José Saramago y Carlos Monsiváis aparecen en una foto tomada en Chiapas entre el 14 y 15 de marzo de 1998, que fue publicada en La Jornada cuando viajaron a la zona zapatista tres meses después de la Matanza de Acteal ejecutada a manos de un grupo de paramilitares, en el contexto del levantamiento indígena y la militarización de Chiapas.

Remite Oscar Collazos:  “No los unía solamente el hecho de ser escritores, sino el gesto de recordarnos que el 22 de diciembre de 1997, en Acteal, Chiapas, fuerzas paramilitares habían masacrado a 45 indígenas tzotziles. Saramago conoció este hecho espantoso y el tamaño de la tragedia: 16 niños y adolescentes; 20 mujeres y 9 hombres adultos; 7 de ellas, embarazadas. Acteal fue desde entonces, en palabras de José Saramago, “el lugar de la memoria que no puede, de ninguna manera, desaparecer; sabemos lo que ocurrió y no lo queremos olvidar”.

La presencia de los escritores en Acteal, Chiapas junto con Samuel Ruiz -en plena guerra priista de Ernesto Zedillo contra las comunidades zapatistas-, es solo un botón de muestra de su compromiso ético con las luchas de los pueblos indígenas en defensa de su cultura y derechos que entre 1994 y 2001 emprendieron el Congreso Nacional Indígena y el EZLN.

“La palabra Chiapas no faltará ni un solo día de mi vida”, declaró José Saramago después de conversar con las bases zapatistas. “He visto el horror. No el que hemos observado en lugares como Bosnia o Argelia. No. Este es otro tipo de horror. Estuve en Acteal, en el mismo lugar de la matanza… escuchando a los supervivientes. Es difícil expresar lo que se siente cuando uno sabe que se encuentra con los pies sobre el mismo lugar donde hace tres meses asesinaron a estas personas.”

Saramago fue militante comunista durante buena parte de su vida, criticó con dureza a la izquierda cuando era necesario, al igual que Monsiváis no fueron intelectuales orgánicos de grupos políticos, sino pensadores críticos que si bien se asumían de izquierda no dejaron de cuestionar excesos y desviaciones de su propia tendencia política. Nunca fueron autocomplacientes. “Disentir es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos”, escribió el portugués.

Saramago “hablaba en su diario de lo que significa ser un escritor comunista. ¿Todavía es posible? se preguntaba y decía: “Creo que sí. Con la condición, reconozco que nada materialista, de no perder el temperamento. Ser comunista o socialista es, entre otras cosas, y tanto como o aún más importante que lo demás, un temperamento”.

Carlos Monsiváis encarnó la Ciudad de México forjando letras cargadas de sabiduría y humor, distante de torres de marfil el cronista crónico escogió la periferia para ofrendar insuperables contribuciones a la cultura y contracultura nacionales; abrevaba entre voceadores madrugadores, billeteros de lotería, taquilleras del Metro y otros oficiantes anónimos del caos urbano. Adolfo Castañón en su ensayo “Un hombre llamado ciudad” lo definió como “el último escritor público en México”, porque “no sólo todos los mexicanos lo han leído u oído, sino que también lo podrían reconocer físicamente”.

Tuvo la virtud histórica de inaugurar crónicas sobre temas censurados, incomodos, o despreciados por el poder. Fue ejemplar su lucha por los derechos de la diversidad sexual contra conservadores de izquierda estalinista o plumas orgánicas de derecha que exhibían su pobreza mental al pretender descalificarlo en textos sórdidos y misóginos que concluían su ausencia de argumentos con la frase “lo escribió el homosexual Carlos Monsiváis”.

