Durante la década de los 20 se buscó crear un sentimiento nacionalista que abarcó la música de la época

Redacción

El asesinato de Venustiano Carranza en 1920 representó el final del movimiento armado conocido como Revolución Mexicana, a pesar de que en los años siguientes serían asesinados los caudillos restantes como Emiliano Zapata y Francisco Villa. La vuelta a la paz y el inicio de un nuevo régimen daba inicio en la segunda década del siglo.

El movimiento armado llegaba a su fin, pero era la hora de restaurar la unidad nacional medrada por la guerra y las disconformidades dentro los que aún añoraban el mandato de Porfirio Díaz que sentían un fuerte desprecio por los revolucionarios. Por lo que se exaltó el movimiento popular y se impulsó el nacionalismo a través de la cultura.

Surgió en esta década el movimiento indigenista que buscó dar mayor importancia al papel de los indígenas como raíz de lo mexicano de la mano del muralismo con Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco al frente; los textos nacionalistas de José Vasconcelos y el impulso de la educación pública, así como la música.

Durante los siglos anteriores la música fue desarrollándose dentro de las fronteras regionales debido a las convulsiones de las constantes guerras que vivió México. La música española sufrió transformaciones con las características de cada región e influencia de otras culturas como las zapateadas, guajiras, fandangos, boleros, etc. En el siglo XX, sin embargo, con la idea de reunir esta riqueza, surge la música nacionalista.

La música clásica, que había seguido las tendencias europeas, viró hacia una nueva perspectiva, una nacional con énfasis en los sonidos populares e indígenas, dejando de lado la corriente romántica. De igual forma algunos compositores se vieron seducidos por las vanguardias europeas y las nuevas teorías como la microtonalidad impulsada por Julián Carrillo.

De igual forma durante los años veinte en Europa y Estados Unidos iba triunfando la música jazz que imperó en los círculos artísticos de los movimientos vanguardistas como el surrealismo, el futurismo y el dadaísmo. A México también llegó el jazz que hizo sacudir las caderas y piernas de los más bohemios.

Pero entre los más refinados de las ciudades aún imperaba la música de concierto en la que popularizaron las polkas, las romanzas, las óperas y las marchas. De igual forma continuaron las operetas y zarzuelas en los teatros nacionales que triunfaron durante la época porfirista.

Se presentaron obras en las que se criticaba a los políticos contrarios al gobierno de Álvaro Obregón, cuando este subió al poder después del interinato de Adolfo de la Huerta. Claro que criticaban a los disidentes en lugar del presidente ya que este hacía uso de la censura para acallar a sus opositores.

Por otro lado otro movimiento musical popular fue cobrando fuerza: los corridos. Debido a la falta de educación y el analfabetismo, estos funcionaron para conocer los eventos importantes sucedidos durante la Revolución; los desenlaces de las batallas importantes de la guerra; crímenes famosos de personajes como bandidos o justicieros, así como movimientos obreros, entre otros.

Los conjuntos de cuerdas en los pueblos también tuvieron un buen auge durante este periodo de acuerdo con el escritor y cronista Carlos Monsiváis, quienes cantaban acerca de sus proezas amorosas, personajes marginales que eran admirados por su valor o generosidad, así como las condenas a crímenes y actos atroces. Aunque eran vistos como pobres en complejidad musical y lírica por las élites.

A estos movimientos musicales nacionalistas siguieron otros, pero perduraron hasta mediados del siglo XX en el que la industria del cine nacional comenzó a impulsar la imagen de los charros y la música de mariachis con mayor fuerza a través de los melodramas, las comedias románticas y las películas nacionalistas que exaltaban la narrativa revolucionaria.