Dinero que prestaste, enemigo que te echaste… / Por María Luisa Prado

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Por el amor de Dios, nunca le presten dinero a nadie. A menos que quieran perderlo y deseen incorporar a su lista de enemigos a uno más.

De verdad, nunca, pero nunca lo hagan. No puedo creer que existan tantas personas con tan mala fe, que, sin importarles, te piden dinero cada vez que pueden, sin un solo rasgo de vergüenza. Y lo peor es que no te pagan y se molestan porque les cobras.

De niña, escuchaba decir a mi abuela: “Dinero que prestaste, enemigo que te echaste”. En mi inocencia, apenas lo entendía, pero hasta ahora lo entiendo todo. Con algunos años más, lo he comprobado algunas veces. Pero parece que apenas me está cayendo el veinte de ese dicho de mi inolvidable doña Lucy.

Y bueno, se preguntarán por qué viene toda esta historia. Enseguida les contaré.

Hace quince días fui a la casa de un amigo a cobrarle un dinero que le presté hace seis meses. Consideré necesario buscarlo porque desde ese tiempo no sé nada de él. Parece que la tierra se lo tragó. Se esfumó. Tampoco me volvió a contestar el celular y por eso fui tras de él.

Cuando le presté el dinero, Saúl estaba pasando por una situación económica un tanto delicada. El abono de su coche y sus gastos cotidianos le estaban consumiendo el buen salario que cobra en el Gobierno.

El gran problema de él, es que gasta más de lo que gana y siempre anda quebrado. Y eso que vive sólo. Es un tipo distraído, pero la verdad me cae bien. Y jamás imaginé que no me pagaría.

No era la primera vez que me pedía prestado. En otras ocasiones le presté poco dinero y me lo pago sin objeción alguna, pero en está ocasión, creo que se le olvidó devolvérmelo.

Confiada en su palabra, le deposité una buena cantidad. Debo confesarles que tengo el hábito de ahorrar y cuando le eché un vistazo a lo que tenía en mi cuenta, me sentí suficiente y con gusto le hice la transferencia.  -Así no me lo gasto- pensé.

La promesa de pago se cumpliría al mes siguiente de la transacción. Me sentí orgullosa de ayudarle a resolver su problema económico al buen Saúl.

Cumplido el tiempo, le marqué para preguntarle cuál sería la manera en que me haría el pago. Me dijo que le mandara mi número de cuenta y que en un par de días me pagaría.  -Además, te voy a dar un poco más, por el paro que me hiciste- me dijo. -No es necesario- le contesté.

Llegó el día y nunca cayó el depósito. Le marqué a su celular y no me contestó. Le mandé mensaje tras mensaje y el muy bribón, me dejaba en visto las mismas veces que le escribía.

Solo una vez lo hizo, pero por que le marqué desde otro celular y se enojó mucho. Me colgó y me mandó lejos. Lo desconocí totalmente. Se hizo el ofendido.

Harta de sus estupideces y después de aguantar un buen tiempo sin mi pago, decidí ir a buscarlo a su casa. Para mi mala fortuna no lo encontré. Me quedé un buen tiempo esperando a que llegara, pero después de dos horas de hacerlo, decidí retirarme.

Se imaginarán el enojo que traigo. Ya perdí mi dinero, y a un amigo, que ahora comprendo nunca lo fue.

Tengo imán para que la gente me pida dinero. Muchos dicen que como no tengo hijos, soy muy solvente económicamente. Y es posible que así sea, pero es cosa que no les interesa. Es mío, es mi esfuerzo y tengo derecho a disfrutarlo.

Saúl cree que se salió con la suya, pero sé que me lo encontraré y aunque ya no me pague, con solo que agache la cabeza al verme, y observe mi mirada despreciándolo, me doy por bien servida. La vida le dará su merecido.

Después de esta experiencia tendré que decir:  NO. Ahora, aunque me recen, me digan mentiras e inventen tragedias, no le suelto un solo quinto a nadie.

Creo que a todos nos ha pasado esto. Hay muchos Saules y Saulas por todos lados. Tipos y tipas oportunistas que buscan la forma de quitarte tu dinero. Si conoces a alguno, aléjate inmediatamente.

No vale la pena tenerlos cerca, porque pueden salirse con la suya, la habilidad que tienen para engañar es suficiente para caer en sus garras.

Tardé un poco en entender, pero hasta ahora me ha caído el veinte de aquel viejo refrán de mi dulce abuela, y cuánta razón tenía: Dinero que prestaste, enemigo que te echaste…