Por: Jhad
Qué lejos quedaron los días de gloria que vivió nuestro país aquel 2 de julio del año 2000. El indudable triunfo de Vicente Fox Quesada, representó el fin de 71 años de poder absoluto del PRI.
El vaquero que manejaba camiones y que había ascendido a presidente de la Coca Cola, lograba llegar al poder postulado por el Partido Acción Nacional, después de una campaña pintoresca, atractiva y con la esperanza de un cambio verdadero.
Las expectativas que generó el candidato de la Alianza por el Cambio fueron desbordantes. El discurso crítico al sistema corrupto e insensible del PRI, significó un éxito total para el empresario y político nacido en Guanajuato el 2 de julio de 1942.
Autodefinido como un populista de derecha, Fox prometió que su mandato sería plural e independiente. Basado en la economía neoliberal del momento, prometió mayor inversión en los rubros de la salud y la educación, dos elementos indispensables en un país sumido en la pobreza.
Envuelto en escándalos sobre su salud mental, donde se rumoraba que sufría de episodios depresivos mismos que los combatía con Prozac, dilapidó su enorme capital político por ineptitud, soberbia y locura.
Los seis años de su gobierno fueron grises, ineficaces y carentes de resultados positivos. Su locuaz manera de relacionarse con sus colaboradores le significó rupturas y traiciones que nublaron su gestión y lo arrastraron a la ignominia de la historia.
El vaquero que prometió sacar del gobierno a las víboras prietas y tepocatas, y el que dijo que, durante su mandato, todos los mexicanos tendrían la posibilidad de tener un vochito y un changarro, nunca entendió el momento histórico que representaba su ascenso al poder y lo desperdició muy fácilmente.
Atascado de poder, se dio lujos innecesarios y extravagantes. El más negativo para su desgastado prestigio fue el haberse casado con su responsable de comunicación social, Martha Sahagún.
Desde ese momento su desequilibrio mental se acrecentó y la presidencia quedó en poder de la encumbrada comunicadora. Los rumores sobre su salud mental cobraron mayor fuerza y la certeza de sus problemas emocionales fueron acercándose a la realidad.
Gracias a los testimonios ventilados a la luz pública por gente cercana a Fox Quesada, se supo, además de su problema mental, su desequilibrio emocional, su egocentrismo, su creciente narcisismo, su evidente soberbia, su neurosis crónica y por supuesto su codependencia a los antidepresivos.
Lino Korrodi, uno de los más cercanos a Vicente Fox, lo definió como un “tipo narcisista, protagonista, envidioso y con ganas de ocupar siempre las primeras planas de los diarios. No soporta que alguien más le robe protagonismo”.
Tatiana Clouthier, al referirse al comportamiento del guanajuatense ha señalado que en ocasiones lo vio desorientado y hacía expresiones fuera de lugar.
Para la periodista argentina Olga Wornat, autora de dos libros sobre la presidencia de Vicente Fox, es clara en su opinión sobre él, “carece de códigos, no tiene amigos, sus hijos tienen problemas de relación con él. Lo único que le importa es salir en los medios y que se genere polémica. Mala o buena, no importa. Lo único que importa es que hablen de él”.
En 2006, después de entregar la banda presidencial a Felipe Calderón, con quien también tuvo roces muy fuertes, todo parecía indicar que Vicente Fox se retiraría a su rancho a disfrutar de los beneficios que le había otorgado su paso por la presidencia de la república.
Sin embargo, no fue así, fiel a su estilo, el vaquero seguía empecinado en aparecer en los medios criticando cualquier acción de su sucesor. Esa fue su tónica durante el mandato de Felipe Calderón.
En 2012, con el regreso del PRI al poder, Fox se convirtió en un aliado estratégico de Enrique Peña Nieto, el otrora crítico permanente del tricolor se acomodó y disfrutó de los privilegios de pertenecer a la casta política del momento.
Seis años después del desastre priista y la contundente victoria de Andrés Manuel López Obrador, el vaquero volvió a elevar su ronca voz para criticar sin ton ni son al nuevo gobierno.
Su claro protagonismo toma sesgos delirantes en sus redes sociales. Desde esa tribuna lanza petardos sin puntería. Acusa sin fundamentos. Insulta sin límites. Agrede impune y burlonamente. Soberbio y sin autocrítica grita y señala.
Sin frenar sus emociones, se ha declarado un firme opositor al nuevo gobierno.
Su personalidad descontrolada lo pinta de cuerpo entero. Es vulgar, irrespetuoso y es muy posible que su antidepresivo favorito, el Prozac, ya no le funcione correctamente, porque este pinche vaquero ya se volvió loco.