Cuando todo parecía que por fin las confrontaciones entre conservadores y liberales, entre buenos y malos, entre chairos y fifís, habían llegado a su fin después de la exitosa gira a Estados Unidos, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador habló de inclusión, respeto y unidad entre las naciones y los individuos, dejando la imagen de un verdadero estadista ante el mundo, las recientes apariciones y declaraciones del jefe del ejecutivo en las mañaneras,  indican que no es así.

Apenas la semana anterior, durante su gira de dos días a territorio norteamericano para celebrar junto a Donald Trump, la entrada en vigor del Tratado Comercial entre México, Canadá y Estados Unidos, el tabasqueño dio una cátedra de comportamiento, modales y sensibilidad política que le ganó el reconocimiento mundial.

A pesar de que los pronósticos indicaban que el belicoso y bipolar magnate humillaría al mandatario mexicano en cuanto éste llegara al capitolio, nada de eso sucedió, al contrario, la exquisitez del discurso del presidente deslumbró a los miles de personas que estaban atentas a tan singular acontecimiento.

De manera casi perfecta, la comitiva azteca encabezada por el presidente López Obrador, fue tratada con respeto y dignidad por sus homólogos norteamericanos. La cena de gala en su honor, reunió además a la clase empresarial de ambos países. 

Los hombres del dinero, quedaron sorprendidos por el excelente manejo político de los tiempos y las formas  del jefe del ejecutivo tabasqueño. La inclusión en su máxima expresión.

Fueron dos días de fascinación política. Dos días del uso correcto de los símbolos. Dos días en que nos hicieron pensar que a partir de ahí, ese hombre volvería a México a trabajar de esa manera tan pulcra y efectiva. 

Una vestimenta elegante y discreta. Un discurso perfecto. Una lectura ágil y fresca.  Una actitud frontal y sin titubeos. Un llamado a la inclusión y al respeto. Una postura física elevada, digna. El mundo entero vio la entereza de un hombre que batalló 18 años para convertirse en presidente. Esa imagen será recordada como la imagen de un estadista que fue a la Casa Blanca a poner en alto el nombre de México.

A pesar de las campañas de desprestigio y las innumerables locuras de Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador salió avante en esta su primera gira al extranjero como presidente de la República.

Tras su regreso triunfante, y con la satisfacción del deber cumplido, el jefe del ejecutivo volvió a sus tradicionales conferencias mañaneras con la alegría del vencedor. Sus primeras impresiones dieron cuenta de que todo había sido exitoso.  

Sin embargo, después de su inobjetable triunfo, bastaron unas cuantas horas para que de nuevo apareciera el hombre contradictorio. El hombre que divide y polariza. El hombre que no está de acuerdo en que lo critiquen. El hombre que defiende sus teorías, aunque no tenga la razón. El hombre que culpa al pasado de todos los males. El hombre que se veta a sí mismo.

Y es en su espacio favorito donde da rienda suelta a sus enojos y arrebatos

Ese templo mediático que son sus mañaneras, donde su dedo acusador señala a periodistas que solo cumplen con su trabajo. A instituciones que, desde su punto de vista,  están llenas de corrupción. Ese lugar de donde surgen tipos zalameros que buscan notoriedad realizando preguntas a modo para el lucimiento del presidente.

Ese es el escenario que le gusta. O estás con él o contra él. No hay medias tintas. Es ya una tradición de la que ya se está acostumbrado. Se han reanudado de nuevo, los embates contra todos los que considera sus adversarios. 

Por eso sorprendió que en aquel imponente discurso ante el presidente Trump, hablara de conciliación e inclusión entre todos. Para muchos fue el inicio de una nueva forma de gobernar a todos los mexicanos, sin importar colores o ideologías. El cambio de estrategia prometía una mejor relación entre todos los actores políticos del país, incluyendo al pueblo entero.

Pero no, no fue así. Justo cuando el país requiere unidad, solidaridad, sentido común y empatía, reaparece el hombre que divide, que desafía, que enfrenta. Se fue el efímero y esperanzador estadista que ilusionó en Estados Unidos y volvió el rijoso que todos conocemos.

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