Educación en su más amplio concepto se define como la formación destinada a desarrollar la capacidad intelectual, moral, y afectiva de las personas de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen.

El objetivo de la educación es armonizar los ambientes sociales para que estos se desarrollen en paz, tanto entre los individuos como con la naturaleza, y así avanzar hacia el encuentro del bien común, aspiración y derecho del ser humano.

El ser humano está ligado al concepto de educación desde el principio de su existencia. Aún antes de comunicarse oralmente o gráficamente ya se preocupaba por la integración de su comunidad como una estrategia de supervivencia.

La educación siempre ha estado, está y estará presente en el funcionamiento de la sociedad.

Buena o mala, dependerá de la perspectiva y los intereses de los grupos de poder que la dirigen y deciden su futuro.

Hoy, no se necesitan investigaciones técnicas para saber lo positiva o negativa que ha sido. Los resultados hablan por sí solos y las consecuencias las vivimos todos los días, tanto en nuestro comportamiento como nuestra relación con el planeta.

Todo es educación. Todos educamos y somos educados a partir del momento en que nacemos.

Se educa y recibe educación en el vientre materno, en la familia, en la calle, entre los amigos, los vecinos, en el trabajo, entre los jefes, los patrones y los compañeros.

En los centros creados para tal fin, en las escuelas y sus ambientes, entre las clases gobernantes y los gobernados.

Entre las empresas y los consumidores. Entre la tierra y quienes la trabajan y actualmente, el poder educativo más poderoso:  los medios y sus usuarios.

La educación se transmite de diversas formas. En el caso de los valores humanos se adquieren básicamente de la observación del ejemplo.

Es más significativo por mucho el ejemplo accionado, que los conceptos definidos. El decir y el hacer tienen que ser congruentes entre sí, o se corre el riesgo de la incredulidad y manipulación a conveniencia.

Los hábitos son una forma de educar. Los hay buenos y los hay malos. La creación de hábitos constructivos surge de valores morales consolidados.

Los hábitos y valores permiten un marco de convivencia normado para lograr el ambiente adecuado y propiciador del buen desarrollo social.

La educación diseñada desde el ámbito investigativo es conocida como formal y supone la atención de los aspectos intelectuales, morales y afectivos inherentes al individuo y su inserción en el núcleo social.

La formalidad de la educación se pretende surja de las instituciones escolares de todos los niveles ya sea oficiales o privadas.

Sus resultados dependen del proyecto educativo a aplicar. La implementación del mismo, la convicción de quienes lo aterricen, y de la correspondencia entre el proyecto y la realidad social.

Un proyecto creado desde el supuesto resolverá la problemática del supuesto. Solo si el supuesto por casualidad calza con la realidad, existe la posibilidad de un buen resultado. La educación no es un juego de azar.

La educación institucional tiene la fortaleza de estar creada con la infraestructura y el personal preparado específicamente para esta labor.

Su capacidad es inconmensurable. Tiene la posibilidad de contrarrestar una deficiente educación familiar, ambiental o emocional y llevar al individuo a un estado de superación continua.

Quizá su enemigo más complicado sean los medios y su bombardeo mediático.

Es el Estado quien decide hacia dónde llevar a su población y será el mismo estado quien afronte los resultados. Porque una mala o buena educación repercute directamente en el conjunto social que representa.

Todo es educación y nadie se puede excluir de ella.

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