El 25 de junio se conmemora el aniversario del natalicio de George Orwell, fabulista del futuro, cuyo nombre de pila era Eric Arthur Blair, escritor y periodista británico nacido en Motihari, India.

Le han llamado profeta o ilusionista, en realidad era un izquierdista disidente y crítico del totalitarismo nazi, del estalinismo y de las desviaciones de sus proyectos avasalladores, que condujeron desde la sobre-ideologización a mundos atroces. Es también un adelantado, en cuanto a caracterizar la sociedad teledirigida, vigilada y controlada por el “Gran Hermano” que concentra y manipula toda información para preservar el statu quo, como ocurrió con la televisión a fines de siglo XX, y quizá como ocurre con toda la información personal específica que actualmente concentran sobre cada individuo, las plataformas de las redes sociales.

Gran analista de las estrategias de dominación implementadas por grupos minoritarios pero poderosos y regentes de sociedades oprimidas, alguna vez escribió: “En principio, el fin de la guerra es mantener a la sociedad al borde de la hambruna. La guerra la hace el grupo dirigente contra sus propios sujetos y su objetivo no es la victoria, sino mantener la propia estructura social intacta”.

Se le podría nombrar como un antifascista verdadero, que incluso combatió contra los franquistas en la guerra civil española (es celebre que en 1936 le aseveró al gran novelista Henry Miller que iba a la guerra a “matar fascistas, porque alguien debe hacerlo”) y en su trinchera escribió artículos periodísticos –como profecías del fascismo– donde advertía de Hitler y otras pesadillas alucinantes.

La literatura de Orwell te atrapa desde las primeras páginas, es una puerta para iniciarnos en pasajes inolvidables de panoramas desoladores; incluso en la actualidad significa toda una tradición cultural que se define como lo orwelliano.

“Un concepto que logró trascender su obra. El término está incluido en el Oxford English Dictionary y dice: “Característica de los escritos de George Orwell, sobre todo con referencia a su relato distópico de un futuro estado totalitario en 1984”. Además, para The New York Times es “el adjetivo más ampliamente utilizado derivado del nombre de un escritor moderno”. Esto coloca a George Orwell como un escritor que, además de haber narrado, construyó un sistema de pensamiento teórico. Esto lo vuelve imprescindible”. (Montalbano, 2020).

Orwell era militante de izquierda, pero netamente libre pensador crítico, dispuesto a abanderar sus libertades y defenderlas. Señaló los límites del estalinismo que se desvió de los valores originales de la Revolución Rusa. En 1945 desde la ficción publicó Rebelión en la granja, una novela cargada de sátira e ironía, fábula mordaz de cómo el régimen soviético de Stalin corrompió el socialismo.

Junto con José Revueltas, fueron de los grandes autores del siglo XX que desde la periferia mundial cuestionaron el estalinismo con historias y narrativas prodigas; paradójicamente ambos sufrieron la incomprensión de sus propios camaradas que influidos por la propaganda los rechazaban y combatían.

Pero Orwell no claudicó en sus agudas revisiones de la falsificación de las utopías, y decía: “En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.

Rebelión en la granja es un libro cardinal para dimensionar como la búsqueda de “el poder por el poder” corrompe las mejores intenciones y pavimenta el camino a los panteones. El convertirse tras el paso del tiempo en ser parte de lo que más se había rechazado parece ser un axioma del comportamiento social.

Una de las características de la obra de Orwell es su inexistente caducidad, sus textos son vigentes y actuales, se escribieron con una visión universal y previsora de los problemas de la época, por ello su otra gran obra 1984 (publicada en 1949) es un clásico de todos los tiempos, se calcula que ha vendido 30 millones de ejemplares y ha tenido adaptaciones en cine, teatro y performance. Su anuncio apocalíptico y sombrío reaparece con personajes que surgen como hijos de cada década amenazando con un totalitarismo remasterizado, léase Donald Trump o Jair Bolsonaro.

En un creativo texto publicado en El País el 7 de junio de 2020, Eduardo Bravo reflexiona sobre aspectos que en los 40´s describe Orwell y que han significado verdaderas predicciones; entre otras la existencia de “micrófonos que lo graban todo” (los teléfonos móviles); el “habla-escribe” (que son las Apps para dictar frases, destinos o búsquedas); la “telepantalla” (televisiones inteligentes o smart tv); el “correo controlado” (e-mail), la “música enlatada” (CD o USB), pero lo más brillante de la reflexión es lo que se conoció como “Los dos minutos de odio” y a la fecha es un comportamiento social en asenso:

“El Hermano Mayor y su estructura opresiva organizan diariamente lo que llaman “Los dos minutos de odio”. Durante ese tiempo, las telepantallas emiten información sobre enemigos del sistema hacia los que los miembros del partido deben expresar su ira. Para aquellos a los que les parecen pocos estos 120 segundos de linchamiento, una vez al año, se celebra “La semana del odio”.

“¿Cuál es su equivalente actual? “Los dos minutos de odio” de 1984 se parecen mucho a las redes sociales (en especial a Twitter), para qué nos vamos a engañar. A través de sus pantallas y dispositivos móviles, los usuarios arrojan hiel contra los enemigos del Estado, contra sus vecinos, contra ese artista al que detestan, contra ese delantero que falló en la última jornada deportiva… La diferencia con 1984 es que en Twitter se puede hacer anónimamente y de manera voluntaria. El odio no como obligación, sino como vocación.”

“Los dos minutos de odio” se observan ya como una expresión de una sociedad deprimida, estresada y ansiosa, que como en las paredes de un baño se dedica desde el anonimato o las granjas de bots al insulto, la verborrea, la discriminación, el racismo y otras formas de odio. En “tendencias” agresivas se persigue, violenta o banaliza al que piensa diferente, al otro. En una fórmula cada vez más deshumanizante.

Socialista convencido que vio con esperanza la sociedad libertaria de la Barcelona de 1936, Orwell también abrevó de la desilusión de ver las luchas internas de la izquierda en mayo de 1937. Poco despuésfue herido de bala en el cuello en el Frente de Huesca y volvió a Inglaterra antes del final de la guerra.

Poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, se agravó su tuberculosis, hasta que murió en 1950, con solo 46 años. George Orwell, una vida fugaz y premonitoria de una humanidad teledirigida. Alguna vez vivió como indigente y nadie duda que realmente su legado haya marcado el imaginario colectivo contemporáneo; introdujo conceptos como la policía del pensamiento y abundó sobre la omnipresencia del poder bordando todas las pautas conductuales.

Un personaje fascinante como sus narraciones, Orwell sentenció: “Por lo que respecta a las masas, los extraordinarios cambios de opinión que ocurren a cada instante, las emociones que pueden abrirse y cerrarse como un grifo, son el resultado de la hipnosis a la que las someten los periódicos y la radio”.

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