Hace unos días, con la complicidad panista en el senado, se colaría en su seno, un nuevo profeta. Este, traería en lugar de los tradicionales “espejitos”, un proyecto “vanguardista” que conmovería hasta “la médula” la beatitud de sus ingenuos anfitriones. La parte central del discurso hacía énfasis en la necesidad imperiosa por frenar el avance inminente del “comunismo” en la “iberosfera” (cualquiera que esto sea).
Para formalizar los acuerdos denominados PANVOX, las dos formaciones firmarían la respetable “carta de Madrid” que representa a nadie.
No podemos pasar por alto la triste crisis panista, qué, ante la incapacidad manifiesta de actuar como oposición creativa en nuestro país, acude, como sus afines en el pasado, a buscar la “bendición” y paternidad de instancias tan desprestigiadas como la OEA y el partido español VOX, de abierto corte fascista.
Sin embargo, quizá la mayor agresión que recibiera nuestro país en esta visita desafortunada, es que Santiago Abascal, el invitado incómodo, se atreviera a invocar -en congruencia con su anacronismo- a un “Méjico” inexistente.
México es el nombre de nuestra nación, que le impusieran los antiguos mexicas, es decir nuestros antepasados, y nunca, a pesar de sugerencias estériles, la Academia Mexicana de la Lengua, admitió que se escribiera con “jota”. En 1992, la Real Academia Española (que no es capaz de regular el lenguaje en la propia España) reconoció que podría escribirse con X. En 2001, fue la misma RAE quien estableció la recomendación de que México se escribiera con X. Algunos sujetos que se han quedado al margen de la evolución, y, sobre todo, del respeto por los pueblos seguirán hablando del “Méjico” desconocido…