Las mujeres han sido protagonistas centrales de las grandes transformaciones. La elaboración de una historia con perspectiva de género, es un proceso en construcción desde la historiografía mexicana, que ha tenido avances notables y visiones más amplias en la valoración del papel de las mujeres en los cambios políticos, económicos, culturales, sociales de nuestro país.

En las últimas cuatro décadas se avanza con mayor intensidad también desde ese terreno a la deconstrucción del sistema patriarcal y machista, en una visión que implique revisitar episodios que ya han sido contados una y otra vez pero ahora desde esta nueva óptica, lo cual no ha sido sencillo pues las propias categorías para el análisis histórico han estado en permanente revisión, conceptos cómo género y representación se reformulan constantemente.

Como escribió Ana Laura Jaiven en el artículo La historia de las mujeres, una nueva corriente historiográfica, “La historia de las mujeres se caracteriza por la multiplicidad de sus planteamientos, formas diversas para escribir o narrar esta historia. Intentar definir y explicar su aparición nos remite a los debates por los cuales se construye esta corriente de la historia: surge dentro del movimiento feminista y gira alrededor de interrogantes como: ¿qué hacer y cómo producir una historia de las mujeres que las incluya y las haga visibles? Comenzó siendo un modo especial de hacer historia y se ha convertido hoy en un proyecto estrechamente ligado a los desarrollos historiográficos de los últimos cuarenta años, en donde las mujeres son las protagonistas principales.” (Jaiven, 2015).

Para una historia con función social, es imprescindible ser partícipes en la revisión de los déficits, para contribuir desde todas las posibilidades, en la academia y/o la sociedad, a la difusión de las nuevas escuelas historiográficas donde la mujer se reconoce, visibiliza, redefine, redimensiona como sujeto del cambio social, más aún cuando la mujer asimismo se escribe y caracteriza.

“La historia de las mujeres como disciplina estructurada tiene su origen en los años cincuenta, con el desarrollo y el impulso alcanzados por las distintas corrientes en que se ha desenvuelto la historia social. Su preocupación por el rescate de individualidades y de procesos sociales como objeto de análisis socio-histórico aparece estrechamente ligada a la historiografía. Debido a que el sujeto mujer había estado oculto, imperceptible, negado, no aparecía en los análisis historiográficos que se hacían hasta hace pocos años, y tampoco se mostraba gracias a que el término humanidad aparentaba incluir a las mujeres, así, los varones se mostraban como hacedores del mundo, de la política, la economía, el derecho y la vida social.” (Jaiven, 2015).

En México las generaciones contemporáneas de historiadoras “han mostrado que las mujeres son sujetos sociales cuya participación ha sido un elemento importante para la conformación del Estado-nación y que su contribución como agentes históricos vale la pena de ser estudiada. También convienen en que hay que darle un sentido diferente al tiempo histórico, subrayando el significado que adquieren los acontecimientos para el ciclo de vida de las mujeres; por ello cuestionan la periodización tradicional y la sustituyen por una que contemple la importancia de los hechos desde el punto de vista femenino.” (Jaiven, 2015)

Bajo este horizonte teórico, que hemos referido por cuestiones de espacio solo desde algunos trazos, en el caso concreto del proceso conocido como Revolución Mexicana, es de destacarse que la historiografía mexicana ha ponderado ya el papel de las mujeres en lo individual y colectivo.

La 4ª transformación de México también tiene el reto de ubicar el protagonismo de las mujeres en los movimientos políticos y sociales, para una nueva narrativa que retome y difunda las visiones académicas actuales: “La inclusión de los estudios sobre las mujeres que toman en cuenta la diferencia, y que leen la historia en clave de género, enriquecen el conocimiento del pasado y la comprensión del presente. Las nuevas líneas metodológicas esbozadas han crecido y permitido una representación de la humanidad que contrasta con la visión estrecha en la que se había sepultado a las mujeres.” (Jaiven, 2015).

Como una muestra, nos remontaremos a la que quizá es la fotografía más emblemática de la revolución social en México, difundida siempre en estanquillos, cuelga en las salas de la casa o en los restaurantes; se trata del momento histórico de “los de abajo”, la pirámide revertida, en una imagen que representa un proyecto de Nación para campesinos, indígenas, trabajadores. Los revolucionarios encendiendo la chispa de la historia al borde de la toma del poder nacional.

