Empatía es la intención de comprender los sentimientos y emociones de una forma objetiva y racional lo que siente otro individuo. Esta acción está relacionada con el altruismo. Cuando el individuo siente el dolor o el sufrimiento de los demás, despertará el deseo de ayudar y al hacerlo tomará las mejores decisiones. En palabras llanas esto equivale a ponerse en los zapatos del otro.
Un hombre que fincó su carrera política por largos años siendo empático, solidario y altruista con él pueblo, es el actual mandatario de nuestro país. Parte de su carisma se debe primordialmente a esa gran manera que tiene de conectar con la gente. Su arrastre es impresionante y la aceptación que tiene de la gente es muy alta tras casi cuatro años de gobierno.
Se esperaba que esa misma forma de ser, la conservaría llegando al poder y la multiplicaría. Con todo el apoyo popular, con los recursos humanos y materiales a su disposición, era automático pensar que su sexenio estaría lleno de resultados favorables, sobre todo en el área económica y en la parte más vulnerable y pocas veces atendida con efectividad como lo es la seguridad.
Fue tan inobjetable su triunfo y tan esperanzador porque la mayoría de los mexicanos creyeron que era el principio de una etapa diferente. Sin cacicazgos, sin corrupción, sin muertes violentas, sin pobreza y sin abusos. Ese era el panorama que se esperaba.
Sin embargo, la realidad cruda y cruel ha dejado huecos que han sido imposibles de llenar. Los números y la realidad no mienten. Salvo la ayuda económica que brinda a los adultos mayores y sus programas sociales, tienen cierto éxito.
Y eso sucede porque sirven de apoyo a cientos de familias que no cuentan con recursos para subsistir y el dinero regalado les es útil para sufragar sus gastos y tener algo en la bolsa. Nada más.
El resto de los rubros pasan por los mismos caminos de anteriores sexenios sin que existan mejoras sustanciales, y lo peor de todo es que aquella empatía que distinguía a Andrés Manuel López Obrador, hoy se encuentra muy lejos de aquella que le dio el magno triunfo en 2018.
Lejos de ponerse en los zapatos de otros, el presidente se ríe a carcajadas para salirse por la tangente cuando se le pregunta algo incómodo. Utiliza el sarcasmo en todo momento y hace chistes de cualquier situación, para zafarse de lo difícil que le resulta hablar de los verdaderos problemas que están dañando diariamente a nuestro país.
Y es justo la seguridad nacional el mayor talón de Aquiles que tiene el presidente. Sin una estrategia efectiva, el país se acerca peligrosamente a un precipicio que, de no detenerse, las consecuencias serán lamentables, aunque el primer mandatario, fiel a su costumbre, lo negará y tratará de desviar la atención con una nimiedad.
Parece que no quiere entender que más allá de su indudable carisma, su llegada al poder fue gracias al hartazgo que tenía la población de los malos manejos de los hombres de la política, de la corrupción de los mismos y de la inseguridad instalada en todos los territorios de nuestro país.
Su compromiso era terminar con esos flagelos y lamentablemente no lo ha logrado. Aparentemente era una fórmula sencilla para un hombre que ha luchado contra todo y contra todos, y que además conoce el funcionamiento de las entrañas del poder más que nadie.
Sin embargo, prefiere contar un chiste que atender los problemas con seriedad y firmeza, deslindándose de su responsabilidad.
O cómo debe entenderse que el presidente no tiene la menor intención de cambiar su estrategia de seguridad, cuando diariamente se registran cien homicidios dolosos en nuestro país.
Signo inequívoco de que su plan es un verdadero fracaso. O qué decir de su ofensivo silencio cuando no es capaz de brindarle el pésame a las familias afectadas por el crimen organizado.
No, para ellos no tiene palabras. Mejor cuenta chistes y recomienda canciones populares o se va a jugar beisbol para que nadie le cuestione sobre lo verdaderamente importante.
Hábil y astuto lleva a la opinión pública al terreno que le es favorable. Quien se atreve a cuestionarlo, lo lincha públicamente y lo convierte en un enemigo del país, como es su costumbre.
Lejos quedaron las palabras que pronunció en su primer discurso en diciembre de 2018 donde decía convencido, “Estoy preparado para no fallarle a mi pueblo. Ahora que venía para acá se emparejó un joven en bicicleta y me dijo ‘tú no tienes derechos a fallarnos’ y ese es el compromiso que tengo con el pueblo, no tengo derecho a fallarles”.
Hoy, más lejos que nunca de aquella promesa, prefiere hacerse el gracioso en lugar de atender con eficacia sus compromisos y lo peor de todo es que olvidó la premisa más importante de colocarse del lado de los menos favorecidos y los más castigados por la inseguridad del país, quienes seguramente se preguntarán sorprendidos, señor Presidente: ¿Dónde quedó su empatía?