El mago de la distracción / Por JHAD

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Un gran truco de magia mantiene expectante al público. Sorprende, ilusiona, y logra desviar la atención hacia lo subjetivo. La mayoría de los observadores se deja llevar por los movimientos del mago sin poner mucha atención a los detalles.

Esa es la esencia de una puesta en escena en un circo, en el teatro o en la carpa. Todos aplauden. Nadie cuestiona al mago, salvo los escépticos, esos valiosos personajes que son tan necesarios en todos los espacios de la vida porque sirven para equilibrar lo real con lo fantástico.

Cuenta una historia que, en un cercano lugar, existe un espectáculo que se apodera de la opinión pública, casi todos los días, donde la magia, la ilusión y la subjetividad rondan por todos los rincones.

Hay aplaudidores que seducidos por las buenas artes del mago nada notan, nada dicen y nada cuestionan. son los incondicionales.

También hay escépticos. Esos los hay pocos, pero no dejan de vigilar y cuestionar al mago para que caiga en algunas contradicciones y evidenciarlo ante su propio público de que no todos sus actos mágicos son perfectos.

Cada que aparecen estos personajes, quienes respaldan al mago y el mismo fascinador, intentan lincharlos y buscan por todos los medios opacarlos. Una avalancha de descalificaciones inunda todos los espacios, polarizando los escenarios, haciéndolos ver como los traidores de esa puesta en escena cotidiana.

Y así mientras el mago cuida todos los detalles para que no lo descubran, mueve el sombrero de un lado para otro para que nadie se dé cuenta que el conejo siempre lo ha tenido bajo la manga y no dentro del sombrero.

Cuando un escéptico quiere cuestionarlo, el fascinador busca un pretexto para no dar la cara. No acepta que ha sido descubierto e intenta culpar al que le vendió el sombrero hace muchos años, y le hace ver su suerte, aunque no esté presente.

Sus seguidores así lo creen y buscarán al vendedor de la chistera para reclamarle sobre el material con que la fabricó y si se puede intentarán quemar su negocio por tan vil acto.

Al día siguiente, el mago dejará de realizar sus actos de magia por un momento para contarle a su público lo malo que era el comerciante. Que no pagaba impuestos, que era un abusivo, y al mismo tiempo, ofrecerá sus propios datos sin una verificación previa, que ensuciará el prestigio del tipo que le vendió el sombrero.

Ya desahogado vuelve a realizar el acto que tan bien domina y aunque las instalaciones del teatro se estén cayendo a pedazos, el mago minimiza el desastre que provoca la caída del escenario, la carpa y la tramoya, y continúa distrayendo a quien se deje.

Hábil y escurridizo, el mago saca el sombrero y el conejo y comienza el mismo ritual, tratando de desviar la atención de los escépticos y el aplauso fácil de sus adoradores ante el desastre que tiene en su carpa.

Empoderado por su gente, olvida que es un ser humano y tiene grandes fallas. No todos sus actos de magia son eficientes y muchos lo saben, pero él no quiere reconocerlo.

Y así transcurre su obra. Cuando su recurso mágico falla, busca culpables por todos lados y se refugia en el discurso de odio para desviar la atención del respetable, con razón algunos le llaman, el mago de la distracción.