Fue un “6 de diciembre de 1914, cuando los ejércitos campesinos tomaron la Ciudad de los Palacios”, denomina Adolfo Gilly a ese momento culminante. “Desfilaron ese día más de cincuenta mil hombres armados en lo que fue la mayor demostración militar presenciada por los capitalinos durante la Revolución Mexicana. Francisco Villa y Emiliano Zapata, con sus estados mayores, culminaron el desfile y entraron a Palacio Nacional, donde se tomaron las memorables fotografías en la oficina presidencial. En ellas se ve a Villa sonriente, festivo, desinhibido, sentado en la silla presidencial –para ver qué se siente, según dijo–; a su lado la mirada oblicua, incómoda, hostil, desconfiada de Zapata, quien pensaba que esa silla debería más bien quemarse porque representaba sólo la ambición y el poder. Esa entrada triunfal y la ocupación del Palacio Nacional representaban el punto más alto alcanzado por la revolución campesina durante la gesta armada.” (Ávila, 2014).

En esa foto hay una mujer. Una sola que se asoma a la historia justo atrás y entre Zapata y Villa. Es Dolores Jiménez y Muro. ¿Dónde estaban las mujeres? Como el templo de Tebas lo hicieron los artesanos y no los grandes faraones, este momento cumbre de la revolución popular lo hicieron indudablemente las mujeres. Ellas estaban cuidando y sanando a los heridos, levantando la cosecha, protegiendo a los niños, redactando un manifiesto, animando los círculos libertarios, estaban pues sembrando el mundo donde surgió la inserción de los desposeídos en la historia, salvaguardando la subsistencia cotidiana de la colectividad y realizando tareas indispensables para la causa.

En la fotografía Dolores Jiménez Muro mira a Zapata, que a su vez escucha atento algo que dice Villa. La mujer revolucionaria salvaguardó al maestro rural, estudiante, bandolero, caballerango, campesino, peón, o maquinista de tren, parafraseando a Paco Taibo “sin los que no se hubiera explicado la revolución” y fue también enfermera, contrabandista, escritora, periodista, ideóloga, y un largo etcétera.

Escribe Martha Rocha: “me interesa rebasar el carácter de heroínas y soldaderas grabado en el imaginario colectivo, cuya exaltación en el México posrevolucionario se hizo a través de diversas manifestaciones culturales. A partir de la actividad prioritaria —que no fue la única— que las mujeres llevaron a cabo, establezco una tipología para explicar su participación y las agrupo en propagandistas, enfermeras, soldados y feministas.” (Rocha, 2014).

Entre esas mujeres militantes revolucionarias, propagandistas, que imaginaron una realidad diferente: “desde la primera década del siglo XX, empezaron a participar en los círculos de oposición y escribieron en la prensa denunciando los excesos cometidos por la dictadura porfirista en contra de los trabajadores. Mujeres como Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Dolores Jiménez y Muro, Sara Estela Ramírez, Elisa Acuña Rosseti, Guadalupe Rojo, Josefa Arjona, Crescencia Garza, Mercedes Arvide, María de los Ángeles Méndez, entre otras, participaron políticamente y también padecieron cateos, detenciones y encarcelamientos.” (Rocha, 2014).

En la historia de aquella foto de Villa y Zapata, que se atribuye al maestro Casasola, subyacen las historias de las mujeres “propagandistas” o activistas, las que concitaron y dieron vida a los aproximadamente 150 clubes liberales, anti reeleccionistas, algunos de ellos feministas e integrados solo por mujeres como el “Josefa Ortiz de Domínguez” de Puebla en 1909, que fueron la base social ilustrada y activa de la lucha de Francisco I. Madero -referentes comunitarios que en algunos casos abrevaron del magonismo-, y que en su conjunto fueron el asidero de la radicalización de la revolución social mexicana.

Es materia de nuestros días conocer y reflexionar sobre el trasfondo femenino y feminista de aquellos episodios, que cambiaron la historia de México, como la multicitada imagen. “Este pequeño grupo de mujeres intentó sensibilizar, convencer y activar la conciencia del pueblo para que participara en la lucha por una sociedad más justa. La contribución de las propagandistas con respecto a propuestas, acciones y convicción política las coloca en el rango de revolucionarias.” (Rocha, 2014).

*Anexo, fotografía (principal), de Francisco Villa, Emiliano Zapata, Dolores Jiménez y Muro y los revolucionarios en Palacio Nacional, 6 de diciembre de 1914.