Celebró una idea de la historia a contrapelo de narrativas oficiales “para fortalecer y ampliar la conciencia colectiva, para hacer de la recuperación del pasado un instrumento de identidad critica”. La emergencia de la sociedad civil en los sismos de 1985, con la participación social abundante y generosa ante el desastre, que descubría el destino propio al alcance de las manos; el mundial de futbol México 86 desde otra mirada, la de un país devastado por devaluaciones y sismos; el movimiento de los estudiantes del CEU de 1986-87 que tomaron la calle en defensa de la gratuidad y arribaron al Zócalo rompiendo el veto implícito desde los trágicos días del 68; procesos inéditos que desembocaron en la insurgencia ciudadana, electoral y pacífica de 1988, donde el régimen solo pudo sostenerse a través de un gran fraude para favorecer a Carlos Salinas.

Obras capilares de Carlos Monsiváis para la comprensión del camino que transitamos colectivamente para llegar al triunfo del pueblo organizado en 2018 son: Días de guardar (1971), que detalla el movimiento estudiantil del 68 y Entrada libre (1987), que recupera la génesis de la sociedad civil en México.

“Los muy conservadores son una minoría muy declarada” Si Monsiváis viviera con una frase los deshiciera. Heredero y preservador del 68, el escritor siempre fue combatiente lucido de la reacción: “el conservadurismo sólo tiene éxito en las luchas de la cúspide, los intelectuales liberales del siglo XIX nos dejaron un legado de resistencia”

Amante y defensor de las libertades, Monsiváis definió la disputa por el rumbo del país entre “revolucionarios y retrogradas”. En su libro Las herencias ocultas del pensamiento liberal del siglo XIX (2000), rescata los claroscuros (nunca fue condescendiente) de siete liberales mexicanos que es urgente revisitar: Juan Bautista Morales, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio y Manuel Gutiérrez Nájera.

Monsiváis aclara: “Los fundamentalistas de hoy lo piden todo: abolición de la enseñanza gratuita por medio de compromisos de pago al término de la carrera; privatización de todo lo que ha significado la garantía de los recursos estatales; entrega del patrimonio de la nación a empresas ecocidas; cesión a la iniciativa privada de antiguas tareas de gobierno; satanización de todo proyecto comunitario; campañas de odio para los que consideran legal el aborto en casos de violación, peligro de vida de la madre y certidumbre sobre malformación genética del producto”.

En su primer campaña presidencial de 2006 AMLO dijo haber votado por el cronista para Presidente, a Monsiváis se le atribuye la frase “no ha habido político atacado con tanta saña desde Francisco I. Madero que López Obrador”. No estuvieron exentos de desencuentros, pero la genuina intención de recuperar la tradición de los liberales mexicanos, y construir patria desde el México profundo, son caminos mostrados por el escritor que el Presidente reivindica puntualmente en aras de asistir a la 4ª Transformación de México.

Del otro lado del espejo José Saramago nació en 1922. Escritor universal de origen portugués, fue nombrado premio Nobel de Literatura en 1998. Nacido en el seno de una familia de artesanos, creció en un barrio popular de Lisboa. Su madre, analfabeta, inculcó en él la sed de saber y le regaló su primer libro. A los quince años abandonó los estudios por falta de dinero y tuvo que ponerse a trabajar de cerrajero.

Aunque escribió su primer novela en 1947 llamada Tierra de pecado; en realidad fue un autor tardío y ya en forma comenzó a publicar sus novelas rondando los 60 años de edad con Levantado del suelo (1980), historia de campesinos portugueses, que culmina con el triunfo de la Revolución de los Claveles en Portugal; Memorial del convento (1981); para consagrarse con Ensayo sobre la ceguera en 1995. La novela El Evangelio según Jesucristo (1991) levantó airadas reacciones en el Vaticano y fue vetada en Portugal en el 92.

Por circunstancias del azar y el destino, Saramago y Monsiváis escritores comprometidos con las luchas sociales, transformadoras y libertarias partieron en 2010 con diferencia de horas el 18 y 19 de junio respectivamente. Fueron grandes autores y disidentes por excelencia. Su coincidencia física en Chiapas hoy sigue siendo un mensaje. Son cimientos básicos para la comprensión del siglo XXI y la preservación de la memoria, sus letras son nuestras posibilidades de que no triunfe el olvido de las injusticias.

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