“El “sueño americano” (extendido) sugiere la idea de que en Estados Unidos la gente puede salir adelante por sus propios méritos. En la actualidad es una farsa, asegura el economista y filósofo Daniel Markovits, profesor de la Universidad de Yale” (BBC News Mundo).

Y esa es una reflexión que deberá hacer todo potencial inmigrante, pues no bastará  con internarse en aquel país, para resolver los problemas que le hayan motivado a tomar tan crucial decisión de abandono y desarraigo.

También tendrán que considerar en la Unión Americana 40 millones viven en la pobreza, 18.5 millones en pobreza extrema y 5.3 millones viven en condiciones de pobreza extrema propias del tercer mundo (Philip G. Alston, relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU, 2017).

López Obrador, durante su campaña y ya instalado en el gobierno, ha dicho reiteradamente que los pueblos de América deben retener a sus ciudadanos creando las condiciones óptimas para que su eventual partida solo esté condicionada por el gusto y el deseo, no por el hambre.

América Latina y el Caribe no pueden, ni deben seguir viviendo, bajo la tutela de la “nueva metrópoli de dominación hegemónica” (Amlo) que históricamente se abrogó el derecho de conducirles imponiendo gobiernos a modo en la mayoría de las naciones. Tenemos que acabar con el verdadero espíritu de la Doctrina Monroe que bajo una engañosa frase (“América para los americanos”) realmente apartaban no sólo a su competencia europea, también excluían a los propios pueblos de América Latina y el Caribe.

No resulta ocioso recordar las intervenciones de los Estados Unidos en los derrocamientos de gobiernos en la región que fueran contrarios a sus intereses políticos y económicos. Estos actos, que fueran negados por los “americanos” en su momento, quedaron demostrados por documentos que se desclasificaran años después por sus mismas instituciones:

Paraguay y Guatemala 1954, República Dominicana 1963, Brasil 1964, Argentina 1966 y 1976, Bolivia 1971 y 2019, Uruguay 1973, Chile 1973, El Salvador 1979, Granada 1983, Panamá 1989, Perú 1992, Venezuela 2002, Haití 2004 y Honduras 2009. La Organización de Estados Americanos (OEA) concebida en 1949 para “asegurar la paz y la seguridad, promover la democracia y proteger los derechos y libertades fundamentales en el continente americano”, fracasó en su condición de interlocutor válido al plegarse, una y otra vez, a los designios del imperio en detrimento del resto de las naciones.

De ahí una de las propuestas recientes del presidente de México: “No debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo”.

También, desde el Castillo de Chapultepec, López Obrador haría otra insinuación justa y temeraria: “La propuesta , es ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades”.

La Unión Europea:

Es una alianza política y económica que ahora está constituida por 27 países de Europa.

Objetivos de la Unión Europea:

Fomentar la unidad entre los pueblos de Europa y mejorar la economía y las condiciones de vida de sus ciudadanos a través de la creación de un mercado único que suprima fronteras entre países y se establezca la colaboración entre gobiernos para evitar desigualdades entre las regiones más ricas y las más necesitadas.

Ellos han logrado en su conjunto  constituirse  como la primer potencia económica del  mundo.

Son 19 los países europeos que conforman la “eurozona” actualmente y tienen al euro como su moneda oficial (Unión Monetaria Europea).

El sueño americano del presidente López Obrador es compartido por la mayoría de nuestros países. Todos querrían accesar, a un propio, y poderoso mercado de consumo, sin fronteras ni aranceles, que en 2021 se integra por 667 millones de personas.

Una vez incorporado al sueño Obradorista, se me ocurre, por su recurrencia en varios estados latinoamericanos, denominar a la moneda oficial, simplemente, peso americano.

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