Como si se tratara de una película de ciencia ficción. Por el momento en el que sucedió y por lo que significa esa fecha para la memoria colectiva de los mexicanos, el sismo de 7.7 grados de este lunes removió la tierra, pero removió más nuestras frágiles emociones.
Nadie esperaba que, de nueva cuenta, por tercera vez en el mismo día, pero de diferente año, un temblor se haría presente en nuestro territorio, porque las posibilidades de que esto sucediera eran mínimas. Pero no fue así. De ahí la sorpresa.
Seguramente se trata de una cruel coincidencia, sin embargo, desde un punto de vista subjetivo también parece ser una advertencia o una lección de alguien superior, que juega con los humanos de una manera lúdica para demostrarnos que somos frágiles y mortales.
Aunque es conocido por todos que México se encuentra en una zona altamente sísmica y esos movimientos son habituales, aun queda claro que, pese a saberlo, seguimos sorprendiéndonos.
Queda claro que después del sismo de 1985, donde hubo miles de muertos, la sociedad civil mexicana ha evolucionado en su trato con los sismos. Esa fecha histórica fue el parteaguas, porque se modificaron las reglas para el manejo de los sismos que, en ese entonces eran mínimas.
La alerta sísmica es la mejor herencia. Gracias a ese timbre de terror, se han salvado vidas y se han evitado tragedias. No obstante, la memoria colectiva aún se estremece. La experiencia de quienes vivieron el terremoto en 1985, jamás podrá olvidarse y la llevarán hasta el fin de sus días.
Mis papás, por ejemplo, me cuentan que ese evento fue terrible. No había celulares. No había agua. Solo se escuchaba la sirena de las ambulancias. Lamentablemente perdieron a varios amigos. Yo era muy pequeña y la verdad, no recuerdo nada.
Con el tiempo y un poco con la neurosis de mi mamá, me fui convirtiendo en una persona con un gran miedo a los sismos. En la primaria me tocó vivir algún movimiento telúrico y pude observar como mis profesores se ponían nerviosos.
En poco tiempo, me mimeticé con ellos. Ahora cada que tiembla, lloro, rezo y me angustio como mi mamá, como mis maestros y como casi todos los que vivimos en esta capital y en este país.
El recuerdo colectivo de 1985 nos atrapa cada vez que el suelo se mueve. Y por si algo faltara a este guion de terror, 32 años después, justo después de conmemorar a los caídos y luego de haberse realizado un simulacro, de nueva cuenta con una coincidencia macabra, el suelo tembló y de nueva cuenta México se llenó de luto.
Pese a que se activaron todos los protocolos, no todos fueron efectivos y la cifra de muertos volvió a ser muy grande. Ese 19 de septiembre de 2017, fue un día negro y triste para todos. Este evento dolió y estremeció a las nuevas generaciones.
Y como cada que ocurre este tipo de fenómenos, la información que inunda los medios y las redes es contundente. La famosa falla de San Andrés se convierte en tendencia.
Se sabe que, de un momento a otro, un mega sismo en aquella zona, cambiará el eje terrestre y nuestro país será uno de los más perjudicados. De acuerdo a los científicos este terremoto no tiene fecha ni hora para aparecer.
Llegará en cualquier momento y los daños serán cuantiosos. Es por ello que los protocolos deben perfeccionarse. Poder actuar unos segundos antes, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Por eso este sismo del lunes 19 de septiembre de 2022 vino a remover de nuevo todo. Y así, como les dije, como en un cuento de terror, después del simulacro, otra vez la tierra se estremeció y de nuevo los fantasmas de 1985 y de 2017 se sentaron junto a nosotros para jugar con las emociones.
Justo en un día hábil, dentro de un horario de mucho trajín, el movimiento telúrico se adueñó del escenario y nos volvió a demostrar que somos frágiles y débiles ante la naturaleza. Ante ella, no somos nada.
Lo más duro de todo esto es que los sismos seguirán. Nadie ha encontrado la fórmula para contenerlos. Vivir en una zona altamente sísmica nos condena a padecerla. La furia de la madre naturaleza no sabe de solidaridad ni de oportunidades. Ella es así y no podemos cambiarla.
Lo mejor será hacer una introspección y vivir a plenitud la vida porque una nunca sabe. Hay que amar y dejar de odiar. Hay que dejar atrás el materialismo y ser más espiritual. Quien quita y la naturaleza se da cuenta de nuestras buenas intenciones y rezos para que apiade de nosotros brindándonos protección cada vez que se manifieste. En fin.
Maleficio, chiste cruel de Dios o simplemente una coincidencia macabra, este 19 de septiembre de 2022 me volvió a confirmar que, vivir en un país que se encuentra en una zona de alta sismicidad, ha sido, es y será por siempre: una eterna zozobra.