• Es uno de los edificios más antiguos y emblemáticos de la Ciudad de México que perteneció a los condes del Valle de Orizaba

Red de corresponsales

Las calles guardan todo tipo de historias. Algunas son alegres, otras son trágicas y la mayoría marcada por la violencia o la tristeza así como los hechos difíciles de comprobar. Las placas que las nombran suelen ser una evidencia de ello. La gente que nació, vivió o murió en ellas pasan de ser entes existentes a simples nombres por los que miles de personas pasan diariamente.

Y al igual que las calles, los edificios y casas que adornan el paisaje urbano de cualquier ciudad guardan cientos de historias que son recolectadas por periodistas, cronistas, aspirantes y curiosos que ven en sus paredes algo más que un muro derruido. En este caso uno de los edificios más reconocidos de la capital: La Casa de los Azulejos.

Ubicada en el Callejón Condesa 4, entre la Avenida Madero y la Calle 5 de Mayo, La Casa de los Azulejos es un edificio de una belleza impresionante que fue revestido con azulejos de talavera elaborados a mano y traídos de Puebla. Es visitado por los capitalinos y turistas ya que dentro de sus muros se encuentra una de las sucursales de las tiendas Sanborns de Grupo Carso.

Pero antes de eso fue el palacio de los condes del Valle de Orizaba. En ella vivió D. Rodrigo de Vivero y Velasco, cuyo progenitor fue lanzado desde lo alto de una ventana de un castillo en Valladolid, y su esposa doña Melchora de Aberrucia, viuda de un conquistador y dueño de una encomienda.

Juntos tuvieron un hijo llamado D. Rodrigo de Vivero y Aberrucia, que al crecer fue gobernador y capitán general en las Islas Filipinas y fundó uno de los primeros ingenios en Nueva España al Poniente de Orizaba. Se casó en México, en el siglo XVI, con Doña Leonor Ircio de Mendoza, hija del Mariscal de Castilla con la que tuvo un hijo aunque ella murió por 1636.

El vástago se llamó Luis de Vivero, segundo Conde del Valle de Orizaba. Fue, de acuerdo con Luis González Obregón, el primero de su linaje en habitar la casa después de contraer matrimonio con Doña Graciana quien obtuvo la casa de su padre, que a su vez la adquirió en una subasta.

La casa, se dice, fue reedificada por el hijo del conde. El muchacho era reconocido, a diferencia de su progenitor, no por sus títulos o su riqueza, sino por su constante estado de ebriedad y por tener más interés en los lujos que en “los librotes de cuentas y los ingenios de azúcar”. Era un calavera hecho y derecho, pero un día su padre, harto de este comportamiento le sentenció:

“Hijo, tú nunca harás casa de azulejos

Por alguna razón estas palabras resonaron en su interior y el joven conde, azorado por la condena o impulsado por la rebeldía, enderezó su camino torcido por el derroche y reedificó la casa añadiéndole los azulejos para demostrarle a su padre que su hijo no era un bueno para nada.

Al término de la Independencia hubo varios cambios para las élites de la época, entre ellos, los títulos fueron abolidos. Pero el clima político también se enturbió. Para 1828 aconteció el motín de la Cárcel de La Acordada, impulsado por los seguidores de Vicente Guerrero quien desconoció las elecciones de ese periodo.

Con el motín hubo bandidaje y la ciudad quedó hecha un caos. Caos que llegó hasta la honorable Casa de los Azulejos. Un militar entró y asesinó a puñaladas al padre de Doña Graciana. Obregón dice que fue porque el patriarca le negó la unión con una mujer de la familia, aunque en su momento creyeron que se debió a una venganza política.

Años después la casa fue vendida a Rafael Martínez de la Torre donde estableció el Jockey Club al que asistían los más pudientes del Porfiriato. Posterior a la Revolución Mexicana se establece la droguería y fuente de sodas de los estadounidenses hermanos Sanborns.