Si tú crees es provocador el título de este texto, estaré cumpliendo algún objetivo.

Sería ocioso hacer un recuento de crímenes sin castigo en la política mexicana. Han sido tantos, qué, por su recurrencia, terminaron siendo para muchos, irrelevantes y comunes. Sin embargo, en lo que va de este siglo, los mexicanos sufrimos el mayor desaire a nuestros derechos político-electorales, en 2006, con el fraude mejor documentado de la historia.

Esta vulgar estafa, perpetrada a la ciudadanía, tuvo como agravantes de la traición, la alevosía y la ventaja.

En marzo de 2004, fueron presentados a “televisión abierta” unos videos, producidos y editados por un proveedor del antiguo Departamento del Distrito Federal, por instrucciones de Carlos Salinas de Gortari y su socio Diego Fernández De Ceballos. Estas imágenes, mostraban a un antiguo colaborador del Jefe de Gobierno, recibiendo dinero para campañas locales del PRD. Los “titireteros eternos”, buscaban desprestigiar al potencial candidato de la izquierda a la presidencia de la República en el 2006. 

Vicente Fox Quesada, conocido por sus amigos, como el “alto vacío”, y quien fuera en esa época inquilino de “Los Pinos”. Había recibido como consigna inapelable de sus patrones, destruir al precio que fuera, al único personaje que quitaba el sueño a los “varones del dinero fácil” 

El 7 de abril de 2005, Andrés Manuel López Obrador, sería desaforado por los 320 votos de la ignominia prianista, al desacatar una orden judicial, que exigía la suspensión en la construcción de una calle que requería con urgencia un hospital. Marchas y concentraciones por más de un millón de personas enardecidas habrían persuadido a Fox de su grave error político.

Como los “videoescándalos”, el desafuero se sumaba a un efecto contrario al esperado por los dueños de México. Vicente sería duramente reprendido.

En 2006, por órdenes de la presidencia, se organizaría una comitiva integrada por funcionarios públicos, un consejero (ciudadano) del funesto Instituto Federal Electoral (IFE), y Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, identificado, como un depravado protector de pederastas, para que fueran a pedir apoyo en las embajadas de Estados Unidos en México y el Vaticano, y así evitar la llegada al poder de un “comunista”. (Wikileaks, 2011).

Simultáneamente, Fox, robaba recursos de la “partida secreta” y contrataba, a través del PAN, a un publicista español que creara un mensaje enviado en millones de “spots”: “López Obrador, un peligro para México”. Por cierto, el IFE, también “cerraría los ojos” ante el ILEGAL financiamiento  multimillonario de éste “proyecto” por parte de la corrupta cúpula empresarial y todos los delitos electorales “tradicionales” que con impunidad se ejercieron.

El “triunfo” no se hizo esperar, el presidente idiota saldría a decir con cinismo, que él era la única persona que había ganado la presidencia de México dos veces. Y que sí, él había cargado “los dados” a favor de Felipe Calderón. Finalmente podría ofrecer “buenas cuentas” a sus amos.

El gran perdedor , como siempre, fue el pueblo, que atónito vería como le escamoteaban la victoria, las ilusiones y tantas esperanzas creadas en torno a su futuro. Era difícil volver a empezar. 

La “mafia del poder” tendría que arrastrar entre sus “logros”, la polarización entre los mexicanos que en ese momento nacía. 

No podemos engañarnos, y pensar, que “la revolución le hizo justicia” a la ciudadanía con el reconocimiento  a su avasallante conquista del 2018. No, esa sería una posición conformista y laxa que sólo abonaría a un degradante “perdón y olvido”. Tenemos que ser propositivos para dar continuidad, en tiempo y forma, a un proyecto inédito que construye cada día un país más justo con igualdad de condiciones para todos, derrumbando aquella legislación parcial que desde su nacimiento nos condena. 

Tengo la certeza pragmática, que cualquier candidato que avanzara en la encuesta de Morena, ganaría sin problemas la presidencia de la república en 2024. Pero también estoy cierto, en ningún caso, contaría con la autoridad moral, honestidad, obsesión y gallardía que distinguen al actual mandatario, que en mi concepto debe revertir su reiterada negativa a seguir gobernando.

No creo en dictaduras superfluas y caprichosas que sojuzguen a sus pueblos. Me solidarizo en la reelección de líderes que entregan su vida por ellos.