Por René González
Eduardo Galeano partió hace cinco años un 13 de abril. Tuve la oportunidad de convivir con el célebre escritor uruguayo en 2011. En aquellos días nuestro país vivía una época siniestra. La impostora “guerra contra el narco” de Felipe Calderón había establecido el toque de queda en regiones enteras; violencia, muerte e impunidad eran el signo del sangriento sexenio, la gente común de la provincia no sabía si regresaría a su casa después de trabajar o quedaría atrapada en medio de una balacera, los muertos y desaparecidos se contaban por decenas de miles, “daños colaterales” les llamó el ahora ex presidente.
La posibilidad de cambiar de régimen había topado en 2006 con un evidente fraude electoral. El árbitro electoral negó un recuento público de la votación, la derecha panista buscó legitimarse en el poder con una guerra absurda; hoy sabemos que además se trató de una estrategia para ayudar a un cártel en perjuicio de otros grupos criminales.
Compartí con Galeano la tristeza de hacer un recuento de un país que se desmoronaba. La gran riqueza cultural, microhistorias, paisajes, recursos naturales y valores ancestrales de pueblos y comarcas de Michoacán, Guerrero, Sinaloa, Chihuahua, Veracruz, Tamaulipas, Nuevo León, etcétera, se convertía en vestigios.
Por otro lado, decenas de miles de jóvenes eran excluidos de la educación y el empleo, llamados a convertirse en “fuerzas básicas” del crimen. Comenzamos a habitarnos y habituarnos de fantasmas. Una película de Luis Estrada sintetizó ese proceso como “El Infierno”.
Aún en esas terribles circunstancias, teníamos esperanza en el porvenir. Le platiqué a Galeano que un grupo de hombres y mujeres libres nos reuníamos cada domingo en el Ángel de la Independencia para mantener la resistencia pacífica. En 2006 éramos millones de votos y en 2011 éramos algunos núcleos de activistas que no nos permitíamos claudicar ante la avasalladora propaganda oficial.
Minutos antes de entrar a una entrevista en CNN, Galeano me autografió el libro “El futbol a sol y sombra, y otros escritos”, al tiempo que palabras más y palabras menos me dijo: “En Uruguay tuvimos una dictadura, yo fui exiliado, pero también seguimos, resistimos, es bueno seguir las cosas hasta el final…” Esas sencillas palabras conmovieron y motivaron a nuestro pequeño colectivo a seguir luchando por un cambio en México.
El 2020 es quizá un año más negro que 2011: un huracán sanitario y económico ha llegado del exterior, cuando apenas empezábamos a reconstruir la casa que fue derrumbada una y otra vez por el lobo. Pero ahora las cosas son diferentes, tenemos capitán, timón, tripulación y rumbo, aunque el huracán inunde los solares, el barco saldrá a flote.
Para alimentar nuestra esperanza, habría que imaginar a Eduardo Galeano desde su casa en Dalmiro Costa, Montevideo, edificando su herencia literaria. En tiempos de pandemia revisitar tres de sus frases, pues en horas oscuras la literatura es un bálsamo y una posibilidad de no perder el horizonte.
Recordamos lo que escribió sobre el miedo: “El hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El miedo amenaza: Si usted ama, tendrá sida. Si fuma, tendrá cáncer. Si respira, tendrá contaminación. Si bebe, tendrá accidentes. Si come, tendrá colesterol. Si habla, tendrá desempleo. Si camina, tendrá violencia. Si piensa, tendrá angustia. Si duda, tendrá locura. Si siente, tendrá soledad”.
El miedo a la pandemia es empleado vergonzosamente por una triada desplazada del poder y conformada por políticos corruptos, prestanombres de empresarios y algunos dueños mercenarios de medios de comunicación. Pero el miedo y el pánico no nos llevaran a ningún lado. El miedo busca inmovilizarnos y despojarnos de la idea colectiva de un cambio verdadero.
Ante el manejo del miedo como estrategia del viejo régimen, es importante que cada quien hagamos nuestra parte. “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo”, decía Galeano. Si cada quien ponemos nuestro granito de arena podemos salir de la adversidad.
Realizar las medidas preventivas, no salir de casa sino es necesario, lavarnos las manos, cuidar a los adultos mayores y a las personas con enfermedades crónico degenerativas, todo lo que esté a nuestro alcance por insignificante que parezca, será en la suma de voluntades un verdadero esfuerzo de disciplina y contribución humanitaria.
Quizá la frase más emblemática de Galeano que hoy viene a cuento es la que refiere al sistema mismo en el que vivimos: “El capitalismo envenena el agua, la tierra y el aire, además del alma de la gente“.
La pandemia ha puesto a prueba la salud de la humanidad pero también la vulnerabilidad económica de la gran mayoría. Quienes viven al día caminan al filo de la navaja pues son orillados a salir a la calle y con el riesgo de enfermarse para buscar el pan o aislarse para morir de hambre. El mundo está envenenado de injusticia, egoísmo y desigualdad. Esta es quizá la más grande lección que dejó Eduardo Galeano, caracterizar en sus reflexiones un sistema mundial agotado, que no es excesivo señalar está al borde del cataclismo ambiental, económico y social.
Es buen momento para hacer de la crisis una oportunidad global y pensar en trascender el mundo deshumanizado, mecánico y depredador. Recuperar la generosidad y la fraternidad, replantear hábitos y perspectivas para redimirnos.
13 de abril de 2020