Trepada en una bicicleta / Por María Luisa Prado

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Harta de manejar casi todos los días, he buscado mil maneras de desintoxicarme del estrés que representa estar al frente del volante en una ciudad tan caótica como la nuestra. Algunas de esas actividades han sido efectivas y otras no lo son tanto y las desecho de inmediato.

Dentro de las que puedo rescatar, tengo dos que me ayudan mucho y son mis preferidas. Ambas me sirven para darle acondicionamiento físico a mi cuerpo, y por la naturaleza de sus efectos, me ayudan a relajarme completamente.

Una es la caminadora, una máquina muy útil porque el trabajo que se hace es bastante bueno. Sudo muy rico, me relaja bastante y me sirve para reflexionar durante los minutos en que estoy batallando contra el movimiento de la banda. Es una buena aliada para mantener mi salud y tranquilidad mental.

La otra acción que realizo y es la más exquisita para mí, es el ciclismo. Hasta antes de la pandemia, procuraba irme los fines de semana al parque y en ocasiones a la Ciudad Deportiva donde daba rienda suelta a mi gran pasión. Una pasión que adquirí desde muy pequeña.

Por eso la prefiero por sobre todos los deportes. -Aunque me gusta practicar en algunas ocasiones el basquetbol y el volibol-, el ciclismo sigue siendo mi mejor aliado.

Ya que he reestablecido mi salud, y consciente de que aun estamos en pandemia, me he dado el permiso de volver a treparme a una bicicleta, con todas las medidas sanitarias correspondientes.

El primer paso que tuve que dar, fue arreglarla. Sus llantas estaban flojas. La llevé a un lugar especial y me la dejaron formidable. Para empezar de nuevo, me fui al parque que está cerca de mi casa y recorrí el circuito todas las veces que quise. Para mi fortuna, aún tengo buena condición.

Al día siguiente amanecí adolorida, pero no me importó y de nuevo me fui, pero esta vez a la Ciudad Deportiva. Ahí, en la pista de cuatro y medio kilómetros me desplace a mis anchas. La sensación que tuve fue de libertad absoluta.

Tenía mucho tiempo de no asistir al autódromo. Está muy lindo. No es para menos ahí se corre el gran Premio de México y la verdad es un escenario de lujo.

Mientras recorría el asfalto, mi cuerpo sudaba a mares y mis recuerdos se activaban gratamente. Uno muy padre fue cuando los Reyes Magos me trajeron mi primera bicicleta.

Recordé aquel árbol de navidad enorme que estaba en mi casa y al lado de mis zapatos, una hermosa bici. Volví a sentir la inmensa alegría de verla, y el momento mismo en que mi hermano, me enseñó a usarla. Fueron varias caídas y varias burlas, pero una vez que aprendí a pedalear, nadie me bajaba de mi “bicla”.

Yo creo que en cada vuelta que daba al circuito, mis recuerdos florecieron más y más. Esa bendita sensación de sentirte libre no se puede describir hasta que la sientes y lo, es más, cuando conectas con tu yo interior.

Después de esta experiencia tan hermosa, espero no dejar de realizar esta gran actividad, los días en que se pueda, e invitaré a algunos de mis amigos para vivir esta experiencia en equipo.

También me daré un espacio para asistir al paseo ciclista que organiza el gobierno capitalino, porque es un evento muy emocionante donde lo más agradable, es recorrer el bello Paseo de la Reforma al lado de miles de fanáticos a la bicicleta.

Llena de tanta bici, me dio un poco de pendiente saber que, pese a que el ciclismo es una actividad con muchos beneficios, aún existe gente que no nos respeta y mucho menos nos entiende.

Cuando regresaba a mi casa, un par de veces, dos conductores me echaron la carrocería de sus autos encima, sin importarles en que yo soy mujer y que iba transitando adecuadamente en mi carril.

Para mi fortuna pude esquivar la agresión de los cobardes y llegué sana y salva a mi destino. Eso sí con un poco de susto y enojo por la acción tan estúpida de esos tontos.

Lo mismo sucede con los carriles exclusivos para nosotros los ciclistas. Nadie los respeta y lamentablemente hay demasiados accidentes donde pierden la vida personas, cuyo único pecado es ocupar un espacio que les pertenece. Nos hace falta una cultura vial que respete al ciclista y obvio, que nosotros también la respetemos.

Y aunque ese evento me sacó de onda, las buenas jornadas que viví pedaleando, me sirvieron para no clavarme tanto con las broncas cotidianas y así, esperar con mucho amor el siguiente fin de semana para volver a divertirme de lo lindo.

Así pues, con la sana sensación que me representa pedalear, pude relajarme, emocionarme, conectarme con la paz y la alegría que tanta falta me hace.  Le di en la madre al estrés de la semana y pude sentirme libre como el aire simplemente porque encontré de nuevo la fórmula mágica que me representa estar trepada en una bicicleta.  Chao…

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