La historia de las buenas personas extraña vez se escribe, considerando buenas las almas no en los estrechos marcos del maniqueísmo, sino en la humildad y generosidad de su buen corazón. Esta es la historia de un campeón sin corona, de un hito urbano: Epifanio Leyva, mejor conocido como El Pifas, a quien paradójicamente los golpes frontales de los puños y de la vida le devolvieron la nobleza de su espíritu, que derramó bregando entre generaciones de antier, ayer y hoy, en sendos y exquisitos tarros de pulque.
Un campeón también es -no quien logra más triunfos-, sino quien cosecha y abreva de las derrotas. Parafraseando a Rockdrigo González: “Si alguna vez has estado al revés/ Sabrás ya bien a que huelen tus pies/ Si al sacudirte cayó el almidón/ Con que te pegaron e hicieron campeón”. Hay campeones de un domingo inolvidable, hay campeones que se fastidian de ser campeones; pero hay campeones como El Pifas que siendo octogenario -y después de décadas de no subir a un ring-, todos los días siguió saliendo en hombros y vitoreado como un eterno triunfador; pues El Pifas no fue un ex boxeador que dilapidó fortunas –porque nunca las tuvo-, fue un campeón de nuevos rostros, viejos ayeres, chavos de onda y parroquianos inoxidables, que siempre vimos en él una verdadera leyenda de la generosidad y la camaradería. “Los campeones no se hacen en gimnasios, están hechos de algo inmaterial que tienen muy dentro de ellos. Es un deseo, un sueño, una visión.”
En tiempos de la huelga sin fin de 1999-2000 de la UNAM, sólo había hoyos en nuestras bolsas del pantalón. Para ir al Foro Alicia dónde algunos estudiantes de Filosofía y Letras colaborábamos recogiendo envases de cerveza vacía o pegando carteles de las tocadas, pasar por las estrechas puertas naranjas de la Hija de los Apaches era una estación francamente obligadísima. Nunca olvidaré que aunque las monedas sólo dieran para un pulque de ajo (de a jodido) o una fría caguama, ahí estaba el buen Pifas siempre ofreciéndome anécdotas para alegrar el día, y sobre todo junto con su hija Meli, decir: “-hijo ¿ya comiste?, ándale échate un taco”; en la barra junto a las tinajas de pulque de fresa, mamey, ostión o blanco, siempre llegaban las tortillas calientitas a las dos o tres de la tarde, que Pifas compartía con huevo a la mexicana, chicharrón en salsa verde o pico de gallo.
Esa Hija de los Apaches anunciaba un curado inventado por Pifas de nombre “Centro Histórico” (que sigo sin saber sus ingredientes verdaderos y mágicos), había una radiola que mezclaba Perfume de Gardenias con El Tri, y Chava Flores con los Doors; era una pasillo estrecho que nos incitaba a todos a convivir y departir: chavos de escuelas fresas de paga (el Holandés), antiguos parroquianos, algunos obreros y meseros, militantes de causas perdidas, poetas y pintores, estudiantes de la UNAM, UAM, el Poli o la ENAH, ex boxeadores y algunos o algunas personajes del ambiente nocturno citadino situados cara a cara en pequeñas mesas redondas que se convertían en insólitas tertulias intergeneracionales; en los atardeceres de la pulquería no faltaba también compartiendo alguna mesa Armando Jiménez destilando Picardía Mexicana con sus ingeniosos albures, el Chino y Saúl del Salón Victoria o los exboxeadores Púas Olivares y el cubano-mexicano Ultiminio Ramos, siempre codo a codo empinando el codo con la banda; los cumpleaños de El Pifas eran maravillosos porque servían carnitas gratis para todos, se colocaba un gran caso en la entrada y la muchedumbre pulquera inundaba las banquetas de la Avenida Cuauhtémoc; y al centro de ese slam que se hacía entre pulque y pulque, El Pifas se asomaba por encima de las decenas de las caras dionisiacas para seguir sirviendo tarros de pulque sin perder el pulso, una y otra vez.
Es quizá poco conocido que antes de abandonar su sitio original en Avenida Cuauhtémoc El Pifas y su familia habían remodelado un espacio posterior al salón principal, con baños más amplios (los originales eran míticos) y otro salón aledaño para convivencia de ex boxeadores y parroquianos; sin embargo, esta buena obra a favor de la clientela, despertó las ambiciones de los dueños del inmueble que engolosinados se juntaron con la mafia de la Delegación Cuauhtémoc para sacar a el Pifas del local, y poner un bar dizque moderno pero bien insípido, pensando ingenuamente que los parroquianos iban a mantenerse en esa hija postiza e impostora; pero El Pifas no se dio por derrotado y se cambió de local, primero casi enfrente y luego en la ubicación actual, llevándose consigo a todo el público pulquero que él había ganado a pulso durante décadas de cariño mutuo con la feligresía, habituada al trato personal, ameno y casi como de familia, del gran abuelo, padrino, carnal o compadre Epifanio.
