Me fui a ver a Silvio / Por María Luisa Prado

933

Como se los platiqué en algún texto anterior, por mi papá conocí a muchos personajes de la nueva trova cubana. En mi casa casi siempre se escuchaban canciones de protesta. Había discos y cancioneros con las letras y acordes de los temas más destacados. Era imposible escapar a ese fenómeno musical y cultural.

A mí no me resultaba difícil hablar de la nueva trova. Era una chamaca experta en el tema y me encantaba porque me hacía diferente al resto de mis amigos. Me veían rara porque me agradaba esa música de ritmo aburrido.

Aunque también me gustaba y me sigue gustando la música en general, yo podía sostener un debate sobre las canciones de Pedro Infante, José José, Blondie o los Tigres del Norte, entre otros. Yo no tenía ningún problema.  Y como no hacerlo, si la música es otra de mis grandes pasiones.

Así, mientras crecía, escuchaba a Silvio, a Pablo, a Noel, y a Feliu. Eran mis preferidos, pero siempre iba por delante Silvio. No lo sé, pero su voz me seducía, sus letras me inspiraban y su música me envenenaba.

Cualquiera de mis procesos emocionales siempre los acompañé con él. No obstante, que he cambiado, aún me quedan grandes enseñanzas de sus obras poético-musicales. Admito que no comparto su ideario político, no me gusta ni me convence. Pero eso es harina de otro costal.

Bueno, han de saber que la semana pasada anduvo por este país, Silvio Rodríguez, quien se presentó en el Auditorio Nacional después de ocho años de ausencia, para realizar dos conciertos en ese recinto y uno más en el Zócalo capitalino.

Obviamente, acomodé mis tiempos y me regalé un boleto para ir a disfrutar a mi poeta contemporáneo preferido. La última vez que vino a México fue hace ocho años y no pude verlo en el Auditorio, pero sí pude apreciarlo en el masivo que realizó en el Zócalo.

Con la misma ilusión que tuve la primera vez que lo vi en vivo, llegué al recinto del paseo de la Reforma una hora antes del concierto. Durante mi recorrido hacia la entrada. Observé que no solo yo era la emocionada. Eran muchas. Eran generaciones completas. Se mezclaban hombre y mujeres maduros y jóvenes. Ver a Silvio, siempre es emocionante. No importa la forma o el medio. Pero en vivo, normalmente es mejor.

No haré un recuento de los temas que interpretó, ni de la algarabía que provocaba cada vez que iniciaba su canto y más cuando esas canciones son las clásicas, las que lo identifican y que todos sus seguidores conocemos. Lo único que quiero contarles es la sensación que tuve al verlo y escucharlo desde mi perspectiva actual. Solo es eso.

No cabe duda que su presencia es mágica. Su porte ya no es el mismo, pero sigue imponiendo. Su humor se ha tornado más áspero, pero su talento es único. Difícilmente volverá a existir un artista tan completo como Silvio. No me cabe la menor duda.

Tengo grandes experiencias de los conciertos que he visto del cubano y, la verdad esperaba un poco más de este último. En los anteriores, la mayoría de las veces, la conexión entre el público y Rodríguez era mágica. La energía entre ambos se fusionaba, formando una bellísima obra de arte.

Esta vez, fue diferente. Incluso se disculpó de su forma de actuar. Contó que había tenido muchas pérdidas durante los últimos dos años y sus emociones no andaban muy bien. Quiero imaginar que esto fue lo que le restó calidad a su concierto.

No me gustó para nada que utilizara el escenario para dedicarle la canción El Necio al actual presidente de nuestro país, y menos que dijera que ese tema se lo compuso a Fidel. Desde mi punto de vista, no era necesario hacer esa mención porque pareció ser una odiosa comparación entre dos personajes muy distintos, en tiempos diferentes y circunstancias también muy distintas.

Es complicado que las casi 10 mil personas que llenaron el Auditorio por dos noches consecutivas, se dieran cuenta de esos detalles que posiblemente solo yo noté.

Esta vez, las canciones llegaban una tras otra sin explicación previa, solo a algunas les dedicaba una breve descripción y ya. Silvio parecía tener prisa. Imagino que no es nada grato cantar una canción miles y miles de veces.

Y vean si no. Silvio empezó a cantar a los 15 años y en noviembre cumplió 75, es decir, tiene 60 años pisando escenarios, viajando de un lado a otro. Llevando el peso de un artista sin igual, a quien los oportunistas del bien común, lo suben a sus escenarios para legitimarse y colgarse de su merecida y bien ganada fama.  

Claro que canté Ojalá y vibré y me emocioné, pero fue una emoción pasajera. No aplaudí para que saliera a cantar de nuevo una vez que ya se había despedido, pero sí me quedé hasta el fin para verlo, aunque sea de lejos. Lo aplaudí, pero no por el concierto, sino por su obra, su canto y su poesía con la que muchos crecimos.

Contrastada por lo que vi esa noche, pensé que el concierto masivo sería diferente. Esa era la dinámica de sus anteriores visitas. Para los que pagan boleto es un espectáculo diferente, para los que acuden al Zócalo de manera gratuita hay más apertura y cercanía.

Llegó el viernes, y ante una lluvia insistente, unas 80 mil personas fuimos a la plancha del Zócalo a ver a Silvio Rodríguez. Yo iba porque tenía la esperanza de que escucharía al Silvio más cercano, al más complaciente y lo único que encontré fue más de lo mismo.

Silvio siguió con su parquedad y su prisa. Mantuvo el mismo guion que emocionó a la mayoría, pero a mí ya no. Me quedé pensando mucho sobre ese gran artista.

Pensé y me alegré de que soy una de las privilegiadas que pudo ver al hombre que la historia pondrá entre laureles, al artista a quien amaré hasta el final y al hombre que se convirtió en mi ruiseñor.

Sí, todo eso aconteció,  en las dos noches en que me fui a ver a Silvio.