descalifica como primitivismo; quien hable sobre los derechos de los pueblos no solo es fundamentalista, sino hiperbólicamente se le acusa de “racista a la inversa” o, de practicar “una forma rupestre de racismo”. El pensamiento totalitario, expresión de los sectores dominantes, acusan de maniqueo cualquier intento de cuestionamiento, para seguir manteniendo vigente la versión de la historia que contaron los vencedores. Para ellos, la llamada conquista fue en realidad un proceso de liberación (sic) que logró unificar a pueblos fragmentados trayéndoles “libertad, paz y prosperidad”; legado que consideran se encuentra en peligra, ya que, como expresión del pensamiento de la derecha del siglo XXI, imagina una conspiración internacional para fragmentar lo que siguen llamando el “mundo hispánico”.
Su construcción ideológica pasa por equiparar a España con Grecia o Roma, como tercera cuna de una difusa “civilización occidental”, que en América se expresó en lengua castellana, y con la inculturación forzosa del catolicismo; todo para terminar negando el genocidio que experimentaron los pueblos originarios, a partir de la anacrónica comparación de los “caníbales aztecas” con los nazis en Alemania, ya todo un clásico del “pensamiento” hispanista de ultraderecha. La especificidad cultural y el pensamiento histórico, son quienes terminan sacrificados en el altar que iguala indigenismo, con populismo, comunismo, autoritarismo tropical, y hasta el islamismo radical; solo falta acusarlos de migrantes, homosexuales y proabortistas para sumar todas sus fobias; pero al final lo que más les aterra a los partidarios del Partido Popular y Vox, es la secesión en curso de España, por parte de todos los pueblos que al interior del estado español, siguen denunciado la hegemonía impuesta desde Madrid.
Pero no solo en la península ibérica sigue considerando a la hispanidad como la identidad auténtica del continente, nuestras elites locales, como no pueden adoptar plenamente este discurso racista, lo han adaptado a nuestra situación desde la ideología del mestizaje, que es hegemónica en México. Al mestizo se le celebra como al verdadero mexicano, aquel que puede vivir libre de resentimientos y mirando al futuro desde su supuesta “capacidad de resiliencia” al poseer lo “mejor de dos raíces”; por eso cualquier reivindicación de los derechos colectivos de los pueblos por parte del actual gobierno de la república se considera un signo de atraso político y hasta una condena para que esos pueblos no tengan acceso a las mismas oportunidades, ni a las “comodidades con las que contamos el resto de los mexicanos” (sic). Según esta ideología que aspira siempre a ser algo más, el gobierno vulnera el “derecho a mejor calidad de vida” (sic) al imponerles mantener sus culturas como expresión de atraso y pobreza. Más allá de opiniones descontextualizadas y claramente ideologizadas (la prosperidad del individuo por sobre cualquier bienestar colectivo); estas también son expresiones indigenistas, es decir un discurso impuesto sobre los otros; que vuelven a colocar a los pueblos que se reconocen políticamente como indios como parte de un problema a resolver o una carencia a cubrir, nunca como fuerza o potencialidad de una nación pluricultural. Ya el colmo de esta tendencia, son las condenas al “indigenismo de estado”, que, desde la academia o las ONG´s como activismo de elite, sostienen algunos profesionistas de origen indígena, que no duda en apropiarse de los esquemas del pensamiento en boga, para hablar en nombre de su pueblo.
A ambos lados del océano, a estos “críticos” les cuesta asumir que el trasfondo de sus versiones de la historia, son posturas políticas sobre los indígenas que vuelven a negarles su propia voz. Así como negar y ridiculizar las demandas de disculpas para los pueblos originarios, es una postura más en contra del actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que a favor de los pueblos; quienes niegan legitimidad o relativizan las demandas de estos pueblos, parte de una representación de origen colonial que los considera objetos de atención, nunca sujetos con derechos propios; porque en el fondo, saben que se están oponiendo a una reestructuración del Estado que atente contra sus actuales privilegios, si se logrará hacer a los pueblos parte constitutiva de la nación. Así, en los discursos en contra de secesionismo y favor de la unidad nacional, se ocultan las críticas a la hegemonía neoliberal y la penetración capitalista de las empresas transnacionales en todas las esferas públicas. El indigenismo, como “conspiración imaginada” al igual que el comunismo, sirven como descalificación general para todo el espectro político de izquierda, que en las pasadas dos décadas ha tenido gobiernos e impulsado movimientos de base nacionalista y popular, que intentan poner límites a la influencia de las empresas privadas españolas durante el ciclo neoliberal.
El actual gobierno del Partido Socialista Obrero Español se negó “enérgicamente” siquiera a considerar la petición del gobierno de México, bajo su incapacidad de “juzgar a la luz de consideraciones contemporáneas” los hechos de nuestra historia compartida hace 500 años; con la actual crisis energética y su incapacidad manifiesta de poner límites a la voracidad de sus empresas nativas, vemos que más que consideraciones historiográficas, se trata de coincidencias con el modelo de extracción de riquezas que enarbolan en el presente, como lo hicieron en el pasado.