Recuerdo con bastante claridad, las críticas que recibía el candidato a la jefatura de gobierno por su origen innegablemente provinciano, tabasqueño para ser exactos. Muchos pensaban no estaría preparado para asumir un gobierno que, por razones geográficas y culturales, le era ajeno. Él, no le daba mayor crédito a una circunstancia aleatoria. Consideraba sus ofertas de campaña y posterior implantación, serían convenientes para cualquier conglomerado humano, y no le faltaba razón. 

Ciertamente no era conocido, su bandera principal era el buen gobierno que estaba ejerciendo Cuauhtémoc Cárdenas, que a su vez arrastraba un apellido notable para el pueblo de México. 

Por un estrecho margen, ganaría la contienda, gobernaría bajo el boicot permanente de un enfermo mental que ocuparía la presidencia de la república bajo la férrea conducción de sus patrones eternos. 

El contraste entre ambos mandatarios favoreció desde un principio a nuestro personaje en virtud de su actitud honesta y propositiva. Se abría un nuevo capítulo para la historia política de México, surgiendo una esperanza tangible para el futuro inmediato. 

El jefe de gobierno sería calificado por la ciudadanía con un nada despreciable 80% que le habría llevado a ocupar el lugar más alto entre todos los regentes y jefes de gobierno que pasaran por el emblemático edificio del zócalo capitalino. Este suceso, cambiaría la percepción de la gente. La riqueza de las ideas y su implementación, se impondrían a las antiguas condiciones superfluas. Nacía el humanismo en la vida pública del país. 

Nada hay que pueda diferenciar, los anhelos de justicia social para sus semejantes, sin importar nacionalidad, credo, raza o condición económica, entre el antiguo jefe de gobierno, y el actual presidente de México, quien lo ha ratificado una y otra vez en esta nación, y recientemente en los foros internacionales. 

En el mes de septiembre pasado, durante la VI cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el presidente mexicano insistía en la necesidad de crear un tratado económico regional continental que incluyera a Estados Unidos y Canadá. Habló de una “integración productiva con dimensión social”, bajo el criterio de que “el progreso sin justicia es retroceso, se trata de ir hacia la modernidad, pero forjada desde abajo y para todos”. No pasó por alto la cooperación para el desarrollo y la ayuda mutua para combatir la desigualdad y la discriminación. Propuso también: “Construir algo parecido a la actual Unión Europea” y crear un organismo que sustituya a la OEA, por la sumisión evidente. 

A principios de este mes, López Obrador daba un discurso en el Consejo de Seguridad de la ONU con una esencia humanista: Llamó a la ONU a “despertar de su letargo” para enfrentar la corrupción y desigualdad en el mundo”. Hizo una propuesta para la redistribución de una pequeña parte de la riqueza que ostentan unos cuantos en favor de 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares al día. 

En la pasada Cumbre de América del Norte, el primer mandatario, reiteraba una vez más, la importancia de la integración económica de los tres países que forman este subcontinente ante el crecimiento de otras regiones. Sin embargo, nunca ignoró la necesidad de que esta se expanda a todo el continente. Pidió a sus homólogos de Estados Unidos y Canadá se abran al flujo migratorio: “dejar de rechazar migrantes, cuando para crecer se necesita fuerza de trabajo que no se tiene en esos dos países”. 

Hace un pequeño recuento de sus programas sociales implantados en México, con la convicción de sus resultados y el ánimo de que sean establecidos en otras latitudes. Logra algunos acuerdos como “Sembrando oportunidades” y sugiere al congreso norteamericano valide la estancia de once millones de migrantes.

Como podemos inferir, el presidente López Obrador, no sólo defiende los derechos del pueblo mexicano, en especial de los más vulnerables. Piensa, expresa su preocupación, y propone respuestas mínimas del mundo para los seres injustamente desposeídos en todos los países de la tierra. 

Si bien es cierto existen países ricos y países pobres por su producto interno bruto, en TODOS, irónicamente, abundan los millonarios y personas que viven en condiciones de pobreza y miseria extrema. Esto nos habla de una “desigualdad sin fronteras” que el mundo debe combatir con liderazgos sensibles a la injusticia. 

Si, Andrés Manuel no es un presidente más, es un vivo ejemplo y recordatorio, para todos aquellos que ejercen el poder olvidando su condición humana.