Los indios levantaron sus puestos a oscurecer. Entraron en la lluvia con sus pesados tercios a la espalda; pasaron por la iglesia para rezarle a la Virgen, dejándole un manojo de tomillo de limosna. Luego enderezaron hacia Apango de donde habían venido. “Ahí será otro día”, dijeron. Y por el camino iban contándose chistes y soltando la risa.

Juan Rulfo. Pedro Paramo

Una mirada profunda desde el respeto

La vida del escritor Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, estuvo marcada por una presencia recurrente: los pueblos originarios y campesinos; los primeros ciudadanos mexicanos con los que comenzó a mirar profundamente la realidad de este país, desde la convivencia cotidiana y la atención que a ellos aprendió a dirigir. Oriundo él mismo de la zona rural, su infancia trascurrió entre los pueblos que se esparcen a lo largo de las sierras que comparten el sur de Jalisco, con las estribaciones del volcán de Colima, aquellas comunidades que quizá Luis González reseñó en sus microhistorias. Las escenas que Rulfo plasmó en sus célebres obras, bien pudieron ser la recreación literaria de recuerdos propios, o de otros instantes venidos de los viejos habitantes de una región ancestralmente ocupada por pueblos nahuas y otomíes que terminaron perdiendo su lengua e identidad, por acción de las políticas de colonización, pero no su cultura ni sus verdades más entrañables.

Desde muy joven, ya fuera para continuar sus estudios o por motivos de trabajo, Rulfo tuvo que viajar; y fue viajando como logró conocer otras regiones de México para acercarse a su gente, experiencias que lo terminarían de marcar en su sensibilidad de escritor. Es conocida la anécdota que siendo agente de ventas de una empresa llantera, -un trabajo que detestaba-, tuvo la oportunidad de viajar por los caminos de buena parte del país, en recorridos que afianzaron en él, la pasión por la fotografía. Gran parte de sus célebres fotografías en blanco y negro están centradas en la vida de los pueblos y en los paisajes que ellos seguían habitando desde tiempos inmemoriales. Así, tanto en las imágenes como en la literatura, Rulfo dejó plasmado su visión sobre los indios de México – “núcleos de población valiosa que vivían en el olvido y la soledad.”- como víctimas de una indiferencia impertérrita que el resto de la nación les seguían prodigando en pleno siglo XX.

Otro de los trabajos con los que sostuvo su actividad literaria, fue un breve, pero intenso periodo como investigador en la Comisión de la Cuenca de Papaloapan, equipo multidisciplinario del Estado mexicano encargado de estudiar las problemáticas propias de las regiones limítrofes entre Veracruz, Puebla y Oaxaca: rincones inaccesibles e insalubres para el resto de los mexicanos, pero habitados tozudamente por chinantecos, mixes, mazatecos, chocholtecas, chontales y zapotecos. Al evocar en un homenaje póstumo, la figura de Raúl Sandoval Landázuri, ingeniero encargado de la Comisión, quien murió en un accidente aéreo, Rulfo definió en su ejemplo de acción pública para mejorar las condiciones de vida de los pueblos, un nuevo modelo de héroe para la admiración de la sociedad posrevolucionaria: “Él, que combatió por la causa de México con la más grande nobleza, sin banalidades, consagrando su corazón a crear un destino mejor para el hombre“[1] 

De ese mismo tiempo, y de su propia convicción, es que Rulfo colabora como documentalista entre los pueblos mixes y redactando textos etnográficos en forma, sobre los chinantecos o sobre los huicholes.

Pero fue en una etapa menos conocida de su vida, después de haberse retirado él mismo como escritor habiendo creado una obra universal como la definió Borges; en que sus actividades profesionales se centraron en la edición de las obras de otros. Ya fueran reconocidos antropólogos, o apenas jóvenes estudiantes, supo poner todas sus capacidades y cuidado para dar a conocer una vasta producción etnográfica y de difusión de lenguas indígenas mexicanas, desde el Departamento de Publicaciones del antiguo Instituto Nacional Indigenista (INI). Así colaboró como funcionario durante 24 años, dentro del organismo público enfocado en la atención de las necesidades de los pueblos indígenas.

Pero su relación profunda con los pueblos no podía ser solo una temática, ni menos llegar a considerarlos como un objeto de estudio, o meros sujetos de atención oficial; sino participes de un futuro que compartían con todos los mexicanos. En una entrevista con Fernando Benítez, declaro Rulfo: “Pienso que México en un futuro cercano tendrá recursos suficientes para llevarlos a las zonas marginadas y combatir la desigualdad. No soy un profeta, pero creo que nuestro país seguirá siendo por muchos años un país de muchas lenguas, de muchas culturas diferentes, de costumbres y mitos maravillosos. En los indios hay algo distinto, algo nuevo y muy viejo que no hemos logrado valorar ni aprovechar debidamente.”

Pese a las críticas académicas que ahora saltan automáticas en contra de cualquier acción “indigenista”, muchas de las mejores mentes y corazones de esas generaciones, no dudaron en trabajar y aprender de los pueblos indios, que la mayoría de los mexicanos despreciaban, o simplemente ignoraban; las limitantes de esa acción estuvieron puesto por la estructura de pensamiento que caracterizó una más de las crisis recurrentes del capitalismo. El propio Rulfo, desencantado de los círculos literarios y sus nacientes mafias culturales, optó por colaborar en la acción institucional desde la década de los 60´s, y así mantener una relación creciente de admiración, que llegó a comprender que los pueblos no necesitaban ser “incorporados al sistema” y que esos afanes, solo traería el seguro exterminio de sus culturas, tal como dejo plasmado dos años antes de su muerte, en las palabras que escribió para una exposición del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson.[2]

Ambos artistas, coincidieron en descubrir el alma de México entre sus habitantes más ninguneados, los mismos indios que seguían habitando el campo y la ciudad en condiciones de miseria después de la revolución mexicana; por este verdadero descubrimiento, su mirada profunda estuvo dirigida a captar, entre esas escenas de soledad sempiterna y tristeza suspendida, las espontaneas sonrisas de los mexicanos originales; pues descubrieron que la risa de los pueblos era, el contrapunto necesario, con la desolación de los muertos.

Un 7 de enero de 1986 partió Juan Rulfo, hoy recordamos su mirada profunda, del gran autor quien escribió en una de sus célebres obras: “Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo”.


[1] Juan Rulfo. Un texto y dos esbozos. La Jornada Semanal. 12 noviembre 2006

[2] https://tinyurl.com/mwa3yyx2