Por Frida López Rodríguez *
@FridaLopRod
Ha iniciado la cuenta regresiva para una de las jornadas electorales más problemáticas de los Estados Unidos, el próximo 3 de noviembre se decidirá el rumbo presidencial del país que aún tiene la primacía económica en el mundo. Lamentablemente en México la mayoría de los análisis sobre las elecciones estadounidenses se centran exclusivamente en las personalidades del presidente republicano Donald Trump y del candidato presidencial demócrata Joe Biden, ignorando los problemas estructurales y las graves contradicciones culturales que han orillado a los Estados Unidos a una crisis que podría demoler al mismísimo sueño libertario norteamericano.
En su libro La muerte de la clase liberal (2011), el ganador del premio Pulitzer Chris Hedges, realiza una crónica excepcional sobre la degradación de la vida pública norteamericana. De acuerdo con el autor, el liberalismo democrático es una fachada ideológica utilizada por las élites del poder empresarial y financiero para manipular la agenda pública estadounidense y someter a otros países del mundo. La clase política abandonó los principios del liberalismo clásico y creó una simulación del mismo, abogó por las libertades individuales pero simultáneamente debilitó al Estado y a las manifestaciones democráticas más consolidadas como los sindicatos y los medios de comunicación independientes.
El carácter libertario de la democracia estadounidense es una ficción, sembrada mediante la adaptación más utilitarista de la psicología de masas. La clase política liberal comprendió que no era necesario someter a la población a través de la fuerza física sino convencerla, hacerle creer que el único futuro de los Estados Unidos es la versión oficialista del mismo. La manipulación ideológica a gran escala es la principal herramienta de las élites norteamericanas y cada vez dicha manipulación es más sofisticada, mimetizándose con causas “políticamente correctas”. Al ciudadano norteamericano se le hace creer que vive en la sociedad más progresista del mundo, sin embargo, se le inhabilita para llevar a cabo las transformaciones estructurales necesarias acorde con sus expectativas.
El origen de las fakenews como estrategia política de gran calado inició, según Chris Hedges, en el contexto de la Primera Guerra Mundial y específicamente con la administración del presidente demócrata Woodrow Wilson (1913-1921), quien creó junto con George Cleel la primera maquinaria de propaganda de masas modernas, conocido como el Comité para la Información Pública (CPI), el cual tuvo como objetivo justificar la primera política exterior intervencionista.
Al mismo tiempo, Wilson aprobó por primera vez la Ley contra el Espionaje y la Ley contra la Sedición, con las cuales silenció a todas las menguantes fuerzas populistas que cuestionaron la guerra como la vía para “salvaguardar la democracia norteamericana”.
Arthur Bullard, uno de los principales intelectuales del equipo de propaganda de Wilson, afirmaba que “hay verdades inertes y mentiras vitales, la fuerza de una idea radica en su capacidad de inspiración, poco importa si es verdadera o falsa”. El carácter suprematista norteamericano fue construido a partir de la cultura pro-bélica que fue invadiendo todo tipo de espacios sociales.
El Comité para la Información Pública, liderado por George Creel, logró establecer relación directa con 18 mil periódicos, 11 mil anunciantes nacionales y agencias de publicidad, 10 mil cámaras de comercio, 30 mil asociaciones de fabricantes, 22 mil sindicatos, 10 mil bibliotecas públicas, 32 mil bancos, 58 mil almacenes, 3 mil sedes de la Asociación de Jóvenes Cristianos, 10 mil miembros del Consejo de Defensa Nacional, mil asociaciones de publicistas, 56 mil oficinas de correos, 5 mil oficinas de reclutamiento y 12 mil representantes comerciales.
Aquella labor de propaganda masiva George Cleel la definió como “la conquista de las convicciones de los norteamericanos” en su libro de memorias titulado Cómo publicitamos Estados Unidos (1920). Para dicha conquista se empleó todo tipo de recursos, ningún sector social quedo fuera de esta maquinaria propagandística, a tal punto, señala Chris Hedges, que ahora la sociedad norteamericana se enfrenta a su involución. Existe una gran vacío ideológico tanto en la clase liberal como en los proyectos alternativos de “izquierda”, quienes son incapaces de articularse orgánicamente con su propia población, la cual es tan volátil como las tendencias en redes sociales.
La tradición conservadora es igual de pasiva que la neoliberal progresista, ninguno de los dos bandos ha logrado superar la hipocresía que les caracteriza. El nacionalismo sin instituciones con dirección social es una caricatura y los proyectos radicales son inoperables para satisfacer las grandes demandas de las mayorías, sobre las necesidades de la población se impone con soberbia un purismo burgués. Y en medio de esa disputa se encuentra una sociedad norteamericana a la deriva, ante instituciones educativas de la renombrada Ivy League que se satisfacen con repetir las máximas de la tradición a la cual pertenezcan.
Las próximas elecciones en Estados Unidos serán el primer gran drama del nihilismo contemporáneo originado por un exceso de pragmatismo que amenaza con su autodestrucción. Donald Trump y Joe Biden también son presas de ese laberinto histórico, de aquella trayectoria desenfrenada del capitalismo que ha ocasionado que la investidura presidencial sea el mayor símbolo de la impotencia norteamericana. Se necesitará más que una elección para resarcir la crisis cultural que padece el país del norte cuyas consecuencias aún son insospechadas.
*Tesista de la Licenciatura en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Integrante del Consejo Consultivo de Jóvenes de Cultura UNAM y del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad. Fue representante estudiantil en el Consejo Académico del Área de las Humanidades y las Artes de la UNAM de 2016 a 2018.