Por Aída Flores
Nothing prepared me for your smile.
Vivimos rodeados, cercados, acechados, por lo invisible. Todos estamos forzados a ir avanzando por el territorio inmenso e ignoto de la vida, completamente ciegos, al mismo tiempo que debemos ir descifrando el mapa de las miles de cosas que ahí habitan y con las que podríamos estrellarnos, pues que no las veamos no les resta ni un milímetro de contundencia. Afinamos el radar lo más que podemos, hasta el límite que nuestra sensibilidad e inteligencia nos permiten, pues de alguna manera sabemos o intuimos que “ahí hay algo” y que mientras mejor “leamos” esas fuerzas, nos esperará un mejor destino, evitaremos dolores profundos e innecesarios y estaremos más cerca de alcanzar esa quimera tan ansiada, llamada felicidad.
Como si no fuera suficiente reto navegar en la ceguera, la travesía se pone todavía más interesante porque estas fuerzas presionan desde todos lados: pueden ser externas o pueden emerger de lo más profundo de nosotros.
Ejemplo de las externas: un buen día de 1665, Newton afina la mirada y se da de bruces con la fuerza de gravedad. No se ve, pero está ahí, ejerciéndose en nosotros, haciéndonos caer o manteniéndonos irremediablemente atraídos al planeta. Ejemplo de las internas: es 1868 y Freud observa a un conjunto de mujeres en el hospital de Salpêtrière que objetivamente no pueden hablar, caminar o sufren convulsiones, pero Charcot sentencia: “no tienen nada”. Se refería a nada físico que pudiera explicarlo. Sin embargo, al Igual que Newton, Freud posee una mente científica que lo atormenta y no acepta ese “nada” como respuesta. Ahí sucede algo, por lo tanto tiene que haber una explicación. Se aferra a observar y entonces su barco, avanzando en la oscuridad, choca violentamente con “el territorio extranjero dentro de uno mismo”: el inconsciente. Igual de inmenso y poderoso que la fuerza encontrada por Newton, pero manteniéndonos fatalmente atraídos al deseo, gravitando obsesivamente a su alrededor.
Ahora bien, las primeras fuerzas, las externas, encuentran en nosotros un entusiasmo desbordado a la hora de desentrañarlas. Queremos entender qué hay en Marte y no hay obstáculo que nos impida enviar la sonda Perseverance, cuyo nombre demuestra lo obstinados que podemos ser en esta tarea, inclusive hasta la insensatez, pues buscamos en cualquier parte: el asiento del café, la dudosa boca de un médium que ve el futuro, una galleta del destino, algo que sea capaz de revelarnos los misterios que nos taladran el alma.
Las fuerzas internas, en cambio, se topan una y otra vez con un muro más infranqueable que la muralla china: nuestra propia resistencia. Podemos lanzarnos sin pensar a las profundidades submarinas, a los confines del Universo, el pico del Everest nos parece tan seductor. Pero lo que sea que vive debajo de nuestra piel, nos aterra lo suficiente como para petrificarnos. Últimamente, con la pandemia, he visto azorada a personas alcanzar el último día de su vida, agotar su último minuto de aire, sin haber dado nunca el salto a sí mismas. Gastaron todo su tiempo sin haber desentrañado nunca qué había ahí adentro. La vida se les acabó y nunca ejercieron de sí mismos.
Buscando echar un poco de luz sobre sobre estas fuerzas invisibles que viven en mí he hecho de todo en los últimos 30 años: terapia, psicoanálisis, magia, psicomagia, meditación y lo único que ha logrado darme respuestas fue la ayahuasca. He hecho dos ceremonias. A punto de una tercera, me es muy transparente el por qué de este pánico ancestral a verse uno mismo. La verdad es que sí, dejar caer los filtros con los que nos auto-adornamos es terrorífico. Después de eso no queda otra que reinventarse, hay hasta que levantar un nuevo lenguaje para hablar con uno mismo, más honesto, más profundo, te queda más claro lo que tu pobre humanidad necesita, que sólo te tienes a ti para buscar procurártelo, y esto te hace pararte de una forma más humilde en el mundo. Supongo que a eso se refiere la gente que dice que la ayahuasca le cambió la vida. Contrario a esta idea que todos los chamanes manejan, no creo que haya ritual, racionalización o preparación alguna para lo que viene después de darle un trago a ese brebaje misterioso. Es demoledor. No lo explicaría en términos de buenos o malos viajes, creo que el viaje es el viaje, y el que lo está viviendo aguanta o no lo que va descubriendo. Pero es cierto que desarmar los mecanismos de defensa que nos sostienen en el día a día, es fuertísimo. Entonces ¿por qué hacerlo una tercera vez? me pregunto mientras escribo…
Hace unos días, escuchaba el TED Talk de Chris Hadfield, astronauta canadiense, comandante de la Estación Espacial Internacional. Tras reflexionar los peligros por los que pasa un astronauta antes de llegar al espacio se preguntaba ¿por qué hacerlo? ¿por qué someterse a algo así? Contaba cómo, durante una caminata en el espacio, una pequeña basura se metió a su ojo izquierdo dejándolo parcialmente ciego, “ahora entiendo por qué nos dieron dos ojos, pensó” y entonces las lágrimas se solidificaron y extendieron, cerrando también su ojo derecho. Hadfield tuvo que recurrir al auto control practicado en de años de entrenamiento en la NASA para no entrar en pánico como hubiéramos hecho todos. Pero esto no era una simulación, este era el momento de la verdad. Frente al peligro real, y en una situación límite, él fue capaz de aplicar lo aprendido, sobreponerse al terror, guardar la calma, pensar en sus opciones y pedir ayuda a su compañero, quien lo guió de regreso al interior de la Estación y lo asistió hasta que recuperó la vista. Su reflexión final me sirve para responderme:
“Encontrar la manera de conquistar mis miedos, me permitió ver una belleza que de otra manera, nunca habría visto: pude ver el sur del desierto del Sahara, pude ver Nueva York de un modo de ensueño, los Campos de Europa del Este y los Grandes Lagos como un conjunto de pequeños charcos, la falla de San Francisco, y la forma en que el agua pasa por debajo del puente de una forma única…”
Yo también tengo miedo cada vez con la ayahuasca, yo también me pregunto por qué someterme a algo así. Pero también sé que este es el único camino que he encontrado para entender, para trazar el mapa de las cosas invisibles que viven en mí. Y sí, igual que en un viaje a la Estación Espacial, la ayahuasca también ha revelado bellezas que no habría podido nunca apreciar de otra forma. Guardo la esperanza de que así, el día que llegue mi último suspiro, habré entendido algo al menos de todo eso que me habita, habré vivido y podré morir sin ser una total analfabeta de mí misma, eso no podría perdonármelo, eso me da más miedo que emprender el viaje al centro de la piel, por más duro que este sea.
(* ) Aída Flores @missrespetos