Una buena autoestima / Por María Luisa Prado

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Burlarse o tratar de intimidar a la gente para hacerla sentir menos, son prácticas muy comunes y normalizadas en nuestra sociedad. Nadie está a salvo. Es tan cotidiano que todos y todas, en algún momento de nuestra vida fuimos víctimas o victimarias.

Unas veces sintiendo el dolor que representa una burla, y otras ejerciéndola sobre alguien para buscar aceptación entre los supuestos amigos, como marca la pinche tradición social.

En mi querido país nos burlamos de todo y de todos. Nos burlamos de la muerte, de la pobreza, de nuestros indígenas y de todo cuanto se mueve. Pero, no por ser habitual, es lo correcto.

Dentro de estas burlas sociales, el bullying o el acoso escolar, es el problema que más ha crecido y quienes más expuestos están, son los pequeños, aunque uno que otro adulto también lo vive en muchos de sus entornos.

Está comprobado que este tipo de abuso emocional puede ocasionar lesiones físicas, problemas de adaptación social, problemas emocionales y en casos muy graves hasta la muerte de quien lo sufre o padece.

Bueno, y a que viene toda esta explicación. Déjenme contarles por qué.

Recientemente escuché en la radio un programa donde el tema principal era el abuso escolar. Me pareció interesante y le puse mucha atención. Me remontó a mis etapas de niña. Imposible no recordar lo traumático que resultaba que alguno de mis compañeros me llamara flacucha o pecosa.

Era muy feo. Yo ya no quería asistir a clases. Me sentía abrumada y confundida. No recuerdo muy bien, por qué no sentía la confianza de contarle todo esto a mis papás. Yo los veía muy ocupados en sus actividades y no quería quitarles su tiempo.

No tengo idea cuánto tiempo viví esa clase de tormento, pero si recuerdo muy bien, el día que no permití más esa incómoda situación.

Un domingo, platicando con mi mamá, le dije que ya no quería ir a la escuela porque había un par de chicos que se la pasaban molestándome. Me ponían apodos y me sentía muy mal.

No le hubiera dicho. Mi mamá montó en cólera y me dijo que eso no lo iba a permitir. El mismo lunes, pidió permiso en su trabajo y fue a exponer la queja con las maestras de mi colegio.

Yo iba en sexto de primaria y pude ver la cara de mis compañeros llena de sorpresa cuando llegué con ella a la escuela. Iba furiosa. En el camino casi no hablamos.

Después de ser atendida por mi maestra y por la directora, se fue al trabajo y me dijo que ya no volvería a suceder eso. En todo caso que ocurriera de nuevo, fuera de inmediato a la dirección a quejarme.

En la noche, cuando llegó mi papá, mi mamá le contó toda la historia. Mi papá, más sereno, me dijo lo que estaba sucediendo y me dio una excelente explicación sobre lo que era el abuso escolar y lo mal que la pasa la gente que se burla de otra gente. Aunque estaba pequeña, pude entenderlo perfectamente.

Algo que me encantó fue que, a partir de ahí, mis papás me tomaron más en cuenta. Me sentí muy importante y creo que fue el inicio de un ciclo donde mi autoestima comenzó a desarrollarse fabulosamente.

Con gran disposición mis papás me llevaron a terapia y poco a poco fui superando el miedo a las burlas. Pude encontrar muchas cosas bonitas mías y aprendí a aceptarme así tal cual era.

Como fuerza adicional, mi papá, me enseñó a defenderme con algunos conocimientos de defensa personal que tenía y la verdad, aunque no me gustaba, me dio aún más seguridad por que aprendí a defenderme muy bien, física y emocionalmente.

En los siguientes grados escolares, me encontré con infinidad de personajes que hacían bullying a quienes se dejaban. A mí ya no me sorprendía porque tenía armas para defenderme. A mis mejores amigas les decía que no hicieran caso y me convertí en la defensora de todas.

Solo una vez, un chico me quiso agredir y, nunca esperó que, con un solo golpe, me lo quitaría de encima. El pobre chavo, vivió por un tiempo, con el trauma de que una mujer le rompió la cara. Esa chica fui yo.

Con la experiencia que me han dado mis añitos, he tomado terapia con cierta frecuencia para seguir afianzando mi autoestima. No es fácil vivir en una sociedad que se burla de todo y de todos. Y si bajamos la guardia, en cualquier momento podemos caer en el mundo de las burlas. No siempre estamos preparados para ese tipo de ataques.

Así, mientras se arregla el mundo, yo me quedo con lo que se dicen los expertos sobre la gente que hace bullying, donde aseguran que quien tiene ese mal hábito, es una persona que lleva en su personalidad la máxima expresión de la inseguridad, con miedo y con una autoestima por los suelos. Es decir, en el pecado llevan la penitencia.

Por lo tanto, yo sugiero seguir fortaleciendo el amor por nosotros mismos. No hay de otra. En estos días, y en estos tiempos, siempre es bueno tener una buena autoestima.