Por René González y David Toriz
A la mitad de su trayectoria política, entre su militancia guerrillera y su opción partidista por el bando republicano supo pronunciar estas palabras dirigidas a su padre y sus compañeros de armas, pero más que una cita, corresponde al principio ético que orientó la congruencia de su actuar: la Patria es primero.
Elegir la figura de Vicente Guerrero general insurgente y segundo presidente de la República, en lugar de Agustín de Iturbide, coronel realista y primer emperador mexicano, es optar por la defensa de los pobres como centro de un proyecto político.
Hace doscientos años la figura de Guerrero representaba a todas las castas, a los esclavos, a los indígenas y a los criollos empobrecidos, sobre los que descansaba la economía de la colonia. El general suriano supo mantener encendido, el anhelo de libertad que Hidalgo y Morelos avivaron entre el pueblo, -que irrumpió en los rincones de la Nueva España-, con la llama de luchar por abolir la esclavitud.
Nativo de Tixtla, creció al lado del camino que llevaba hasta Acapulco, su oficio de arriero lo llevó a conocer el territorio entre la Tierra Caliente y la Costa Grande donde harían su bastión los insurgentes, así como ser un conocedor en uso de las armas.
Su incorporación por decisión propia al movimiento de liberación se da muy tempranamente, con grado de capitán desde octubre de 1810, quedando bajo las órdenes de Hermenegildo Galeana y luego del mismo José María Morelos y Pavón, quien le confió escoltar a los diputados del Congreso de Chilpancingo ante la continua persecución de las fuerzas realistas, así, Guerrero tuvo conciencia de la importancia de mantener la estructura de un gobierno propio, a pesar de la superioridad militar de la Corona. Cuando el Siervo de la Nación cayó preso y fue fusilado en 1815, Guerrero fue junto a Pedro Ascensio de Alquisiras y Juan Álvarez, de los pocos jefes insurgentes que se mantuvieron firmes y no aceptaron los indultos concedidos por el virrey Apodaca.
Su intuición militar lo llevó a refugiarse en el escarpado territorio de la Mixteca donde supo sumar entre la población nuevas simpatías para la causa independentista y acumular recursos para nuevas batallas, al establecer fortificaciones como la de Tlamajalcingo.
Por decreto de la Junta Subalterna que sustituyó al Congreso de Chilpancingo en 1820, en Vicente Guerrero recayó el mando de las tropas insurgentes; esa legitimidad política fue lo que motivó el intentar exterminarlo por medio de Iturbide, pero al ser el criollo consciente de que su fortaleza también era militar, busca él mismo el entendimiento que el propio Guerrero ya había a su vez explorado con otros militares realistas.
En la maquinación de las elites conservadoras en contra de la aplicación de la Constitución liberal de Cádiz que se acordó en la iglesia de la Profesa, al exterminar a Guerrero, ellos declararían la Independencia a nombre de Fernando VII. Agustín de Iturbide decide abandonar el plan original y ponerse al frente por medio de una negociación que a él lo beneficiaría también.
Frente a una nueva oferta de indulto y todo tipo de promesas por parte de Iturbide, Guerrero supo expresar sus convicciones en estas palabras que dirigió al comandante realista:
“Entienda usted… que yo no soy el que quiere dictar leyes, ni pretende ser tirano de mis semejantes: decídase usted por los verdaderos intereses de la nación y entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes y conocerá a un hombre desprendido de la ambición e interés, que sólo aspira a sustraerse de la opresión y no la de elevarse sobre las ruinas de sus compatriotas”.
En algunos sectores de la intelectualidad orgánica de nuestros días prevalece la visión que con dejos de racismo, sigue atribuyendo al mulato Guerrero, por sus humildes orígenes, una especie de ingenuidad o incapacidad para consumar la independencia de México, poniendo este mérito solo en el criollo y monárquico Iturbide, pero Vicente Guerrero fue un verdadero libertador, cuya obra no concluyó el 27 de septiembre de 1821, sino años después ofrendando su vida a la causa que hizo suya; sigue en nuestro horizonte éste hombre del pueblo que renegó de la parafernalia propia de los títulos y grados militares, que al ocupar el máximo cargo de la naciente república mexicana prefirió nombrarse a si mismo tan solo como: “ciudadano” y “El ultimo súbdito de la Nación”…