Quién diga que el poder no cambia a las personas, es posible que esté equivocado. En la historia, miles de casos demuestran que cuando un ser humano llega a ocupar un lugar de mando, tarde o temprano pierde el piso y su manera de actuar, de ser y de pensar sufre una transformación muy peligrosa.
En el mundo hay personajes – principalmente políticos – que han sufrido este asombroso cambio con las nefastas consecuencias que ello implica. Decisiones incoherentes, guerras absurdas, acciones desatinadas y un sinfín de incongruencias que desequilibran países, empresas y sociedades enteras.
A este trastorno, se le conoce como el Síndrome de Hubris. Quienes padecen este problema son personas, en su mayoría líderes que se sienten capaces de realizar grandes tareas. Creen saberlo todo. Tienen una visión mesiánica, ven enemigos por cualquier lado, nunca se responsabilizan de sus errores y se sienten moralmente superiores al resto de los mortales.
No permiten la crítica y les gusta rodearse de seres que le admiren y que no les contradigan. Cuanto más poder tienen, se vuelve inaccesibles y para ellos, nadie es mejor. Según ellos sus ideas son únicas, innovadoras y revolucionarias.
Este concepto con raíces griegas que significa desmesura. Es lo contrario a la sobriedad y a la moderación. La gente que lo padece, también exhibe un ego desmedido y omnipotente con el deseo de transgredir los límites que los dioses inmortales impusieron al hombre frágil.
De este síndrome ningún poderoso escapa, solo que muchos lo ocultan por así convenir a los intereses particulares de cada pandilla, sea de derecha, de centro o de izquierda. Aunque se mantiene en estrecho secreto, la hubris o hybris está presente en todo momento.
Este trastorno es algo que ha existido a lo largo de la historia. En los últimos años ha sido objeto de múltiples estudios psicológicos con el propósito de encontrar las raíces de ese comportamiento y poder encontrar alguna solución.
En el año 2008, el doctor británico David Owen realizó un estudio sobre la presencia de la hubris en los líderes más emblemáticos del mundo, el cual desembocó en un libro titulado, En el poder y en la enfermedad, donde confirma lo que se ha explicado anteriormente.
En México, la salud mental no es un tema prioritario y lamentablemente nuestros funcionarios públicos nunca pasan por filtros especiales que determinen el estado de sus emociones. ¿Cuántas decisiones importantes han sido tomadas desde la enfermedad del poder? Son muchas, sin duda alguna.
Ahí está la historia y ahí están las acciones que han cambiado el rumbo del país porque fueron realizadas desde las emociones exaltadas y turbias de un sujeto dominado por la hubris.
No obstante, de ser un problema que se presenta en cualquier esfera de la vida social, es en la cuestión política donde más se pueden observar los efectos que produce porque la mayoría de los servidores públicos están bajo la mirada continua de todos.
Sin excepción alguna, los ex presidentes de nuestro país son los casos más puntuales de esta problemática. Es por ello, que no debería sorprendernos lo que ocurre actualmente con el primer mandatario, quien todos los días da muestra de que la hubris se ha apoderado de su ser.
No es necesario ser experto para identificar los excesos verbales que tiene el presidente para quien no está de acuerdo con él. Su maniqueísmo es elocuente y, con todo respeto, cree tener una superioridad moral sobre todos, aunque no sea así. Él lo cree y sus seguidores también. No permite críticas y ve enemigos o adversarios en todas partes.
A casi cuatro años de gobierno, el presidente se ha convertido en el personaje más popular del país. La gran mayoría de la gente lo sigue, lo adora y lo venera. Su popularidad es impresionante. No se observa por ningún lado a algún otro sujeto que pueda restarle fama, cariño y obediencia. Su ego es cada vez más alto y su poder es inconmensurable.
Y evidentemente nadie de los que le rodean le dirá que no todo lo que hace está en lo correcto y que sus acciones no son tan efectivas como él piensa, porque este tipo de personalidades no lo aceptan y mientras sigan con el poder en la mano, su narcisismo ira aumentando a la par de su mesianismo y soberbia.
Aunque la ciencia no admite que este síndrome sea un padecimiento que requiera con urgencia un tratamiento médico o psiquiátrico, el doctor David Owen comprobó que una vez que estas personas dejan el poder, el síndrome de Hubris desaparece por completo. Porque es un trastorno adquirido y reversible.
Faltan dos años y meses para que termine este sexenio y para que el presidente deje su encargo. Llegue quien llegue a suplirlo, seguramente se subirá a su ladrillo y ejercerá el poder desde la fantasmagórica figura del síndrome de hubris, como lo han hecho todos anteriormente.
Salvo que alguien de los candidatos comprenda, analice y tenga bien puestos los pies en la tierra, para no caer en la maldita tentación de gobernar con la emoción, la cadena se rompería y por fin alguien con la mente sana lograría lo imposible: vencer el deleznable comportamiento que provoca el poder mesiánico.