Todos somos salvajes / Por Lucía Deblock

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Cada tanto llega a mis conversaciones con amigos la percepción de perder más y más derechos, particularmente la libertad de expresión nos preocupa mucho.

Parece paradójico que en estos tiempos de hiperconexión, cuando es infinitamente más sencillo comunicarse y llegar a lugares que antes resultaba casi imposible o, incluso, el acceso a personas que antes parecían inalcanzables parece tan expedito, sea cuando más atropellos se cometan contra las libertades de los ciudadanos del mundo.

Para explicar en que sustento dicho temor, suelo usar como ejemplo el conflicto bélico en Ucrania, porque es un lugar donde simultáneamente se han cometido cualquier tipo de atropellos contra los derechos civiles más elementales.

No es una exageración, veamos: Ese mundo occidental que se auto define como defensor de TODAS las libertades civiles, decidió unilateralmente bloquear todos los sitios de noticias rusos y algunos chinos, por supuesto, de tal modo que los ciudadanos de estos países tan civilizados sólo reciben la información que los gobiernos involucrados indirectamente en el conflicto quieren hacer de conocimiento público. Pero no conforme con eso, también han confeccionado una narrativa plagada de mentiras y verdades a medias que los medios aliados no dudan en exponer en sus encabezados; dicho en otras palabras, les recetan a sus ciudadanos la propaganda propia y los privan de conocer la contraparte y que ha permitido conocer de facto las más insólitas declaraciones belicistas y rijosas usadas por un diplomático, como fue el caso de Josep Borrel, o hemos atestiguado cómo la Sra. Von Der Leyen responde oficialmente, en una rueda de prensa, que la culpa por la gasolina y el gas cada vez más costosos, es de Putin.

Por otro lado, está el asunto de la laptop de Hunter Biden, de la cual ciertas agencias de inteligencia extrajeron datos que comprometían el papel de su padre cuando fue vicepresidente y arrojó a toda la insigne familia justo al centro de una trama de abusos de poder y corrupción que, sin embargo, ha sido acallada por funcionarios y periodistas a modo.

Ojalá que ahí quedara el problema originado por el “olvido” de una computadora personal en un taller de reparaciones del diminuto Delaware, pero es aún más complicado, ya que según fuentes periodísticas (sí, se vale tomarlo con todas las reservas del caso), en ese aparato también se encontraron rastros de las rutas que tomaron grandes sumas de dinero provenientes de instituciones norteamericanas que terminaron financiando cientos de laboratorios clandestinos donde se diseñaban peligrosas armas biológicas destinadas a uso militar contra los enemigos políticos de Estados Unidos, de lo cual sabemos poco, muy poco, tal vez lo relevante es que fue aceptado, ante el Senado, por la Sra. Victoria Nuland, nada menos que la Sub Secretaria de Estado para asuntos políticos de Estados Unidos.

Al mismo tiempo observamos, con un dejo de incredulidad, la rapacidad de ciertos estados “civilizados” entregar armas viejas a los ucranianos, multimillonarias sumas de dinero para financiar “la defensa del mundo libre” y parafraseando a Biden: “apoyaremos hasta el último ucraniano”. No sin olvidar cómo ciertos estados europeos rompieron los acuerdos del grano que destinaría gran parte de su preciada carga a países necesitados, pero esas naves fueron obligadas a atracar en puertos europeos, donde se quedó el 77 por ciento de sus mercancías.  Y cuando Rusia se negó a renovar tales acuerdos, fue acusada de ser una nación cruel.

Y mientras Francia se incendia socialmente y por toda Europa se siente cada vez más la inconformidad por ser obligados a ser parte de una “Guerra Proxy”, en la cual, todo es financiado con el bolsillo de los ciudadanos, acá en América los miramos con estupor, sabiéndonos denominados “salvajes” pero constatando que en todos lados se cuecen habas.

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