Vaya guerra de ideologías que se viven actualmente en el escenario político y social de nuestro país. Son varias, pero existen dos fuerzas en particular que dominan a la opinión pública, sin que esto signifique un beneficio para el país, al contrario, son fuerzas que dividen y enfrentan a todos los sectores, porque cada una defiende su postura, sin importar que tengan o no la razón.
En ellas no hay equilibrio en lo que comunican y eso no le conviene nadie, aunque ellas pretenden apoderarse del gusto de la gente y así sumar al movimiento que representan.
Son dos grandes bandos dispuestos a defender sus formas, sin importar que esa defensa incluya exageraciones, inventos y descalificaciones. No es difícil ubicarlos.
Por ejemplo, los opositores tienen la firme idea de molestar, sin proponer, sin argumentar y sin el más mínimo grado de vergüenza atacan al régimen del presidente Andrés Manuel López Obrador con una sincronía infinita donde para ellos, el primer mandatario es inepto, corrupto, traidor y un sinfín de epítetos más.
Esta campaña trata de opacar todo lo que hace el jefe del ejecutivo, sin que nadie de los orquestadores se atreva a realizar un análisis serio y objetivo para poder evidenciar sus fallas -y vaya que el presidente tiene muchas-, pero los ataques en contra de él, lejos de impactar, son de pena ajena, aunque dejan en el escenario una ligera dosis de afectación a la figura presidencial.
Del lado contario existe una buena parte de fanáticos que, a diferencia de la franja de golpeadores que señalamos primero, son adoradores, aplaudidores y seguidores frenéticos del presidente, a quien todo le creen, le perdonan y le justifican todas las malas decisiones al frente del gobierno, adjudicándole logros que solo caben en sus mentes y que no aparecen por ningún lado. El objetivo es engrandecerlo y endiosarlo.
Y esta batalla de ideologías se lleva a cabo principalmente en redes sociales y en medios de comunicación. En estos espacios el golpeteo es más constante y morboso porque no hay límite y se pueden escribir las veces que se quiera y decir las tonterías que se quiera.
Sin una regulación oficial, cualquiera dice lo que mejor le parezca, así sea una estupidez monumental. Sea a favor o en contra del gobierno de López Obrador.
Hacer líneas con 280 caracteres con el tema más trivial es fácil, no importa que se tenga razón o no se tenga, pero el impacto que causa a los que no tienen capacidad de discernir es bastante y eso es un serio problema.
Otros más populares utilizan sus espacios informativos para despotricar contra el mandatario. Desde ahí gritan, manipulan, insultan, escriben y violentan. Su modus vivendi es muy simple: Minimizar al presidente a como dé lugar. Y este ha sido el tono durante todo el sexenio.
Con los partidarios y seguidores obradoristas sucede lo mismo. Miles de aplaudidores, se convierten en apasionados voceros de las supuestas maravillas del ejecutivo y se meten a la arena pública para justificarle todo y tratan a toda costa, de convencer al mundo de que el señor presidente es el mejor de la historia.
Igual utilizan sus espacios en redes sociales o en medios de comunicación para expresar amor y cariño a su querido mandatario, sin ocuparse siquiera de analizar lo que escriben o dicen. De igual forma, los argumentos no aparecen, aunque las acciones que se llevan a cabo, no sean las más convenientes para el país.
El asunto es defender a ultranza. No hay argumentos, no hay crítica. Para ellos, nuestro país es maravilloso y perfecto desde que llegó Andrés Manuel López Obrador al poder.
Se puede estar de acuerdo o no con el presidente. Se pueden criticar sus medidas en materia política, económica o social o también elogiarlas, a eso está expuesto, pero en ambos casos debe hacerse con argumentos sólidos, no con posiciones extremas que en nada ayudan a este país porque lejos de unir, dividen.
Lamentablemente esa ha sido la tónica de los que están a favor y los que están en contra del presidente. Unos lo aman incondicionalmente y otros lo odian inconmensurablemente. En ellos no hay filtros que sirvan para analizar sin pasiones, los acontecimientos que ocurren en nuestro país.
En este perverso juego de claro oscuros, donde no todo es tan catastrófico como lo pintan los opositores, ni tan brillante como lo dibujan los defensores a ultranza, no existe un ganador y si muchos perdedores.
México requiere certeza, no necesita paleros ni golpeadores a sueldo para desviar la atención a lo importante. México necesita unidad, autocrítica, solidaridad, certeza e inteligencia. No hay otro camino.
Aunque estas dos fuerzas lo nieguen, no cabe la menor duda que para los golpistas su tarea es agredir al presidente y manipular a la mayoría de la gente que se pueda, mientras que, para los defensores, la fórmula de adorar al presidente también tiene la terrible misión de manipular a los que se dejen. Es decir, unos agreden y otros defienden, pero los dos manipulan. Dicho sea esto: CON TODO RESPETO.