La carne, los huevos y la leche son fuentes de nutrientes esenciales que no pueden obtenerse de igual forma mediante la ingesta de alimentos de origen vegetal, revela un informe presentado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Con base en el estudio, “Contribución de los alimentos de origen animal terrestre a una dieta sana para mejorar la nutrición y la salud”, esos alimentos son “especialmente importantes” durante etapas fundamentales de la vida como el embarazo y la lactancia, la infancia, la adolescencia y la tercera edad.
Destaca que el consumo de carne, huevo y leche proporcionan una variedad de macronutrientes importantes, como proteínas, grasas y carbohidratos, y micronutrientes que son difíciles de obtener de los alimentos de origen vegetal.
Las deficiencias de micronutrientes más comunes en todo el mundo son de hierro y vitamina A, principalmente en niños y mujeres embarazadas. En el mundo, más de uno de cada dos de los 372 millones de niños en edad preescolar, y 1200 millones de mujeres en edad fértil, sufren la falta de al menos uno de los tres micronutrientes: hierro, vitamina A o zinc.
Alimentos de origen animal combaten desnutrición
Agrega que proteína de alta calidad, una serie de ácidos grasos esenciales, hierro, calcio, zinc, selenio, vitamina B12, colina y compuestos bioactivos como carnitina, creatina y taurina son proporcionados por alimentos de animales terrestres y tienen funciones importantes para la salud y el desarrollo.
Según el informe, si se consumen como parte de una dieta balanceada, los alimentos de origen animal pueden ayudar a alcanzar las metas de nutrición aprobadas por la Asamblea Mundial de la Salud y Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados por las Naciones Unidas en su Agenda 2030.
Esos ODS se relacionan con la reducción del retraso del crecimiento, la emaciación en niños menores de cinco años, el bajo peso al nacer, la anemia en mujeres en edad reproductiva, y la obesidad y las enfermedades no transmisibles en adultos.
“Las especies y razas ganaderas contribuyen a una alimentación sana, sobre todo en zonas poco o nada aptas para la producción agrícola”, afirman en el prólogo del informe María Helena Semedo, directora general adjunta de la FAO, y Máximo Torero, economista jefe de la organización.
Carnes rojas procesadas dañinas para el organismo
Sin embargo, apuntan que, para optimizar esta contribución a la salud humana y planetaria, el sector ganadero debe contribuir a abordar una serie de retos relacionados con el ambiente, la gestión de los rebaños, la sanidad animal, la interacción entre el hombre y la ganadería, y la equidad.
El sector debe abordar los temas de deforestación, uso de la tierra, emisiones de gases de efecto invernadero que recalientan la atmósfera, el uso insostenible del agua y la tierra, la contaminación y la competencia entre alimentos y piensos.
Asimismo, la baja productividad de los rebaños, el sobrepastoreo y el bienestar animal deficiente; las enfermedades de los animales y su resistencia a los antimicrobianos; las enfermedades zoonóticas y las transmitidas por los alimentos, y la equidad en toda la cadena de producción, distribución y consumo.
En lo que respecta a los riesgos derivados del consumo de alimentos de origen animal, el informe reconoce que las carnes rojas procesada pueden provocar enfermedades cardiovasculares y el cáncer colorrectal.
Difundir beneficios de la proteína animal
Sin embargo, el consumo de carne roja no procesada en cantidades moderadas (entre nueve y 71 gramos al día) puede entrañar un riesgo mínimo, pero se considera seguro en cuanto a su incidencia en la aparición de enfermedades crónicas.
Mientras tanto, no hay evidencias concluyentes de la relación entre el consumo de leche en adultos sanos y enfermedades como las cardiopatías coronarias, los accidentes cerebrovasculares y la hipertensión.
Tampoco existen evidencias significativas del vínculo entre el consumo de huevos y aves de corral y dichas enfermedades.
La FAO señala que su Subcomité de ganadería animal pide a los gobiernos a actualizar las directrices dietéticas nacionales, para que especifiquen cómo contribuyen la carne, los huevos y la leche a satisfacer las necesidades específicas de nutrientes en las distintas etapas de la vida de los seres humanos.