Es increíble el número de actividades que han cambiado en nuestras vidas después de la llegada del COVID19. Mientras no exista una vacuna efectiva contra ese virus, difícilmente volveremos a ser lo que antes éramos. Y la lucha por no contagiarnos, será el pan nuestro de cada día.
Hoy, casi todo es diferente. Aunque para muchos, es simplemente una enfermedad más que será vencida con el tiempo, con la costumbre o con la famosa inmunidad del rebaño.
Para mí si es algo bastante serio y quiero ser responsable conmigo, con mis seres queridos y con la sociedad en la que vivo y cohabito en este bello pero descuidado planeta.
Por eso hago todo lo que recomiendan los expertos sanitarios, a pesar del guapo doctor Gattel y mi berrinchudo presidente, quienes no aceptan ponerse el cubrebocas. La verdad no los entiendo, pero en fin, la política ya no me interesa tanto.
Parece que no son conscientes de que la gente les sigue y copian automáticamente todo lo que hacen, piensan y dicen como figuras públicas que son. Por eso mejor que se hagan bolas entre ellos. Es su problema y no el mío.
Regresando al tema que les decía, durante esta situación tan desconcertante, dentro de mi disciplina sanitaria, he aprendido a guardar la sana distancia cuando salgo a la calle y me lavo las manos con una frecuencia loca. Prefiero exagerar que lamentar. Por eso respeto y llevo a cabo todo lo que me dicen las autoridades competentes.
Soy un poco obsesionada con la limpieza y creo que de pronto me pongo loca y neurótica de saber que puedo ser contagiada por no tener limpio mi departamento o por un descuido. Me espanta pensar que el enemigo está en la calle y puedo caer en sus garras.
Pero dentro de todo este descontrol hay cosas buenas. Quien se ha llevado mi reconocimiento total, es sin duda, el cubrebocas. Ese pedazo de tela que da una sensación de confort y seguridad, a pesar de su fragilidad, es desde hace poco tiempo el héroe de esta película de terror que estamos viviendo todos.
Desde que leí que era una herramienta muy útil para evitar contagios lo he valorado como el artículo más amado y necesario para el bienestar de mi salud. Tengo una docena en mi colección personal y no tienen idea de lo bien que me siento cuando me lo pongo en mi rostro. Hasta fotos me he tomado para ponerlas en mi perfil en Facebook.
Mi colección incluye varios colores y algunas figuras famosas como Frida Kahlo, Madonna y el escudo de mis queridos pumas de la UNAM, entre otros.
Algunos se me ven bien, otros no tanto, pero me los pongo. No es un concurso ni una competencia. Lo que importa es contribuir a la sociedad desde mi trinchera para que pronto todo vuelva a la normalidad.
Apenas leí un reportaje que decía que si todos usáramos el cubrebocas, en dos meses quedaría controlada la pandemia. Esa información me reafirmó el compromiso de cuidarme. Después de saber eso, como me gustaría que la gente lo entendiera y cooperara para salvarnos de ese virus tan peligroso.
Tan cercano a mí, el cubrebocas me avisa si debo volverme a lavar los dientes porque de pronto tengo la sensación de que algo huele mal en ese espacio entre mi nariz y mi boca. Es un gran amigo y aliado.
Me auxilia mucho cuando digo alguna majadería y nadie se da cuenta de que lo hice. Oculta mis gestos y muy pocos reconocen mi estado de ánimo. Así puedo andar en mi coche y desde ahí, grito, canto y miento madres.
Pero lo mejor de todo es que protege mi salud. Evito que me contagien o evito contagiar a alguien. Lo uso con responsabilidad. Es mi decisión y la defiendo con mi vida misma.
Ojalá todos pongamos un granito de arena para que la pandemia no siga extendiéndose por nuestro México querido. Llevar a cabo las medidas sanitarias que nos piden las autoridades es prioritario. No hacerlo, nos hundirá profundamente y lloraremos todos,
Mientras eso sucede. No puedo dejar de decirles que estoy muy feliz con mi nuevo y eficaz amigo. Discreto y encantador no me cansaré de darle las gracias por tanto que me ha dejado en esta pandemia. Con todo mi amor, para mi querido cubrebocas, le digo por favor que nunca cambie…