En el México reciente, el 2 de octubre de 1968 ha significado la triste referencia a un régimen antidemocrático, extraviado y sobre todo represor. 

El PRI- gobierno conformó un sistema político de partido -prácticamente único de Estado- en la segunda mitad del siglo XX, que diluyó y mediatizó la revolución mexicana hasta convertirla en mero discurso institucional, demagógico y hueco. Con excepción del gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964), desde 1946 con Miguel Alemán Valdés el divorcio entre el quehacer cotidiano de la clase política dirigente y los anhelos de los sectores populares se fue acentuando progresivamente.

El talante autoritario de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez se tradujo en una ruptura de los gobernantes tricolores con la vertiente nacionalista de la revolución encarnada por el General Lázaro Cárdenas del Río, quien vivió descorazonado los últimos días de su vida hasta su partida en 1970, por la traición a los estudiantes perpetrada desde el poder con la matanza de Tlatelolco.

En los años noventa, previo al 2 de octubre de cada año los estudiantes organizábamos foros, conferencias, mesas redondas. Siempre asistían de ponentes los ex dirigentes y activistas del histórico Consejo Nacional de Huelga. Abrevábamos de sus ideas, de las lecciones sobre los problemas que afrontaron, y de las enseñanzas de sus avances y derrotas. 

Los estudiantes del 68, para nosotros fueron una especie de abuelos o padres ideológicos, de una concepción del mundo y la vida, enmarcada en la lucha por las libertades y la democracia. En sus charlas no solían ser paternalistas, en gran medida reflejaban su propia idea de que cada generación tiene su tiempo, perspectivas y espacio. Respetaban nuestra forma de ver las cosas, y nos mostraban el espejo de sus vivencias.

Los debates entre ellos eran ilustrativos de las diferentes tendencias y posiciones que alumbraron el movimiento estudiantil y popular de 1968. Por ellos supimos que la perspectiva de la lucha estudiantil, más que conectarse con los proyectos de izquierda electoral y radical del México de aquellos años, tenía un asidero en las rebeliones juveniles que cimbraron el mundo, desde el campo socialista con la primavera de Praga hasta el mundo capitalista con las protestas pacifistas en Estados Unidos. 

Se trató el de 1968, de uno de los primeros movimientos conectados globalmente, lo cual fue sorprendente en un mundo donde las comunicaciones fluían lentamente, pero la consigna de “ser realistas y soñar lo imposible”, irradió vertiginosa los diversos paralelos y coordenadas, cruzando con furia ciudades y mares del planeta. 

En la semana precedente a la conmemoración del 2 de octubre, pegábamos periódicos murales y carteles hechos a mano, repartimos volantes y fotocopias, pasábamos a los salones a invitar a la marcha de aniversario, dábamos argumentos de frente a los compañeros, de porque era importante no olvidar ni dejar impunes aquellos trágicos sucesos, donde hubo cientos de estudiantes muertos y desaparecidos. 

“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido” escribió Milán Kundera en El libro de la risa y el olvido, por ello informar del 68, polemizar, discernir, recuperar las ideas libertarias y marchar por las calles principales de la Ciudad, como habían hecho aquellos jóvenes cuya mirada fue apagada por el gobierno, era nuestra manera de luchar contra su olvido.

El día 2 de octubre en la mañana en un lugar conocido como “el aeropuerto” de la Facultad de Filosofía y Letras realizábamos “el ritual de la manta” encabezados por el Oso, que consistía en pintar un lienzo con la leyenda Facultad de Filosofía y Letras, 2 de octubre no se olvida, lo original era pintarla de muchos colores y formas, nunca fue una manta formal o cuadrada como las de la CTM; y mientras más manos, huellas y mensajes aparecieran en ella, más combativa y sui generis era la forma de dar vida a nuestro contingente. Porque aquellos jóvenes del 68, estaban ocupados por su movimiento, pero también alegres de su rebeldía y de desafiar el conservadurismo.

A mediodía tomábamos pacíficamente camiones de Ruta 100 -después llamados RTP-, en las postrimerías de Avenida Insurgentes. Desde Ciudad Universitaria nos trasladábamos a la Plaza de las Tres Culturas para de ahí caminar al Zócalo. Al llegar a la plaza siempre se percibía una sensación de tristeza y dolor en el ambiente, por recordar que ahí a bayoneta calada habían pedido la vida jóvenes tan chavos e idealistas como nosotros. Pero el hecho de mirarnos juntos, otra vez como cada año los compañeros de aula, caminando para que los masacrados volvieran a caminar entre nosotros, nos sobreponía y levantaba el ánimo.

Eduardo Galeano escribió en Memoria del fuego, México, 2 de octubre, Los estudiantes:

“Los estudiantes invaden las calles. Manifestaciones así, en México jamás se han visto, tan inmensas y alegres, todos atados brazo con brazo, cantando y riendo. Los estudiantes claman contra el presidente Díaz Ordaz y sus ministros, momias con vendas y todo, y contra los demás usurpadores de aquella revolución de Zapata y Pancho Villa.

“En Tlatelolco, plaza que ya fue moridero de indios y conquistadores, ocurre la encerrona. El ejército bloquea todas las salidas con tanques y ametralladoras. En el corral, prontos para el sacrificio, se apretujan los estudiantes. Cierra la trampa un muro continuo de fusiles con bayoneta calada.

“Las luces de bengala, una verde, otra roja, dan la señal. Horas después, busca su cría una mujer. Los zapatos dejan huellas de sangre en el suelo”. (Galeano, 2012).

En cada marcha, para que el silencio fuera un tributo, a las 18:10 horas se guardaba un minuto en el punto donde nos sorprendiera durante la ruta de la marcha, la hilera de manos con la V de la Victoria en alto se hacía infinita en todos los resquicios del centro capitalino.

Cada generación ha tenido sus caminos al cruzar con el 2 de octubre. A quienes nos tocó en la capital de fin de siglo logramos caminar libremente casi sin percances ni provocaciones, pues recién había ganado la izquierda electoral en el DF y se respiraba otro momento político. Pero no olvidemos que los 43 estudiantes de Ayotzinapa que desaparecieron en 2014, ya en el siglo XXI, se preparaban y encaminaban a la jornada en conmemoración del 2 de octubre, cuando los sorprendieron los sucesos del 26 y 27 de septiembre de 2014. 

Cada 2 de octubre comprendimos que no había que bajar la guardia en la larga lucha por libertades, democracia, justicia y contra todo abuso de poder.