Por Rene González
José Revueltas viajó a caballo desde Sabinas Hidalgo hasta Estación Camarón en el norte de Nuevo León durante la primavera de 1934 para organizar una huelga de peones agrícolas, cuentan algunas fuentes, y él mismo recupera este episodio en las memorias que comenzó a escribir en los años setenta y que nunca terminó bajo el título de Las evocaciones requeridas.
Sólo tenía 19 años, pero Revueltas ya era un aguerrido militante y ex preso político -con antecedentes en las Islas Marías-. Con un toque literario las fuentes dicen que el joven Revueltas galopaba con el cabello largo y negro ondeando en el viento hacia su destino para organizar una insólita insurrección agraria. Aunque en realidad el cabello largo lo utilizó al lado de sus incomparables lentes en sus últimos años de vida cuando era una especie de fantasma viviente, compañero bohemio e ideólogo de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en el contexto del movimiento de 1968.
En la primavera de 1934, año en que José Revueltas tuvo aquella incursión primero en Sabinas Hidalgo y luego en Camarón Nuevo León, México se incendiaba con el segundo levantamiento cristero, mientras todavía faltaban meses para que en diciembre asumiera el poder el General Lázaro Cárdenas del Río, en tanto el mundo se conmovía por comienzo de “La larga marcha China”, y la URSS adoptaba el “realismo socialista”.
Hoy de la Estación Camarón quedan únicamente vestigios y un nombre novelesco con tufo costero en medio de Aridoamérica para una garita ubicada entre los desérticos y hostiles caminos hacia Nuevo Laredo por un lado, o bien para andar hacia la milimétrica frontera con Estados Unidos que dejaron los liberales a Nuevo León para cercar los afanes anexionistas de algunos portavoces del conservadurismo del siglo XIX. Hasta allá llegó el inquietísimo militante Pepe con el sueño ferviente de desatar un levantamiento de los de abajo, que irradiara desde el norte para edificar una sociedad comunista.
En Las evocaciones escribe José Revueltas: “El norte es tierra blancuzca e hiriente. Llanuras y desiertos todavía sin domar: ariscos, poblados de matojos y chaparros, de dolorosos cactus que martirizan, torturan la carne, casi símbolo de toda la tierra mexicana, india y dolida. El horizonte reverbera atravesado por los rayos de un sol impune, rojo como una bola de fuego”.
Desde Sabinas Hidalgo y después desde Camarón, Revueltas escribe algunas cartas a su familia, haciendo un recuento literario del periplo, sin decir de sus afanes militantes: “Y así, como una grata sorpresa, se encuentra de pronto a Sabinas Hidalgo, Pueblecillo sin pretensiones. Tiernamente acurrucado, dulce.”
Continua su reseña: “Los domingos, kermeses donde los jóvenes rompen huevos de sorpresas en las cabelleras de las damiselas, empolvándolas o policromándolas de confeti. Fiestas provincianas con música de viento. Bodas indisolubles con asistencia de todos los parientes y amigos, que son la mitad del pueblo”.
Revueltas está alegre en Sabinas, de dónde en sus narraciones había contado que “las muchachitas eran muy lindas”, pero el rayo de la revolución lo guía a su nuevo destino.
El 16 de marzo de 1935 escribe ya desde Camarón: “Querida madre, hermanas, etcétera: Desde ayer me encuentro en este lugar. Tuve que salir violentamente de Sabinas Hidalgo, donde me encontraba”. Y después les informa: “La noticia de una huelga en Camarón vino a sacarme de los idilios “sabinescos”, y salí volando para este lugar. Aunque creo que no les interese demasiado, el movimiento revolucionario es formidable. No hay descanso. Se nos avecinan cosas soberbias. Todo esto me hace estar encantado de haber nacido. Pienso no regresar a México después de que no hayamos hecho algo realmente de provecho en toda la región”.
La insurrección fracasa, José Revueltas es detenido y su siguiente texto se denominará “Hacia las Islas Marías, en las cárceles del Norte”.
La revista Defensa Roja dedica un número a José Revueltas en protesta por su detención y deportación a las Islas Marías. Lo describe así: “José Revueltas cumplió 19 años el 20 de noviembre, y tiene ya toda una historia revolucionaria (…) Ha dirigido numerosos conflictos de huelga: Camioneros de Tacuba, Vidrieros, C. de Peralvillo-Cozumel. Y finalmente la de los obreros agrícolas de Camarón, N. L., en donde se le aprendió y deportó a las Islas Marías con cuatro compañeros, después de más de dos meses de secuestro. Allí, como lo demás (sic), es obligado a trabajos forzados, sufre paludismo y las mil miserias de aquel penal, donde son peor tratados que los presos comunes”.
La publicación se acompaña de dos fotos de José Revueltas a los 3 y 10 años de edad. De esta travesía de Camarón y su nueva estancia en las Islas Marías, surgen las motivaciones literarias del escritor para escribir su primera gran y fascinante novela Los muros de agua.
Casi un siglo después José Revueltas es para nosotros un símbolo de la perseverancia y la resistencia, un santo laico y patrono de las causas difíciles -pero necesarias- para abrevar de los caminos de la historia subterránea de las transformaciones. Escribió José Emilio Pacheco sobre él:
“Ser escritor, militante y teórico son actividades que por sí solas convocan a menudo a la arrogancia, actitud desconocida en Revueltas que reunió las tres en su persona. (…) Nunca se hablará lo suficiente de su digna humildad que lo llevará a ser estudiante perpetuo, en contraste con nuestra generalizada pereza cultural; o de la magnanimidad con que daba lo mismo su tiempo que el libro penosamente adquirido o el escaso dinero que tenía en manos”.
En nuestros días de esperanza y motivos para sonreír, en fechas que siempre nos traen las explicaciones requeridas de la justa dimensión para nuestro trasiego, independientemente de donde nos ubiquemos, en que tiempo, lugar, ciudad, rincón, región o espacio, como aquel Revueltas que cruzó el desierto con la firme idea de un levantamiento de los obreros agrícolas de Camarón, Nuevo León; nunca debe ser perene la chispa en los ojos, que miran de frente, quizá a veces erróneos o despreciados, pero siempre auténticos y conectados con el galopar del corazón encendido en llamas por la interminable búsqueda del bien común.