De aquellos años data la foto de El Pifas con Andrés Manuel López Obrador, a quien se encontró un mediodía esperanzador en el puesto de periódicos de Cuauhtémoc y Puebla, en el paso a La Romita; López Obrador era jefe de Gobierno pero era común verlo en la ciudad sin guaruras o sequitos, ahí estaba comprando una revista cuando Epifanio Leyva le contó las historias de algunos ex boxeadores que merecían una vejez digna, el jefe AMLO lo citó al día siguiente a las 5 de la mañana, cuando recibía en directo a la gente que le solicitaba audiencia. De esa foto El Pifas siempre recordaba: “Obrador es un chingón, un peleador callejero que le va a dar en su madre a los rateros del PRI”; y… válgase, que así fue.
En innumerables ocasiones los estudiantes de Filosofía que nos convertimos en nietos virtuales de El Pifas lo acompañamos a La Ciudadela, dónde iba algunos fines de semana a bailar Danzón con algún six escondido entre las jardineras; a las cantinas de Tacubaya -donde era asiduo a los caracoles como botana-, o simplemente a comprar queso, nopales y tortillas al mercado para la botana de la pulquería; en aquellas horas que hoy significan instantes imperecederos y que se multiplican como inolvidables recuerdos para el porvenir. El Pifas nos contaba historias risueñas de las peleas de box que vivió “hay peleas de un minuto que te roban toda la vida”, de cuando trabajó en el Hipódromo de las Américas y se equivocaba en el nombre de los caballos “era apuéstele a Antioquia no Alquesea”, y de cuando empezó en lugares de mala muerte de saca borrachos hasta inventar su propio curado en la legendaria Hija, por ahí también andaba como cliente inventariado con las mesas y sillas el amigo Tin Tan.
De aquellos días de inicio de siglo también proviene el encuentro entre El Pato y El Pifas, a la postre, Pato ha sido el gran diseñador gráfico de la Hija y de Pifas, lo que dio vida a creativos carteles, afiches, posters, playeras y decoraciones con base en marcas comerciales conocidas pero transformadas en ideas revolucionarias para la difusión, reivindicación y defensa del pulque tras décadas de estigmatización y bloqueo comercial a la bebida ancestral por excelencia. Con Pato la obra de Pifas logró amplia difusión entre la chaviza.
El regreso a la naturaleza dilo de nuevo, dilo con pulque. “Que no se pulque a nadie de mi muerte, que no se diga que no cumplí con mi beber”.
El domingo 4 de septiembre partió el gran Pifas, en la página oficial de La Hija de los Apaches se publicó una noticia que recorrió el subterráneo contracultural de la gran ciudad, de la que el ex boxeador es ya un icono indiscutible:
“Hoy nos embarga la pena al comunicarles que el viaje del gran “Pifas” concluyó.
“En el tren de su vida, el subió y bajó en las estaciones que él quiso, disfrutó su vida y nos deja un gran legado a todos sus familiares, amigos, clientes y seres queridos.
“Gracias a todos los que lo acompañaron en su viaje y estuvieron con él, a todos nos dejó algo para recordarle.
“Deja un gran legado y la continuación de la leyenda del gran Pifas”.
Nunca sabremos cuán precioso es el tiempo, El Pifas es hoy ya inmortal. Dedicamos esta breve crónica a su hija Meli, su querida familia de Epifanio y sus colaboradores del gran barco de la Hija que sigue zarpando a nuevos mares. Es un homenaje fraterno con el respeto y cariño verdadero a un ser entrañable para muchos de nosotros, jóvenes de aquellos años.
El Pifas siempre fue respetuoso del horario oficial que marcaban los reglamentos para el giro de pulquería cuyo cierre era a las 10 PM; invariablemente, antes de bajar la cortina de La Hija de los Apaches, cada noche después de servir el último pulque, con su infaltable bigote, desde el corazón de aquel lugar a reventar de risas, alegría y un bullicio trepidante que hoy nos conmueve -como íntima obra de arte-; anunciaba a todo pulmón:
¡Vámonooooos Chavooooos!