La vestimenta se vio influida por las modas extranjeras europeas, las cuales marcaron los gustos de los mexicanos

Redacción

Si a algo puede llamarse efímero en la vida esas serían las modas: cambian con gran rapidez, razón por la que uno tiene que estar al pendiente de las nuevas tendencias, en los gustos de los demás si es que uno no quiere quedarse atrás en la competencia y ser relegado por no seguir la corriente.

Es bien sabido que nada permanece inmutable ni es imperecedero. Los edificios caen, los árboles mueren y con ellos nos vamos nosotros volviéndonos tierra por más que queramos evitarlo. Así también nuestras prendas.

No vestimos de igual modo que se hacía en tiempos anteriores pues los gustos cambian y con ellos la utilidad o la comodidad de la ropa que usamos. Y al igual que ahora, los atavíos diferían del nivel adquisitivo de los individuos.

En México la gente vestía acorde a la moda europea debido a los tres siglos que estuvo dominada la Nueva España por la corona española. Todavía durante la Independencia de México la moda española seguía siendo fuerte entre los conservadores que buscaban mantener la monarquía en el país y los criollos con el dinero y posición social suficiente.

Sin embargo, ya consumada la guerra durante la década de los veinte en 1800, la moda cambió girando su visto bueno hacia la indumentaria francesa e inglesa al incrementar el comercio con estos países en detrimento de España. En el caso de las mujeres, se usaron vestidos más grandes con corsés que marcaran sus cinturas y con mangas tipo globo; en el caso de los hombres el frac y el chaqué, chalecos y jabots (antecedente de las corbatas), sombreros de copa, botas o zapatos con hebillas.

Los calzones que eran unos pantaloncillos más acampanados fueron perdiendo popularidad frente a los pantalones a lo largo del siglo; las capas y los arreglos de metales para poner de manifiesto el poderío y riquezas que ostentaban los antiguos marqueses y condes, eran la regla. Y estos estaban adornados con hilos de oro o seda. Mientras la opulencia se notase hasta en las prendas, más que mejor.

Sin embargo, la ropa masculina en realidad no tuvo muchos cambios a lo largo del siglo, pues imperaban los colores negros en los fracs y chaqués, los abrigos y los chalecos de seda o tela extranjera muy bien arreglada.

Por otra parte, las mujeres de inicios del siglo tuvieron mayores cambios. Se optó por prendas que enseñaran un poco más: blusas con adornos floralestelas hasta cierto punto más ligeras; ornamentos florales para los peinados extravagantes en muchos casos.

Años antes se popularizó el vestido camisa, una pieza que aligeró y liberó a las mujeres del armatoste del corsé y los ahuecadores de falda. Pero estos volvieron a ser la moda a partir de 1820. Aparte de los corsés y las faldas, también se comenzó a utilizar numerosas enaguas que derivaron en las crinolinas.

Para mediados del siglo se popularizó el vestido de gala para la asistencia de los bailes y banquetes de la alta cúpula.

Los más pobres, por su parte, vestían con telas baratas -y en algunos casos raídas por el uso constante- que confeccionaban ellos mismos, vestían con grandes sombreros en el caso de los hombres, calzones y playeras de manta blanca; las mujeres con falda y blusa junto con rebozos de colores. En el mejor de los casos iban con sandalias, ya que la mayoría permanecía descalzo.

Con la llegada del Porfiriato la vestimenta masculina siguió más o menos similar con los fracs que caracterizó a los catrines y la moda femenina a una más conservadora con vestidos con mangas y cuello, así como el uso de guantes ante cualquier situación social.