El discurso persuasivo y convincente del presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido su fortaleza y su mejor arma para arengar a multitudes desde que inició su trayectoria política.

Desde su etapa de candidato eterno, hasta su inobjetable triunfo en julio de 2018, su retórica favorita ha sido, es y será, el combate a la corrupción, una corrupción que está enquistada en nuestra clase política desde hace mucho tiempo.

Esa manera de encender a la gente, le dio la oportunidad soñada de conseguir la presidencia. La promesa de un cambio verdadero llegó. Los abusos del poder, las tranzas, los arreglos por debajo de la mesa, y un sinfín de males serían cosa del pasado.

Y en ese discurso esperanzador, lleno de ofrecimientos, propuestas y pactos creyó el electorado. Sin embargo, muy poco de lo ofertado se ha cumplido. Hay solo aproximaciones. Aunque las palabras son poderosas, jamás podrán cambiar conductas sociales negativas como la corrupción.   

Ante esa realidad, parece que nadie ha entendido que la promesa, es el arma más persuasiva de cualquier político en el mundo y la utiliza para ganar simpatías y votos. En México no es diferente.

Las últimas acciones de la Fiscalía General de la República en contra de ex funcionarios priistas y panistas, son destellos que muestran la voluntad del gobierno obradorista de erradicar los abusos de poder de ese selecto grupo, pero no es suficiente, ni convincente.

No basta exhibirlos mediáticamente, es necesario que actúe la justicia, porque de lo contrario, solo estaremos siendo testigos de un grotesco espectáculo de declaraciones, donde destacan la mentira, la traición, el linchamiento, la justificación y el desprestigio, mostrando el verdadero rostro de la clase política que nos gobierna. Están cortados con la misma tijera.    

La reciente aparición en el escenario de Emilio Lozoya Austin ha provocado un torbellino de pasiones, traiciones y ajustes de esa clase extraña, que vive cómodamente del erario público y que, para mala fortuna de nuestro país, sigue tan vigente, sin importar al partido que pertenezcan.

Destapada la cloaca, la guerra entre la élite política ha comenzado. Las declaraciones filtradas a la opinión pública del ex director de Pemex, donde señala con lujo de detalles  las enormes cantidades de dinero que fueron repartidas durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, para comprar la conciencia de legisladores, diputados y senadores para aprobar las reformas estructurales y la energética sin ninguna oposición, son el motivo de este nuevo episodio de mentiras, traiciones y contradicciones.

En medio de esta telaraña de declaraciones, destaca la facilidad que tienen estos siniestros personajes de negar cualquier acusación, así sea clara y existan sólidos argumentos que les incriminen directamente. Así son los políticos.

Personas que utilizan el poder público para su propio beneficio que pese a tener reconocimiento profesional y alto poder adquisitivo,  sucumben a la afrodisiaca bebida de la corrupción. Y lo más terrible de esto es que niegan lo evidente.

Decía el extinto Carlos Hank González, que un político pobre, es un pobre político. Y aunque los tiempos han cambiado, esa frase del famoso jefe de la mafia mexiquense ha sido acuñada por las nuevas generaciones de servidores públicos, sin que nadie, hasta el momento,  pueda desterrarla de las entrañas de este hermoso país.

Tras los dichos, mentiras, acusaciones  y mitos que ha lanzado Lozoya en contra de sus similares, los aludidos han emprendido una campaña mediática defendiendo el honor, su lealtad y su coherencia. Según ellos, todo es falso. Y ese es su modus operandi. Así son los políticos.

En esta vorágine informativa, la semana pasada, un video compartido por Carlos Loret, donde aparece Pío López Obrador, hermano del presidente de la República, recibiendo dinero de David León, actual colaborador del gobierno de la cuarta transformación y en ese entonces un operador del gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, ha trastocado las estructuras del poder actual.

Aunque fue grabado hace cinco años, las imágenes son contundentes. Nadie puede negarlo. Ese dinero fue a parar directamente a las arcas del Movimiento de Regeneración Nacional, justo cuando el presidente de ese organismo era Andrés Manuel López Obrador.

Y de la misma forma en que lo hacen los políticos, el presidente y sus más fieles seguidores justificaron el hecho, y los pretextos que argumentan  son cada vez más absurdos, pese a lo evidente de esa sospechosa donación, aportación o cuota.

Si no cambia la postura ante este hecho y no actúa con la coherencia de su discurso, el desprestigio será cuantioso.

Es un descalabro al discurso persuasivo del político que gobierna el país. Es un golpe de realidad para los que han confiado ciegamente en un cambio. Sin consecuencias, todo seguirá igual. Mientras todo se discuta en los medios y no existan castigos ejemplares, nada cambiará.

Era lo único que faltaba a esta tragicomedia que vive nuestro país. Estos escándalos mediáticos de corrupción de funcionarios de todos los niveles, colores y partidos, ponen de manifiesto que se necesita más que retórica para cambiar a México.

La clase política mexicana ha sobrevivido a todo. Camaleónicos, insensibles y falsos, pueden robar, mentir, prometer, lucrar y hasta matar sin que suceda algo importante. Al final tendrán ascensos y notables nombramientos y sus carreras seguirían impolutas.

Es su naturaleza. Ya nada debe sorprendernos, así son todos los políticos…