Zé Rubem Fonseca nació un 11 de mayo de 1925 y murió apenas el 15 de abril. Cuentista, novelista y cronista brasileño, se fue silencioso, faltándole unos peldaños para vivir un siglo.
Asimismo fue crítico de cine y guionista, pero nunca un personaje ávido de protagonismo público -más allá de brindarnos su prolífica y generosa herencia literaria-, siempre se negó a presentarse en televisión y por ende fueron escasas sus apariciones en la pantalla chica; la más recordada en los anales de la literatura fue casi anónima, cuando en noviembre de 1989 presenciaba la histórica caída del Muro de Berlín, el periodista brasileño Luiz Carlos Azenha lo escuchó hablar en portugués entre los curiosos y una insólita batucada de fondo, sin saber quién era ese testigo foráneo del reencuentro entre habitantes de las dos Alemanias y entonces Fonseca respondió la que quizá sea su única entrevista ampliamente difundida.
Brasil hoy sufre con el enemigo invisible de la pandemia y con la nueva dictadura disfrazada, 49% de los brasileños considera pésima o mala la gestión de su presidente Jair Bolsonaro, quien desestimó rotundamente las medidas preventivas para el Covid-19 y lo describió como “gripecilla” y “resfriado” durante un discurso dirigido a la nación el 24 de marzo. En la primer semana de mayo, este país ocupa el sexto lugar con más muertes por coronavirus en el mundo y el primero en América Latina. “Bolsonaro compite con Trump para ser el peor criminal del planeta”, ha dicho al respecto el intelectual Noam Chomsky.
En este país convulsionado por la emergencia y el regreso de la ultraderecha al poder, dada la circunstancia de la emergencia se fue sin despido multitudinario ni aspavientos Rubem Fonseca de un infarto, en una hora triste del 15 de abril, a los 94 años de edad.
Como José Revueltas o Luis Sepúlveda, Rubem Fonseca se forjó como escritor al calor del fuego intenso de la vida misma, con la experiencia del que ha experimentado. Estudió Derecho y fue comisario de policía en 1952 en la insondable periferia de Rio de Janeiro, escribiendo reportes sobre escenas del crimen, que terminaron influenciando su obra. Parafraseando a Bob Dylán “Para vivir fuera de la ley hay que ser honesto” y el aprendiz de abogado penalista se volvió detective hurgando en sus propias andanzas en los sótanos y recovecos de las favelas de Río, donde florecían las historias nocturnas que superaban toda ficción.
Media centuria escribiendo. La doble vida, protagonistas que ocultan lo que son, lados oscuros, imposturas, bajos fondos, pero especialmente la certeza de estar siempre cerca de la muerte en la violenta línea de batalla, que lo condujo a amar la vida y escribir décadas enteras con lucidez y vitalidad, en sus primeras letras o en sus últimos años. No pretendió redimir o usar de chivos expiatorios a sus personajes, ni narrar simples y maniqueos episodios de policías y ladrones de una sociedad a la deriva, sino existir para contar una realidad inundada de claroscuros, complejidades y recovecos por donde se fuga el bien y el mal. Rompió cánones y paradigmas de la novela negra.
Corrosivo, crudo, humorista, obsceno, mordaz, erótico y disidente. Personaje netamente urbano, se precisa como un maestro descarnado del nocaut literario con sus cuentos. Fonseca fue censurado durante la dictadura por el lenguaje no convencional en sus historias policiales, eróticas y políticas desarrolladas en el submundo de la ciudad, que rompió con las estructuras tradicionales de la literatura amazónica y paradójicamente -en el umbral de la pandemia se discutía en Brasil del siglo XXI-, una nueva censura a su libro de cuentos Feliz año nuevo instruida por el gobernador del Estado de Rondónia Marcos Rocha, un coronel de la policía militar proveniente del partido de Bolsonaro.
El Detective Mandrake y el Comisario Mattos (álter ego de Fonseca) son algunos de los personajes que alumbran la obra de Rubem. El escritor es “la novela dentro de sus novelas”, además de Derecho estudió Psicología en la Escuela de Policía. En los años 50´s, como comisario, operó en el distrito 16, de São Cristóvão, en Río de Janeiro. Fue enviado a progresar como policía en Nueva York y aprovechando su estancia, se graduó como licenciado en administración de empresas.
En sus novelas destaca Agosto (1990) que es considerada una de sus mejores obras, donde describió el contexto del suicidio del presidente Getulio Vargas, en agosto de 1954. Los hechos narrados parecen una descripción del Brasil público más allá de donde se encuentre el péndulo político: el asesinato de un empresario, el atentado al opositor, la conspiración de las fuerzas militares por llevar a cabo un golpe militar, la corrupción y el intercambio de intereses, un pueblo aislado y marginado, y la voluntad de un hombre nadando a contracorriente en la búsqueda de encontrar el sinuoso camino de los justos.
El péndulo llevó a la ultraderecha al poder, cada vez más cuestionada. Antes gobernó Brasil Lula Da Silva el expresidente con mayor legitimidad y reconocimiento de los últimos tiempos (87 % de popularidad después de dejar el gobierno), pero que fue condenado a nueve años de prisión por supuesta “corrupción y lavado de dinero” en un montaje más de la larga lista de agravios al pueblo del gigante del sur. Posteriormente, también desde la ignominia, Dilma Rousseff, fue destituida de la presidencia por el senado de Brasil (finalizando así 13 años de hegemonía del Partido de los Trabajadores) por supuestamente “violar las normas fiscales”, en otro juicio exprés al modo de una oligarquía que cobró factura.
Como en el Agosto que llevó a la muerte de Getulio Vargas, se impone el retorno la corrupción, la desigualdad, la desesperanza de un pueblo que hoy está estremecido, porque como Vargas, Lula debía su popularidad a las mayoritarias clases bajas.
Fonseca ha escrito entre otras obras, las antologías de cuentos Los prisioneros (1963), Lucía McCartney (1967), Feliz Año Nuevo (1975), El cobrador (1979) y las novelas Secreciones, excreciones y desatinos (2001), El caso Morel (1973), Agosto (1990), Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro (1997), El seminarista (2010).
“Zé Rubem fue el más grande de todos los hombres y el 15 de abril pasado, cuando murió, no dejé de pensar en cómo murió, cómo se fue, con tanta elegancia: sin agonías, enfermedades, hospitalizaciones; se fue como tenía que irse, con dignidad. Y sigo pensando en el momento en que decidió irse: justo cuando el mundo está atónito, todos encarcelados, más de 4,500 millones de personas encerradas en sus casas, pero conectadas. Vigiladas, sin privacidad. Todo lo que hacemos, leemos, vemos, con quien hablamos o qué compramos, está en las bases de datos. Atrapados en nuestras casas, detrás de los barbijos, ya ni siquiera podemos compartir el aire que respiramos.” Ha escrito en su testimonio Paula Riscot.
Brasil habita en la zozobra por la negligencia ante la pandemia del régimen de Bolsonaro, el pronóstico es reservado, pero es justo en ese mundo adverso donde la obra universal de Fonseca es resistencia. No encontrará en ella un manual de militancia, ni siquiera ápices de pretensiones ideologizadas, sino homenajes al retrato descarnado de la sociedad tal cual, de náufragos sentipensantes, de hombres y mujeres que inspiran a combatir la derrota.