Muchas han sido las maneras en que el caudillo del sur ha vuelto a nuestra memoria para a hacerse un personaje del presente. Desde el estudio pionero de Jesús Sotelo Inclán, Raíz y Razón de Zapata (1949) hasta el extenso estudio documental de John Womack Jr. Zapata y la Revolución Mexicana (1969), fue que se comenzó una revisión puntual de las condiciones sociales en las cuales surgió la revolución agrarista en el sur de México. Este itinerario fue profundizado recientemente por el antropólogo Francisco Pineda en su investigación publicada en cuatro tomos, que se concentraron en analizar el contexto social y político en que se fueron desplegando la irrupción y la guerra que sostuvo el Ejercito Libertador, entre 1911 y 1919. El punto del que parten todos estos investigadores, o al punto que siempre retornan inevitablemente, es la figura del General en Jefe Emiliano Zapata Salazar, quien tuvo la trascendencia de heredar su nombre a todo un movimiento revolucionario compuesto primordialmente por campesinos.

Considerar a los individuos en relación al tiempo que les corresponde vivir es un principio histórico que pone atención en la dialéctica que se establece entre la personalidad y las circunstancias, puesto que ningún personaje puede abstraerse de las relaciones que nos hacen seres sociales. A pesar de este principio, el revisionismo sobre varias de las figuras claves de la historia nacional, más aún en el caso de Zapata, como símbolo por antonomasia de los valores y las causas populares, se empeña en poner el acento en lo que considera, desde sus propios valores, cualidades y defectos de los personajes bajo juicio, es decir a contracorriente de los esfuerzos más serios por entender los procesos sociales de los que eran parte los personajes, se vuelve a recurrir a las explicaciones basadas en el “genio de los individuos” como instrumento ideológico para reafirmar el ideal (neo)liberal de “los hombres que se hacen a sí mismos”.

Bajo esta lógica, el movimiento zapatista o toda la lucha agrarista pasa a ser obra y responsabilidad de un individuo excepcional: Emiliano Zapata, el mismo que fue asesinado a traición el 10 de abril de 1919; por lo tanto, descalificando a la persona, revisando sus contradicciones o haciendo recuento de lo que consideren limitaciones y errores, se termina por “desmitificar a los héroes”. Así, se puede afirmar libremente que “El zapatismo murió en Chinameca”, para pasar a considerarlo una excepcionalidad en nuestra historia. Pero, para que tanto desmitificador tenga trabajo, se tiene que relativizar la perspectiva social de las luchas y descalificar cualquier intento de resignificar o apropiarlas por nuevos actores: “El régimen se apropió de su memoria y solo lo utilizó para legitimarse”, “Tierra y Libertad nunca fue su lema”, o hasta “la Reforma Agraria es una traición al zapatismo”, son todos ejemplos, de cómo los “especialistas” también pretenden privatizar el pasado que considerábamos como un bien común.

El colmo de estas argumentaciones que pretenden expropiar a un personaje popular para convertirlo en un bien de consumo exclusivo para las elites intelectuales, puede sintetizarse con la afirmación: “Emiliano Zapata no era representante de un movimiento indígena, era más un dandy rural”. Con base en las propias fuentes que los historiadores utilizan, es posible debatir esta versión conservadora que se pretende establecer como nueva verdad en el discurso de los nuevos “científicos” nostálgicos del porfirismo y autores intelectuales del rancio conservadurismo de hoy.

Si bien, no hay constancia de que el propio Emiliano Zapata fuera un hablante fluido de la lengua náhuatl que prevalecía en Morelos a principios del siglo XX, existen valiosísimos documentos que escritos en lengua mexicana, fueron redactados para hacer extensiva la rebelión armada y llamaban a amplios sectores de otras regiones también nahuatlatos, a sumarse al Plan de Ayala: Los manifiestos en náhuatl de Emiliano Zapata, traducidos y publicados por Miguel León Portilla (1978) dejan constancia de la conformación del Ejercito Libertador y de varios de los jefes militares a los que se pretendía sumar a la causa agrarista. Esta identificación de su base social con la cultura de los pueblos originarios de las regiones donde tuvo presencia el zapatismo, no excluye que el propio Zapata pudiera considerarse parte de una “casta”, al reconocer también sus orígenes africanos, tan extendidos entre los peones de las haciendas azucareras morelenses, como el mismo Womack ha hecho notar. Pero la búsqueda de indígenas “puros” es una obsesión de los estudiosos, no de un movimiento armado que pretendió sumar a sus filas a los trabajadores rurales del centro y sur de México.

La etiqueta de movimiento indígena no viene de la estadística sino de la historia, como complemento al estudio pionero de Sotelo Inclán, la última revisión de los títulos primordiales enterrados en la iglesia del pueblo, Anenecuilco Memoria y vida de un pueblo (1991) remontan la lucha por las tierras comunales desde la solicitud que hicieron sus autoridades en 1587, hasta la copia de una pintura de 1614, en que se reconoció por parte de las autoridades coloniales el derecho de los habitantes de San Miguel Anenecuilco a disponer de las tierras que ya ocupaban antes de la colonización. Que, para principios del siglo XX, muchos de sus habitantes ya no hablarán náhuatl, no les quitaba los derechos que como colectividad seguían reivindicando al asumirse como un pueblo originario, tal cual sigue sucediendo en distintos territorios de México.

Las percepciones sobre la vida privada del general Zapata, bien puede servir para hacer sus películas, pero lejos están de ser el motivo profundo por el cual se acude a su figura, como símbolo popular de la justicia social. A la par que el general Francisco Villa, su presencia sigue inspirando a luchar en contra de las arbitrariedades para defender la comunidad propia, sin importar nuestro origen étnico. Más allá de las explicaciones basadas en su personalidad, podemos recurrir a su propio pensamiento político escrito a quien consideraba su igual, un hombre del pueblo, expresión por excelencia de la conciencia de clase que hoy se nos escatima como motivo de la lucha social:

“En este esfuerzo no nos detendrán ni tontos egoísmos, ni bastardas ambiciones, ni absurdos personalismos, que, desgraciadamente en nuestro país y durante las contiendas intestinas, han ocasionado muchas y muy hondas divisiones y retarda, en la actualidad, el triunfo definitivo de los principios proclamados.

Para combatir ese mal, había que ver por encima de todo interés mezquino, el interés general de todos los mexicanos, especialmente los de la clase humilde que son los que, con entera justicia, han estado peleando por la reivindicación de sus derechos; para ello era necesario buscar un franco acercamiento y un entero acuerdo, mediante el recíproco cambio de opiniones entre los revolucionarios de todo México, actualmente levantado en armas.”

Nosotros los hombres ignorantes que hacemos la guerra (2010) Carta del general Emiliano Zapata al general Francisco Villa. Tlaltizapán, Morelos 9 de febrero de 1919.

Para la Cuarta Transformación que recorre los caminos del México más profundo y real, es un imperativo recordar que: Zapata vive, la lucha sigue.