Redacción

La obesidad es un factor de riesgo de resultados adversos para la salud física y mental y actualmente afecta a más de mil millones de personas en todo el mundo. Debido a su naturaleza multifactorial, su prevención y tratamiento requieren de diferentes enfoques, incluidos patrones de sueño saludables.

Para las personas privadas de sueño y los trabajadores por turnos, se han recomendado las siestas durante el día. En muchos otros sitios, las siestas son parte de la cultura del lugar. El descanso después del mediodía es una práctica común en numerosos países para recuperarse de los efectos nocivos del sueño insuficiente e, incluso, según los dichos populares, para “hacer la digestión”.

Sin embargo, la relación entre las siestas y la salud metabólica aún no se comprende bien. Y ahora, según informó en un reciente estudio un grupo de científicos de Murcia, podrían no ser tan beneficiosas para la salud como se suponía.

“Todo depende de su duración”, sostuvo Marta Garaulet, científica del Instituto de Investigación Biomédica de Murcia, IMIB-Arrixaca-UMU del Hospital Clínico Universitario de Murcia y especialista de la División de Trastornos Circadianos y del Sueño de los Departamentos de Medicina y Neurología pertenecientes al Hospital Brigham and Women’s en Boston, vinculado a la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard.

De hecho, los investigadores sugieren que las siestas largas, de más de 30 minutos, podrían estar asociadas con un mayor riesgo de obesidad, presión arterial alta y síndrome metabólico. Desde la memoria y la concentración hasta el estado de ánimo, el estado de alerta y la capacidad de aprendizaje, en teoría, la siesta diaria parece tener muchos puntos a favor. Pero los beneficios de tomarla a la mitad del día pueden variar en relación con la duración del sueño. De hecho, son las siestas cortas, a veces llamadas siestas energéticas, las que parecen ser más beneficiosas para la salud, según el estudio del Brigham and Women’s Hospital y el Instituto de Investigación Biomédica de Murcia.

Encontrar el equilibrio
Los científicos analizaron la relación entre la duración de la siesta y ciertas patologías, examinando datos de 3.275 adultos de la región española de Murcia, donde la siesta se considera al menos en el imaginario colectivo, algo así como una institución.

El 35% de los participantes solían hacer siestas (16% de ellos siestas largas). En comparación con el grupo sin siesta, los descansos más largos se asociaron con valores más altos de índice de masa corporal (IMC), circunferencia de la cintura, glucosa en ayunas, presión arterial sistólica y diastólica, así como con una mayor prevalencia de síndrome metabólico (41%). Por el contrario, la probabilidad fue menor en el grupo de siesta corta (21%) que en el grupo de no siesta.

Por su parte, fumar una mayor cantidad de cigarrillos por día en asociación con siestas largas determinó un IMC más alto (en un 12%). De manera similar, los retrasos en los horarios de sueño y alimentación nocturnos y una mayor ingesta de energía en el almuerzo (la comida que precede a la siesta) mediaron la asociación entre un IMC más alto y siestas más largas en un 8%, 4% y 5% respectivamente. La siesta en la cama frente a la que puede desarrollarse en un sofá o sillón mostró una tendencia intermedia entre siestas largas y las más cortas.

“Nuestros resultados fueron terminantes —concluyó Garaulet—. El momento de dormir y comer en la noche, la ingesta en el almuerzo, el tabaquismo, la duración y el lugar de la siesta determinaron esta asociación. Será adecuado tomar un reposo menor a los 30 minutos, distante del almuerzo y con preferencia en un sofá”.

También llamó la atención de los expertos los niveles de cortisol según la duración de las siestas. El cortisol es conocida como “la hormona del estrés” ya que ayuda a regularlo. La especialista española dijo que “el cortisol aumenta al levantarnos de la siesta, más si la siesta es larga”, y esto lleva a un desequilibro de esta hormona, de forma que “por la noche está alta y eso hace que se tenga menos sueño y aumente el estrés”.

Luego, los demás factores se pueden unir como para aumentar el riesgo de desbalance metabólico, ya que comer en forma abundante en el almuerzo aumenta la misma hormona y fumar impacta en la duración de las siestas y nuevamente aquí aparece el problema del aumento del cortisol mencionado en el párrafo anterior. “Este conjunto altera los ritmos circadianos, provoca cronodisrupción, obesidad y síndrome metabólico”.

Y, finalmente, “la respuesta elevada de cortisol después de una siesta larga también puede explicar por qué el 42% de las personas que hemos estudiado tenía hambre, y es porque el cortisol aumenta el apetito”.

De la investigación también participaron Bárbara Vizmanos, Ana Isabel Cascales, María Rodríguez Martín, Diego Salmeron, Eva Morales, Aurora Aragón-Alonso y Frank AJL Scheer.

En un estudio anterior, del que también participó Garaulet, publicado en 2021 por expertos del Centro de Medicina Genómica del Hospital General de Massachusetts y de la Facultad de Medicina de Harvard, en Nature Communications, demostró, “a partir de los datos del biobanco inglés de más de 450.000 personas, que existe una genética de siesta. Hay personas que nacen con propensión a dormir la siesta y otras que no”.

“En un estudio inicial con gemelas y mellizas vimos que la propensión inicial de dormir la siesta era muy alta en las gemelas, pero no en las mellizas, y esto viene a confirmar una relación genética que se asocia con la siesta. De hecho, descubrimos 127 genes que se asocian con la siesta, sobre todo con la frecuencia”, dijo la experta al diario El Confidencial.

En los análisis realizados para este último estudio, “las siestas estaban asociadas con un mayor riesgo de obesidad”. Ese estudio dio la idea a los expertos de analizar qué ocurría con personas de una sociedad donde la siesta es casi una tradición como la región de España donde se llevó a cabo para aclarar cómo se relacionan con la salud metabólica.