Por JHAD
Más allá de la terrible crisis sanitaria que ha pegado brutalmente al territorio mexicano, el país se encuentra en un torbellino, que en breve se convertirá en un huracán social, cuyas dimensiones serán tan grandes, que nadie podrá controlarlo y su fuerza se llevará, por desgracia, los buenos deseos, las esperanzas de un cambio verdadero, la fe y la autoestima de muchos compatriotas.
La creciente ola de violencia que se ha registrado en los últimos días en diversos estados de la república, nos muestra la cruda realidad que se vive en el país. El despertar del México bronco ha llegado para quedarse.
La lucha por los territorios, los ajustes de cuenta entre grupos delictivos y la anarquía que se vive en las calles, son ingredientes que se entrelazan con la crisis sanitaria y la creciente polarización que se vive en el espacio público, para formar un venenoso coctel social que a nadie conviene.
La llegada de un nuevo gobierno, supuso un cambio. El hartazgo de la gente con el actuar de los gobiernos anteriores, permitió el arribo al poder de un hombre, que en su discurso, prometió terminar con esos males, sin embargo, hasta el momento la realidad ha superado a las palabras.
El deterioro social continúa en plena efervescencia, sin que nadie lo pueda controlar, a pesar de los múltiples esfuerzos que se realizan. Los problemas están enquistados y las dificultades para superarlos son cada vez más difíciles.
Ante este panorama, los críticos permanentes del nuevo gobierno han utilizado la crisis para culparlo de todos los males que aquejan al país y dejar la impresión de que el presidente Andrés Manuel López Obrador es el villano de la película.
Y mientras eso sucede, el presidente no ha logrado consolidar con acciones firmes su gobierno. Sea por omisión, por descuido, por desconocimiento, por terquedad o por soberbia, pero los pocos avances que ha logrado son mínimos. Lo que se ve, no se juzga. El país arde y el fuego consume la credibilidad del hombre de Macuspana.
Aunque es injusto pedir mejoría a un gobierno que lleva en el poder apenas 19 meses, bien haría el presidente en mantener una posición diferente a la que mantiene actualmente. Tiene el poder y su responsabilidad es ejercerlo con inteligencia y sabiduría.
Sus enfrentamientos con quien no piensa igual que él, los ataques a los medios de comunicación e instituciones, que a su juicio no se necesitan, son cada vez más frecuentes y el resultado de esa polarización es muy peligrosa para todos.
En tanto, sus detractores capitalizan cada acción equivocada que realiza el hombre nacido en Tabasco para llenarlo de improperios y agresiones. Su figura está demasiado expuesta y los ataques, aunque según él, no le intimidan, son cada vez más frecuentes y su popularidad también se ve afectada.
En ese caldo de cultivo peligroso, la excesiva confianza presidencial, acompañada de sus polémicas declaraciones de que “vamos muy bien “y “el pueblo está feliz, feliz “, contrastan con la realidad que se vive en cualquier lugar de nuestro país. Y eso lo capitalizan favorablemente sus adversarios.
Esos dichos enojan a sus opositores pero también hieren a los miles de mexicanos agraviados por los efectos colaterales que han dejado la inseguridad y la anarquía que reina en casi todos los rincones de este país. La empatía debiera ser una aliada permanente en la acción y discurso presidencial.
Como buen político que es, el presidente continúa manteniendo el apoyo popular porque sus promesas de cambio aún siguen frescas y son un bálsamo de oxígeno para un pueblo agraviado. Sin embargo, el riesgo de perder popularidad es alto, si no toma acciones serías y profundas.
Los múltiples problemas que tiene el país, requieren acción y dirección con sentido. Las palabras, como siempre, se las lleva el viento. Por eso es importante que el primer mandatario cambie su estilo y cumpla lo que prometió o por lo menos, lo intente.
Con una pandemia peligrosa. Con una crisis económica aterradora. Con la guerra entre grupos criminales a tope en busca del dominio territorial. Con una oposición rapaz que busca descarrilarlo. Con un gabinete envuelto en pleitos intestinos. Con una seguridad pública en manos de ineptos y corruptos, más un federalismo hecho trizas, el panorama no es muy favorable.
Y si a eso se le suma a un presidente repartiendo culpas, evadiendo sus responsabilidades e insultando al sentido común, el país se hunde irremediablemente en las crisis endémicas y las que están resultando de este pandemónium.
Por dónde quiera que se le vea, el panorama no es halagador. ¿O existe alguien que pueda decir en su sano juicio que vamos bien?