Redacción

Los plásticos, especialmente los pequeños trozos llamados microplásticos, son un gran problema en todo el mundo. Llegan al aire, al agua e incluso a nuestra comida. La ciencia ya sabe que estas partículas son perjudiciales para las criaturas marinas. Sin embargo, aún se requieren nuevas investigaciones para perfeccionar el conocimiento sobre cómo podrían afectar a las personas. La profesora Jaime Ross y su equipo de la Universidad de Rhode Island se han dedicado a trabajar en este supuesto.

Su estudio se centró en dos temas principales: cómo los microplásticos afectan la forma en que funciona nuestro cerebro y cómo hacen que el cuerpo se inflame.

También querían analizar si se acumulan en nuestros tejidos, incluyendo particularmente el cerebro. En su análisis descubrieron que, al igual que estas partículas están en todas partes del medio ambiente, también pueden entrar en el cuerpo y provocar cambios en el comportamiento. Descubrieron que la infiltración de microplásticos estaba tan extendida en el cuerpo como en el medio ambiente, lo que provocaba cambios de comportamiento, especialmente en sujetos de prueba de mayor edad.

“Las investigaciones actuales sugieren que estos microplásticos se transportan por el medio ambiente y pueden acumularse en los tejidos humanos; sin embargo, la investigación sobre los efectos en la salud, especialmente en mamíferos, es todavía muy limitada -indicó Ross, profesor asistente de Ciencias Biomédicas y Farmacéuticas en el Instituto Ryan de Neurociencia y la Facultad de Farmacia-. Esto ha llevado a nuestro grupo a explorar las consecuencias biológicas y cognitivas de la exposición a ellos”.

El equipo de Ross, que incluye al profesor asistente de investigación Giuseppe Coppotelli, la estudiante graduada en ciencias biomédicas y farmacéuticas Lauren Gaspar, y la estudiante graduada del Programa Interdisciplinario de Neurociencia Sydney Bartman, acaba de publicar sus conclusiones en la Revista Internacional de Ciencia Molecular.

En el análisis los especialistas expusieron a ratones jóvenes y viejos a distintos niveles de microplásticos en el agua potable durante el transcurso de tres semanas. Descubrieron que la exposición induce a cambios de comportamiento y alteraciones en los marcadores inmunológicos en los tejidos del hígado y el cerebro. Los ratones del estudio comenzaron a moverse y comportarse de manera peculiar, exhibiendo comportamientos similares a la demencia en los humanos. Los resultados fueron aún más profundos en animales más viejos.

Alerta cognitiva
“Para nosotros esto fue sorprendente. No se trataba de dosis altas de microplásticos, pero en sólo un corto período vimos estos cambios -alertó Ross-. Nadie entiende realmente el ciclo de vida de estos microplásticos en el cuerpo, por lo que parte de lo que queremos abordar es la cuestión de qué sucede a medida que envejecemos. ¿Se es más susceptible a la inflamación sistémica causada por estos microplásticos a medida que se envejece? ¿Puede el cuerpo deshacerse de ellos con la misma facilidad? ¿Las células responden de manera diferente a estas toxinas?”

Los profesionales descubrieron que las partículas habían comenzado a bioacumularse en todos los órganos, incluido el cerebro, así como en los desechos corporales. “Dado que en este estudio los microplásticos se administraron por vía oral a través del agua potable, siempre fue probable la detección en tejidos como el tracto gastrointestinal, que es una parte importante del sistema digestivo, o en el hígado y los riñones -explicó Ross-. Sin embargo, la detección en tejidos como el corazón y los pulmones sugiere que los microplásticos van más allá del sistema digestivo y probablemente pasan por circulación sistémica. Se supone que la barrera hematoencefálica es muy difícil de atravesar. Es un mecanismo de protección contra virus y bacterias, pero estas partículas lograron entrar allí. En realidad, estaban en lo profundo del tejido cerebral”.

Los resultados han demostrado que esa infiltración cerebral también puede causar una disminución de la proteína ácida fibrilar glial (llamada GFAP), que respalda muchos procesos celulares en el cerebro. “Una disminución en GFAP se ha asociado con las primeras etapas de algunas enfermedades neurodegenerativas, incluidos modelos de ratón de la enfermedad de Alzheimer, así como con la depresión -indicó Ross-. Nos sorprendió mucho ver que los microplásticos podrían inducir una señalización alterada de GFAP”.

El equipo de trabajo tiene la intención de investigar este hallazgo más a fondo en trabajos futuros. “Queremos entender cómo los plásticos pueden cambiar la capacidad del cerebro para mantener su homeostasis o cómo la exposición puede provocar trastornos y enfermedades neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer”, concluyó