No sé a ustedes, pero a mí, las personas que limpian el parabrisas de los coches me provocan un fuerte dolor cabeza. Son necios, tercos y muy mal educados.

No quiero sonar clasista o soberbia, pero neta que son uno de los problemas más molestos que tenemos los capitalinos a la hora de parar nuestros autos en cualquier semáforo en rojo.

Entiendo perfectamente que el país está atravesando una crisis económica muy fuerte. Los empleos están escasos y de alguna manera, la gente tiene que sacar dinero de donde sea para subsistir, pero lo que no se vale es que sea a costa de los bienes de otra persona.

Es terriblemente frustrante ser víctima de esos personajes. Y lo es peor cuando te esmeraste toda la mañana para lavar tu coche y batallaste tanto para dejarlo brilloso e impecable.

Sin tener un mínimo respeto al contundente movimiento de tu dedo que les dice NO GRACIAS, estos se abalanzan sobre el parabrisas del coche y en un santiamén, un poderoso chorro de agua con jabón, bastantes sucios, es lanzado con fuerza al cristal y lo expanden en toda la superficie.

Después de retirar el líquido espumoso, pasan una franela para quitar los excedentes. Tiene una práctica muy eficaz. Terminan muy pronto y con toda la desfachatez del mundo te piden que les des dinero. Aunque el coche haya quedado bastante sucio y embarrado de jabón percudido.

Mucha gente por miedo, permite que les limpien sus parabrisas y otras, no les pasa nada, lo ven normal y les dan su dinerito. Yo ya estoy cansada de tanto tipo que no respeta mi privacidad al invadir mi espacio vital. Por eso ahora cada vez que viene un limpiador hacia mí, de inmediato pongo mis limpiadores y a esos cuates no le queda de otra que irse por otro carro. Pero aún así, he tenido muchos percances con ellos.

La semana pasada fui a lavar mi coche a un lugar cerca de mi departamento. La verdad me lo dejaron bien limpio y quedó bastante bonito. Al terminar, pasé a una tienda a comprar un litro de agua. Desvié un poco el camino y orgullosa de mi nave recién lavadita, me dirigí hacía allá.

Sin imaginármelo, un sujeto joven, fuerte y con un rostro de delincuente, se acercó a mi parabrisas y valiéndole madre aventó su cochino líquido sobre mi recién lavado y perfumado automóvil.

A pesar de mis gritos desesperados de que no lo hiciera, el sujeto realizó su conocido ritual y llenó de agua espumosa y turbia mi parabrisas. Mi instinto pendenciero se apoderó de mí y le receté toda mi colección de groserías que conozco.

Pensé que el fulano, al ver mi coche limpio, respetaría esa circunstancia, pero, no, el gandalla se apersonó enfrente del coche y comenzó a limpiarlo. Con una sonrisa burlona, el hombre me dijo: “No se enojé güerita. Le voy a dejar bien limpio su coche”.

Saqué el mejor de mi léxico lépero y la discusión se tornó muy agitada. Ninguno de los dos, cedió y parecía que nos iríamos a los golpes, pero por fortuna, reflexioné a tiempo y me quedé en el coche y me alejé del lugar rápidamente.

Llegando a casa, revisé mi automóvil y me volvió el canijo coraje. Ese tipo, le hizo un rayón a la puerta. La verdad ni cuenta me di. Solo vi cuando se acercó a mi y realizó un movimiento extraño. Además del golpe, toda la orilla del parabrisas estaba salpicada de jabón mugroso.

Pensé en regresar y demandar al tipo. Pero la verdad, de imaginar que es todo un martirio acudir al ministerio público, decidí quedarme con mi golpe y me puse a lavarlo de nuevo.

Ya pasado el tiempo, me quedé reflexionando de este fenómeno que tanto afecta a los capitalinos que tenemos coche. En la calle hay miles de esos tipos como con el que tuve el altercado. Aplaudo y admiro los que lo hacen por necesidad, pero hay otra gran mayoría que lo hace para solventar sus vicios y ante esos personajes, todos estamos en riesgo.

Aunque este tipo de delitos están contemplados en la nueva Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, existen pocas personas que hacen valer ese derecho. Se ha normalizado esa conducta mañosa, y es por eso que cada día crece más este molesto problema.

Ante este escenario, no solo debemos cuidarnos del coronavirus, de la delincuencia organizada, de la contaminación, de los envidiosos, de los gandallas, de los microbuseros, de los rateros y de los limpiaparabrisas.

Ante esto y sin que ninguna autoridad se atreva a controlarlos, estos señores seguirán molestando a los que tenemos un coche. Lo ensuciarán, lo rayarán y además estirarán la mano para que les demos una moneda. Sin tener el apoyo de las autoridades, tendremos que defendernos como podamos.

Ahora ya no sé si seguir lavando mi coche o dejarlo tan sucio para cuando uno de esos pelafustanes se ponga a limpiarlo. ¡Qué coraje!

Ay no, de verdad que desesperante es lidiar con este problema. Parece que no existe solución para evitarlo. Entonces, ¿qué hacemos con los limpiaparabrisas?…

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