Por JHAD
El fanatismo es la actividad o defensa exagerada, irracional y desmedida de una idea, una teoría cultural o política y también de un estilo de vida.
Este apasionamiento es común observarlo con más frecuencia en los eventos deportivos, donde los fanáticos encuentran en sus equipos favoritos, su razón de ser, de pensar y de actuar.
Al término de la jornada, el resultado será el parámetro para determinar el estado de ánimo de los seguidores los próximos días, hasta el siguiente evento. Y esa es la dinámica habitual que, por fortuna, se queda en el terreno deportivo, aunque no deja de causar polémica en algunos que se toman muy en serio su papel de fanáticos.
Cuando el fanatismo llega a lo religioso o a lo político, la situación cambia radicalmente y las consecuencias son lamentables. Es un fenómeno tan viejo como la humanidad misma y en su existencia se han cometido un sinfín de crímenes por el simple hecho de pensar diferente.
Las características de un tipo fanático consisten en sobredimensionar y enaltecer sus virtudes, rasgos y opiniones, las cuales defiende ciegamente, sin permitir objeciones y mucho menos, puntos de vista diferentes a los suyos. Es agresivo e intolerante.
Su verdad es la verdad absoluta. Para el fanático no hay medias tintas. Estás con él o estás en contra, no hay más. Es un maniqueísmo total. Su narcisismo le hace creer que es perfecto, aunque en el fondo de su ser, tiene miedo de no serlo y para ello, disfraza esos temores en actitudes hostiles y de querer dominar y controlarlo todo.
El mundo desde que es mundo ha tenido miles de protagonistas cuyo fanatismo ha trascendido fronteras causando destrucción y muerte. Lo peor de todo es que nada se ha aprendido y todo parece indicar que nada cambiara.
En México, más allá de ser uno de los países con más fanáticos deportivos y religiosos del mundo, se ha presentado un fenómeno muy representativo con los asuntos de la política.
Tras la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder, la división ideológica se acrecentó de manera muy peculiar porque de pronto, aparecieron miles de seguidores del tabasqueño, quienes lo adoptaron como un hombre perfecto e inmaculado, idealizándolo y elevándolo a un grado de deidad.
Fue evidente que el brillo y carisma del primer mandatario, le brindaron al pueblo una nueva esperanza de tener de justicia e igualdad social que nunca ofrecieron los gobiernos panistas y priistas.
El discurso obradorista, siempre dirigido en favor de los que menos tienen, enganchó a esos sectores desprotegidos, y es desde siempre el estandarte que le distingue y le identifica con ellos.
Sin duda es un gesto generoso y muy valioso, pero cuidado, dentro de esos grupos sociales aparecen miles de fanáticos que son capaces de sabotear al presidente. Sus actos radicales y conductas enfermizas en nada apoyan a la cuarta transformación. La vulgarizan.
Por su parte, los opositores también tienen entre sus filas a verdaderos fanáticos odiadores del presidente. Son fuertes e incisivos y cuentan con recursos suficientes para emprender campañas de desprestigio y mala fe. Esa es su esencia.
Y es en las redes sociales donde se hacen muy evidentes las diferencias entre los fanáticos opositores y los fanáticos del presidente. Mientras unos defienden a ultranza al mandatario, los otros lo atacan sin cesar.
En ambos casos, el maniqueísmo, el radicalismo y la soberbia nublan sus acciones. No existe neutralidad. Hay un fanatismo irremediable.
Es obvio el actuar del poder fáctico para hacerle daño al gobierno del presidente, pero está muy claro que el tabasqueño sabe defenderse perfectamente bien ante estos embates. Sabe hacerlo muy bien.
Lo que no es conveniente y llama mucho la atención es que dentro de los seguidores de López Obrador, existan fanáticos que lo defiendan a ultranza, sin permitir una sola crítica ni un cuestionamiento. Quien se atreve a hacerlo, es linchado y perseguido como un criminal de guerra.
Eso no le sirve al gobierno actual. Alguien debe poner fin a esa mala práctica, porque de lo contrario, se convertirá en un lastre que servirá de bandera para atacar de intolerante e insensible a la administración.
En una democracia, lo más importante es la libertad de expresión y muchos fanáticos no lo entienden. Por desgracia, los opositores tampoco. El resultado de esta tormenta es un coctel muy explosivo que puede detonar en cualquier momento.
Alguien debe entender que se viven tiempos diferentes y bastante difíciles. Cultivar el odio no es el camino. Lo importante es respetar las ideas aunque no se esté de acuerdo. Un mensaje de tolerancia, le haría muy bien al país.
Porque golpear al gobierno desde un fanatismo -muy poderoso económicamente- solo lleva a la desestabilización.
Y un fanatismo pro gobierno también daña y opaca. Lo debilita y lo exhibe como poco tolerante, dictatorial y abusivo.
En ambos casos nadie gana. Todos perdemos. Porque es un fanatismo que a nadie conviene…